Producción de Jay Scheib estrenada en 2023 / Decorados: Mimi Lien. Vestuario: Meentje Nielsen. Dramaturgia: Marlene Schleicher. Iluminación: Rainer Casper. Vídeo: Joshua Giggason
Dirección musical de Pablo Heras-Casado (director del coro: Thomas Eitler-de Lint)
Reparto: Michael Volle (Amfortas), Tobias Kehrer (Titurel), Georg Zeppenfeld (Gurnemanz), Andreas Schager (Parsifal), Jordan Shanahan (Klingsor), Ekaterina Gubanova (Kundry), Daniel Jenz (primer caballero del Grial), Tijl Faveyts (segundo caballero del Grial), Lavinia Dames (primer escudero y muchacha-flor), Margaret Plummer (segundo escudero y muchacha-flor), Gideon Poppe (tercer escudero), Matthew Newlin (cuarto escudero), Evelin Novak (muchacha-flor), Catalina Bertucci (muchacha-flor), Victoria Randem (muchacha-flor), Lavinia Dames (muchacha-flor), Marie Henriette Reinhold (muchacha-flor y solo).
Todas las imágenes de este artículo son propiedad del Festival de Bayreuth (www.bayreuther-festspiele.de). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
Todas las imágenes de este artículo son propiedad del Festival de Bayreuth (www.bayreuther-festspiele.de). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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Un Parsifal para el fin de los tiempos
Regresaba a Bayreuth dos años después de mi última visita, en 2023, cuando presencié el Anillo y el Holandés. Este año, a la vista de que no pude encontrar entradas en 2024 en la última tanda de venta -algo que sí había conseguido en 2018 y en 2023-, y como hice en 2019, decidí comprarlas desde que salió el formulario. Escogí Lohengrin, Tristán y Maestros. La primera por ver a Thielemann con Beczala en un montaje que, me temo, se retirará este año. Los otros dos por la circunstancia de que no se ofrecerán en 2026 y para verlas habría que esperar a 2027. Tenía ganas de escucharle Maestros a Gatti y Tristán a Bychkov -y de este último me daba miedo esperar a 2027, pues el ruso hará este año 73 años y, si bien es factible que vuelva en 2027, el foso de Bayreuth no es el espacio más cómodo para hacer música a ciertas edades, si bien Boulez acudió por última vez a Bayreuth con 80, Janowski con 78 o Haenchen con 74, por no hablar de Karl Böhm, que cuando dirigió en el Festival por última vez, en 1976, tenía 82-. Lohengrin directamente no me lo asignaron y sí me hicieron propuesta para los otras dos, los días 10 y 11 de agosto. No cejé en mi empeño y, cuando salió la venta online, ahí estaba puntualmente. Aunque entré a la hora, la cola era dilatada y en unos pocos minutos volaron las entradas que quedaban para Lohengrin. Quizás dos títulos me sabían a poco para la visita a Bayreuth y cogí Parsifal, para el día 8. Tenía ganas de presenciar la producción de Jay Scheib con Heras-Casado, pero como se verá también en 2026, no era la prioridad absoluta. En todo caso, con la nueva combinación me quedaba así libre el sábado 9, que aproveché para visitar Cheb y Karlovy Vary, en la vecina República Checa.
