Crítica: Tristán e Isolda en Bayreuth

TRISTÁN E ISOLDA / Festival de Bayreuth, segunda representación, 10 de agosto de 2025.
Producción de Thorleifur Örn Arnarsson estrenada en 2024 / Decorados: Vytautas Narbutas. Vestuario: Sibylle Wallum. Dramaturgia: Andri Hardmeier. Iluminación: Sascha Zauner
Dirección musical de Semyon Bychkov (director del coro: Thomas Eitler de Lint)
Reparto: Andreas Schager (Tristán), Günther Groissböck (Rey Marke), Camilla Nylund (Isolda), Jordan Shanahan (Kurwenal), Alexander Grassauer (Melot), Ekaterina Gubanova (Brangäne), Daniel Jenz (pastor), Lawson Anderson (timonel), Matthew Newlin (joven marinero).
Todas las imágenes de este artículo son propiedad del Festival de Bayreuth (www.bayreuther-festspiele.de). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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Los amantes en el desván

        El día 9 tocó visita a Cheb y Karlovy Vay, en la República Checa. El gran atractivo, como podrá suponer el lector, es la última: la ciudad de los balnearios y de las fuentes de agua caliente tiene un urbanismo digno de la más elegante viaje Europa. El ambiente comercial se palpa y también el artístico, concierto de una orquesta de cámara al aire libre incluido, en la Mlýnská kolonáda -Columnata del molino-. En tren el viaje desde Bayreuth supone dos horas y medias, incluyendo dos transbordos -los que yo hice, en Kirchenlaibach y en Cheb, si bien dependiendo de los horarios puede ser necesario un tercero en Marktredwitz, lo que alarga el viaje en algo más de tres horas-. Cheb ya es República Checa, y alargué el transbordo a propósito a la vuelta para poder dedicar un rato a la ciudad, pues un paseo por el centro merece la pena, aunque sea para imbuirse del ambiente de una típica ciudad checa.

        El día 10 me levanté pronto y me acerqué en tren a Weiden, pequeña ciudad a algo menos de 60 km al sureste de Bayreuth, que cada año celebra el festival en honor de Max Reger, quien ejerció allí como organista y cuyo auditorio lleva su nombre. Tres horas bastan para dar un paseo por el centro, siempre tranquilo y agradable. Regreso a Bayreuth, frugal almuerzo con paso por la feria del vino en la Marktplatz, y regreso al Festspielhaus para escuchar Tristán. Ya había visto en vídeo la función del estreno del año pasado y mi opinión entonces fue muy positiva. En aquella ocasión concluía diciendo que tenía ganas de que saliera publicado para incorporarlo a mi colección, y en el descanso fui a hacer lo oportuno a la tienda que está junto al Festspielhaus. Sólo está publicado en vídeo -en mi caso, escogí el doble blu-ray-.

Final de la obra en el retoque efectuado este año
        Segundo año de la producción del islandés Thorleifur Örn Arnarsson, que el año pasado fue abucheada por un sector y que en algunos medios ha cosechado críticas feroces y, a mi juicio, injustificadas. Como ya apunté el año pasado, los puntos flacos del montaje son una iluminación insuficiente y una dirección de actores un tanto parca. Ambos aspectos se han retocado, si bien en cuanto a la iluminación creo que la idiosincrasia del montaje va a ser mantenerla en niveles de parquedad, especialmente en el primer acto, con una navegación que parece que se produce por el círculo polar ártico en invierno, con una niebla tenue. En el segundo acto, ese desván donde se acumulan antigüedades de todas las épocas y estilos, que permanece en penumbra para iluminarse cuando comienza el dúo de los amantes, como si el amor de Tristán e Isolda perteneciera al acervo cultural y artístico de la humanidad. Precisamente aquí tenemos uno de los escasos momentos interesantes de la iluminación, en tonos rojizos y violáceos. La iluminación se produce siempre desde el interior del escenario, a veces con focos visibles, y no se utilizan los focos situados al fondo de la sala o en el techo. El cambio más significativo respecto al año pasado se produce en el final: si entonces Isolda moría tumbada y el escenario se oscurecía, ahora va ganando poco a poco una tonalidad dorada e Isolda queda hierática en escena junto con el resto de las personajes, como si se trataran de esculturas. Una imagen de una plasticidad muy bella y que redondea el mensaje: el mito se incorpora a ese acervo cultural para siempre. El resto de elementos definitorios del montaje no han variado: el hilo conductor son los barcos -amarras y cabos en el primero, casco del barco en el segundo y elementos de barcos dispersos en el tercero, como si estuviéramos en un astillero-. El escaso atrezzo, salvo el enorme casco lleno de objetos en el segundo acto, deja el escenario en buena parte completamente desnudo, en una inmensidad profunda hacia el fondo. La respuesta del público fue positiva. Vestuario atemporal, funcional y poco imaginativo en el caso de Kurwenal y Brangania -trajes negros- y un tanto esperpéntico el del pastor, que parece una suerte de Papageno con alas. Como curiosidad, el largo vestido de novia de Isolda lleva escrito versos del drama, vestido que servirá de manta a Tristán en su enfermedad en el tercer acto. En conjunto soy defensor de este montaje, pese a las reservas apuntadas, no pretende otra cosa que contar el drama de Tristán e Isolda, sin alterar su esencia, aunque la caracterización brutal del rey Marke, ala que luego nos referiremos, sea discutible.