Este año hice el viaje vía Frankfurt en lugar de vía Munich, por probar, en la mañana del 7 de agosto. La duración del vuelo es algo mayor, y aunque existe cierta opinión de que el aeropuerto de la ciudad del Meno es un desbarajuste organizativo, mi experiencia ha sido altamente positiva. Maletas desembarcadas con rapidez, todo bien señalizado y sin un recorrido excesivamente largo a la estación de tren del propio aeropuerto, pese a encontrarme en la terminal 2 y tener que coger el trenecito que une ambas terminales. Desde la estación del propio aeropuerto puede cogerse un tren a Nuremberg vía Würzburg -la ciudad de Waltraud Meier- con frecuencias de en torno a veinte minutos-media hora que hace el recorrido en algo menos de dos horas y media. Eso sí, el tren acumuló a lo largo del recorrido media hora de retraso y el aire acondicionado no funcionaba en mi vagón -un empleado de DB, muy diligente, se preocupada de ofrecernos agua-, por lo que el plan inicial de coger en Nuremberg el tren a Bayreuth a las tres de la tarde no fue posible. Los regionales que hacen el recorrido tardan en torno a cincuenta minutos, y mi plan inicial era coger el que sale poco después de las tres de la tarde para llegar a Bayreuth antes de las cuatro, pero finalmente recalé en la ciudad francona a las cinco menos algo. Instalado en el hotel, una cabezada y, sobre las seis y algo, paseo por el centro de la ciudad y cena a una hora temprana. La mañana siguiente, sin prisas, la dediqué a darme una vuelta por los anticuarios de la ciudad, donde adquirí, en el de Christine Schlinder, en la Bahnhofstraße, un facsímil numerado de una lámina conmemorativa de la reapertura, una pintura a lápiz de colores donde aparece Furtwängler ensayando la Novena de Beethoven y fechada el 27 de julio de 1951, como asimismo la biografía de Wolfgang Wagner escrita por Bauer, y cuyas fotografías de montajes, cantantes y directores, junto a las fichas artísticas de los montajes del nieto del Maestro, tanto en Bayreuth como fuera de Bayreuth, ya justifican la compra. He acudido dos días diferentes a Der Liber-Mann, en la Brautgasse, a pocos metros del mítico restaurante Eule, y lo he encontrado cerrado. Espero que se trate de unos días de vacaciones, si bien el aspecto de la entrada daba la sensación de que llevaba tiempo cerrado. Comida frugal tras algo de lluvia, copa de vino en la feria del vino, cambio de ropa en el hotel -sin traje- y a ascender la Colina Verde y a encontrar mi asiento en la fila 24 de Parkett.
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Jay Scheib |
La producción de Jay Scheib tiene la particularidad, ya conocida, de contar con gafas de realidad aumentada, que permiten ver distintos niveles de profundidad en el escenario y una serie de elementos en tres dimensiones a lo largo, ancho y alto de la sala, incluyendo el cisne, pero también una serie de objetos acordes a la propuesta del americano, singularmente basura. Scheib ubica Parsifal en una sociedad propia del final de los tiempos, en algún lugar austral, donde la sobreexplotación de los recursos y las catástrofes naturales han dado lugar a un paisaje agreste, con cielos de colores chillones que bien nos puede recordar a los de ciertas regiones de España con el drama de los incendios. La trama está bien contada: presenciamos Parsifal -hay cisne, hay ceremonial y objetos religiosos (si bien el Grial está abstraído en una especie de cristal de roca), hay jardín mágico de Klingsor...-. Hay ciertas licencias, como la compañera de Gurnemanz -quien hace el solo-, el hecho de que Parsifal y Kundry marchan juntos al final de la obra o que Parsifal rompa al final de la obra el cristal de roca que representa el Grial, una suerte de nuevo orden y que ya tiene un antecedente en la producción anterior, de Eric Uwe Laufenberg, con su final panreligioso -en aquél montaje la humanidad dejaba sus símbolos religiosos identitarios en el ataúd de Titurel y marchaba junta hacia un futuro común pero incierto por el conflicto de Oriente Medio-. Aquí, como se relata en el programa de mano, trata de ponerse de manifiesto el contraste entre la cerrada sociedad del Grial, que ante la adversidad prefiere cerrarse en sí mismo aun a riesgo de desaparecer, y la aparición de Parsifal como un nuevo guía hacia un futuro mejor.
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Final de la obra. La fotografía corresponde a 2023. |
En el programa de mano se explica que la extracción de materiales como el litio, cobalto, niquel o grafito, necesarios para las baterías consumidas en la sociedad moderna, requieren una gran cantidad de agua potable que dejan tras de sí paisajes devastados. La cuestión es hasta que punto se utiliza el texto como pretexto: el mensaje, interesante y con un decorado sugerente, no deja de estar solapado al argumento de la obra de forma un tanto forzada, si bien se agradece que se respete en esencia el argumento de la obra.