Tristán (Schager) en el tercer acto
        A considerar el planteamiento del montaje en lo que respecta al filtro, que me parece coherente y aporta una dosis de realismo: los protagonistas no beben el filtro al final del primer acto, sino que lo tiran: para qué morir si ambos están enamorados. El filtro se lo guarda Tristán, quien lo bebe al final del segundo acto: así, no es herido mortalmente por Melot, sino que se toma el filtro de muerte -¿para qué vivir después de que el rey conoce su tradición e Isolda no será suya?-. La dirección de actores es parca, pero en Tristán poca solución tiene esta cuestión. En todo caso los movimientos funcionan bien y el movimiento de los protagonistas por el gran escenario del segundo acto está bien coreografiado.

        Semyon Bychkov, y lo digo sin ambages, hace un Tristán sobresaliente que merece ser colocado entre los grandes de todos los tiempos -Furtwängler, Karajan, Böhm, Kleiber, Barenboim y Thielemann-: fraseo, planos sonoros, paleta de colores -verdadera alquimia sonora en la maravillosa acústica del Festspielhaus-, una profundidad honda y sincera al plasmar cada detalle de la partitura, alejado de todo efectismo y tendente a lo metafísico. Los tempi son dilatados, sobre todo un primero en el entorno de los 85 minutos, pero no hay sensación de lentitud, languidez o blandura. Si Barenboim en sus dos Tristanes en Bayreuth -en los ochenta con montaje de Ponnelle y en los noventa con el de Müller- puede ponerse de manifiesto la dirección tradicionalmente romántica en el primer caso y la que mira a la Segunda Escuela de Viena en el segundo, Bychkov constituye la referencia del Tristán crepuscular y postromántico, con una cuerda tersa, con mucho vibrato, de puro terciopelo, siempre presente, que conforma el armazón de una sonoridad orquestal compacta pero atenta a las particularidades sonoras de las distintas familias del viento. El segundo acto es trepidante en el dúo y maneja con dramatismo cortante el monólogo de Marke. En el tercer acto se crece, desde el preciosismo del preludio y la tensión arrolladora en el monólogo del protagonista, con un Andreas Schager absolutamente entregado. A mi ver, superior a lo ofrecido el año pasado, donde en el tercer acto hubo ciertas reservas.

Primer acto: Isolda (Nylund) ha roto su traje de novia.
Detrás Brangania (Gubanova), Tristán (Schager) y Kurwenal (Shanahan).
Al fondo puede serse al joven marinero (Newlin).
        El elenco ha sido mejorado respecto del año anterior, y esto es uno de los inconvenientes de registrar en vídeo los montajes el año del estreno, aunque es evidente que en la sociedad en la que vivimos la inmediatez es una exigencia. Quitarse al Kurwenal casi cómico de Olafur Sigurdarson por un señor escudero como el que encarna Jordan Shanahan tiene relevancia. Cambia también la Brangania: 
Ekaterina Gubanova, inicialmente prevista para estrenar esta producción y caída de cartel tras una afección respiratoria que le impidió participar en los ensayos, llevó a que Christa Mayer, que ya había aparecido en el Tristán de Christian Thielemann (2015-19), a hacerse cargo del rol. No es Mayer mala cantante, pero vocalmente es muy diferente a Gubanova y el melómano también agradece cambios de voces de unos registros a otros. Sin duda, lo ofrecido este año mejora la grabación oficial del sello amarillo, con el inconveniente, además, de que este año la Radio de Baviera decidió no retransmitir este montaje -los problemas de mantener en cartel ocho títulos y no siete-.