La segunda función de Parsifal empezó con una cuerda de magnífica sonoridad, tersa, en una articulación precisa de Pablo Heras-Casado. De hecho, el punto fuerte de su dirección es la articulación, cuidada hasta el detalle en el modelado sonoro, y la búsqueda de ciertas sonoridades originales en los metales con sordina. El preludio estuvo marcado por la anécdota: antes de que sonaran las fanfarrias con el motivo de la Fe parece que una señora tuvo un desvanecimiento y hubo que sacarla de la sala como buenamente se pudo. Salieron también un par de personas, deduzco que médicos, para echar una mano. También un señor salió por su propio pie de la platea hacia el final del preludio -estaba situado cerca de la puerta-. Más allá de eso, la función se desarrolló con tranquilidad, quizás un poco más tosida de lo que suele ser habitual en el Festspielhaus -un silencio sepulcral-, pero las temperaturas habían sido inestables los días anteriores y aún se notaba ese día -en los siguientes, preludio de la ola de calor, la temperatura fue ascendiendo-.
El granadino tiene trabajada la acústica del Festspielhaus y desarrolla una lectura ecléctica, que abarca tempi casi alla Boulez en el primer acto con un modelado sonoro cuidado y clara atención al componente dramático de los monólogos de Gurnemanz, que escapan de las lecturas de oratorio. No obstante, creo que ha tenido funciones con mayor garra dramática en el dúo del segundo acto, donde la temperatura vino de mano de los cantantes -dos electrictantes Schager y Gubanova, absolutamente entregados al drama-, y en el tercero optó por unos tempi para mi gusto demasiado ligeros, echándose en falta un monólogo de Gurnemanz más paladeado y contemplativo.
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Zeppenfeld como Gurnemanz en el tercer acto. La fotografía corresponde a 2023. |
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Escena de las muchachas-flor. La fotografía corresponde a 2023 |
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Michael Volle como Amfortas |
Michael Volle presentó en vivo un timbre mucho más terso que por radio. Si bien en la zona baja existe un cierto vibrato en notas largas, menos perceptible que por radio, el registro agudo es muy sólido -impresionantes Erbarmen!, el segundo desgarrador-, y la línea de canto siempre resulta bien manejada. El cantante es querido y apreciado en Bayreuth, y la calurosa ovación recibida lo demostró.
Tobias Kehrer fue un Titurel noble, con volumen suficiente y graves oscuros, en una producción en la que aparece físicamente y se acerca a su hijo.
Jordan Shanaham es un Klingsor muy sólido e imponente. Quizás la voz no es tan grande como por radio, y la emisión resulta un punto rocosa, pero en todo caso tiene entidad y su encarnación del personaje es importante.
Muy bien los secundarios, con voces de entidad. En particular, las muchachas-flor conforman un grupo bien empastado y cálido, alejado de sonoridades chillonas. Como curiosidad, en este montaje vemos a Marie Henriette Reingold en el fondo del escenario cantando el solo que cierra el primer acto.
El Coro se encontraba bien preparado para este Parsifal. Sonoridad explosiva, en algún momento quizás un punto de más -el rodaje con el nuevo director corregirá seguramente esto en próximas temporadas-. Redondo, cálido y dulce en las sutilezas de la Sala del Grial, con las alturas y distancias perfectamente diferenciadas. Todo un placer escucharle. El trabajo de Thomas Eitler de Lint fue justamente ovacionado. No hubo nada que reprochar a la reestructuración del Coro ni al trabajo del nuevo director. Ya en la retransmisión radiofónica dio esa impresión.
Al final del primer acto hubo escuetos aplausos, acallados por quienes enseguida siseamos para conseguir el emocionante silencio que ha de reinar en este momento especial. A mi izquierda había un alemán que sonreía cuando yo siseaba y comentó: "no lo entienden". En el segundo acto hubo claras ovaciones para Schager y Gubanova y, en el tercero, aprobación general para una propuesta vocalmente sólida, personal de Heras-Casado, que podrá gustar más o menos pero que no copia a nadie -su Parsifal es una apuesta personal- y para una producción cuya temática está un tanto metida con calzador pero que se deja ver con interés. Salida del Festspielhaus apenas pasadas las diez de la noche, con una temperatura fresca y cena en una terraza -era viernes y la hora no era demasiado intempestiva como para encontrar casi todo cerrado-.
20 DE AGOSTO DE 2025.
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