Los protagonistas en el dúo del segundo acto
        Curiosamente, volvíamos a ver a tres cantantes del Parsifal de dos días antes: Schager, Gubanova y Shanahan, con cometidos aquí muy diferentes. Andreas Schager, que había sido Parsifal dos días antes, se presentó con un Tristán inmenso, de voz grande, broncínea, desbordante y juvenil, que supo dosificar bien las fuerzas en el segundo acto sin resultar reservón, como también al comienzo del tercer acto, para darlo todo en la parte final de su monólogo -desgarrador cuando se quita las vendas y corre a ver a Isolda-. Un Tristán apasionado que se dejó la piel en escena y que justamente fue el cantante más ovacionado. En el debe, puede ponérsele el pero de que en en la Liebesnacht perdió momentáneamente la proyección del sonido y sonó un punto dubitativo al abordar una frase en registro grave, pero es algo anecdótico.

        A su lado, Camilla Nylund fue un Isolda competente, dentro de sus limitaciones vocales para un rol que demanda una soprano dramática: tiene el agudo, al que llega sin dificultad, pero falta metal, anchura en el registro medio, y el grave es justo. El vibrato estuvo bastante contenido frente a lo que se escucha por radio -llego a la conclusión de que es una voz difícil de registrar-, pero mostró cierta fatiga por momentos, como hacia el final del segundo acto. En todo caso, la línea de canto es elegante, el saber decir está siempre presente y la presencia escénica es apabullante, con una química importante con Schager. Teniendo en cuenta que acaba de cumplir 57 años (no los aparenta ni por asomo), no es poca cosa, y no puedo decir que desmerezca en el conjunto, sino que se integra bien en él.

        Jordan Shanahan supuso todo un acierto como un Kurwenal que lució bien vocalmente y en escena -sin ser especialmente alto-, adaptándose a las posibilidad del escudero de Tristán en este montaje. La voz no es tan grande como la de Schager, y la emisión es un punto rocosa, pero es firme, luce bien en toda la tesitura y su línea de canto es buena.

            Ekatarina Gubanova encarnó a una Brangania aterciopelada, de bella línea de canto, atenta dramáticamente en todo momento -las llamadas eran más inquietas que serenas-.

Melot (Grassauer) observa la entrada de
Marke (Groissböck)
        Desde hace algo más de un año se ha puesto de moda hacer comentarios del tipo 
Günther Groissböck está acabado. Pues disiento absolutamente: Günther Groissböck, quien lleva cantando en el Festival desde 2011, encarnó a un sobresaliente Marke, de voz grande y tersa, bien fraseada, cuyo único pero viene de la producción. En este montaje es el rol más discutible, pues Arnarsson opta por un monarca violento e inestable que poco tiene que ver con la primero decepción y luego magnanimidad que posee el monarca en el libreto de Wagner.

        Sorprendió el Melot del debutante Alexander Grassauer, poseedor de una voz muy ancha y oscura, sobrado de medios para tan breve parte. De línea clásica, y en la costumbre de Bayreuth, Matthew Newlin como joven marinero y Daniel Jenz como pastor. El timonel de Lawson Anderson sonó rotundo. Roles menores, en definitiva, magníficamente servidos.

        Magnífico el Coro, dirigido por Thomas Eitler de Lint, una explosión sonora bien compacta y recia de los marineros y séquito de Marke en el primer acto, a quienes no se ve en ningún momento.

        En definitiva, una dirección excelente, con una orquesta y un coro gloriosos, trabajados hasta la perfección, un elenco sobresaliente -con una Isolda inferior pero que se integra bien en el conjunto- y un montaje que no molesta e incluso ofrece algunas imágenes sugerentes, y todo ello sin abandonar la esencia drama, que para los tiempos que corren, es mucho. Salí del Festspielhaus con el convencimiento de haber presenciado algo grande. Qué pena que este montaje no se haya grabado este año. El año que el montaje descansará y podrá volver a verse en 2027, esperemos que con Bychkov -quien contará con 74 años- y quizás una nueva Isolda.

24 DE AGOSTO DE 2025.

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