EL OCASO DE LOS DIOSES / BAYREUTH 2017

EL OCASO DE LOS DIOSES / Festival de Bayreuth, 3 de agosto de 2017
Otras representaciones: 13 y 28 de agosto
Producción de Frank Castorf estrenada en 2013 / Decorados: Alecsandar Denic. Vestuario: Adriana Braga Peretzki. Iluminación: Rainer Casper. Vídeo: Andreas Deinert y Jens Crull
Dirección musical de Marek Janowski
Reparto: Stefan Vinke (Siegfried), Markus Eiche (Gunther), Stephen Milling (Hagen), Catherine Foster (Brünnhilde), Allison Oakes (Gutrune), Marina Prudenskaya (Waltraute), Wiebke Lehmkuhl (primera Norna y Flosshilde), Stephanie Houtzeel (segunda Norna y Wellgunde), Christiane Kohl (tercerna Norna), Alexandra Steiner (Woglinde).
Minutación: Acto I: 111'43 / Acto II: 63'48 / Acto III: 74'09 / Total: 249'20 (4 h 9 min)
Todas las imágenes de este artículo son propiedad del Festival de Bayreuth (www.bayreuther-festspiele.de). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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Wagner Side Story


            Valga el título como homenaje a Leonard Bernstein, cuando el año que viene celebraremos el centenario de su nacimiento, y a su obra más famosa, West Side Story. Por dos razones: primera, que Castorf sitúa el Ocaso en una cosmopolita Nueva York de barrios oscuros y decadentes; segunda, que el propio Bernstein quiso terminar su musical con un gran monólogo de la soprano (María) a modo del final del Ocaso, frente al cuerpo de su amado Tony, algo que fue rechazado por salirse de los límites de lo que es un musical. No obstante, la estilizada estética de lo urbano que Robert Wise puso sobre el celuloide poco tiene que ver con las soluciones pedestres a las que recurre este montaje. En una ocasión pensé que el puente debajo de una carretera sobre la que ocurre la pelea entre bandas de la película, con difuminados rojizos y azulados procedentes del tráfico y de la ciudad, bien podría servir para la escena de la muerte de Sigfrido. 

            En el montaje de Castorf todo gira en torno al local turco que regentan Gunther, Gutrune y Hagen en medio de un submundo de bandas de sórdido ambiente y decadente estética. A Nueva York llegan Sigfrido y Brunilda en la destartalada caravana y parece que la mejor manera de satisfacer esa ansia de nuevas aventuras a la que se refiere Brunilda, es integrarse en ese ambiente. Las ondinas son, de nuevo, prostitutas, con las que trata un Sigfrido convertido en una especie de matón en el tercer acto y a las que se llevará junto a Gunther y Hagen, dispuestos a que la cacería original adquiera otros tintes. No se sabe muy bien qué son las nornas, aparte de estar en plena madrugada haciendo un ritual de vudú en la calle, en la que probablemente es la escena más desagradable de todo este Anillo. Una pena, pues visto el edificio giratorio diseñado por Alecsandar Denic -cuyos cambios de posición no coinciden con los actos-, bien podía haber sido utilizado para una escena de mejor gusto. Dos de sus posiciones son edificio visto, una de ellas con unas escaleras que le dan una profundidad interesante, otra es una pared lisa, sobre la que se asienta el local que regentan los gibichungos, así como un entramado de destartaladas escaleras de madera que también permite el juego escénico -sobre todo con la presencia del coro y la entrada de Gunther con Brunilda-, y la cuarta se encuentra tapada por una lona -donde se desarrollan las escenas correspondientes a la roca de la valquiria-. En el tercer acto veremos que oculta una impresionante recreación de la Bolsa de Nueva York, frente a la cual Brunilda cantará la escena de la inmolación, en lo que parece representar un cataclísmico hundimiento del capitalismo, aunque al edificio no le ocurre nada. Curiosamente, uno de los movimientos escénicos más interesantes de Castorf, el de Brunilda devolviendo el anillo a las hijas del Rhin, sorprendidas porque parece que, al fin, alguien ha entendido lo que supone la joya, pierde su coherencia por no saberse muy bien qué papel asume Brunilda en este Ocaso, además del de esposa herida por el engaño, y qué sentido tiene dar la joya a tres prostitutas en plena calle que, eso sí, se muestran muy contentas con el regalo. Por cierto, el molesto ruido que se escucha al final del segundo acto es Gunther dando hachazos a una destartalada mesa que hay a un lado del callejón en que se desarrolla el trío de éste con Gunther y Hagen, probablemente descargando la rabia generada por la situación.


Hagen (Stephen Milling) y los gibichungos.

             Afortunadamente, en lo musical todo tiene bastante más coherencia interna. Janowski firma su mejor actuación en esta Tetralogía, intenso y más variado en dinámicas y colorido orquestal, y el reparto estuvo a la altura. Vocalmente sobresalieron un imponente Stephen Milling (Hagen) y una expresiva Marina Prudesnkaya (Waltraute), junto con Albert Dohmen (Alberich, de breve intervención). Catherine Foster compuso una notable Brunilda en conjunto, competente el Sigfrido de Stefan Vinke -con unos notables dúo inicial e intervención en el tercer acto, resonante do4 incluído- y adecuados los hermanos gibichungos a lo que se espera de sus papeles. Muy notables las nornas y competentes las ondinas.

Las escatológicas nornas de esta producción.
            Marek Janowski, a pesar de que optó por tempi ligeros, supo construir un Ocaso de buena factura, intenso en los momentos claves, sin decaer en los momentos más reflexivos -atento acompañamiento al dúo de Alberich y Hagen, mostrando aquí y allá los distintos leitmotivs que pueden escucharse-. Tras un suave acorde inicial, sin acentuar, y con preponderancia de la madera sobre el metal, accedemos a una sobresaliente escena de las nornas, que parece sucederse en una tranquila noche lejos de lo que estamos contemplando en el escenario, con una orquesta redonda y cantábile. Las dos primeras, Wiebke Lehmkuhl -de bello grave- y Stephanie Houtzeel (pasado y presente) se pliegan a este planteamiento con un fraseo paladeado. La entrada del futuro, incierto, en la primera Norna -con un agudo puntual calante-, hace cambiar bruscamente al foso. Esta escena no suele ser objeto de una atención especial por los directores, y aquí Janowski ha sabido sacarle mucho partido. El interludio -amanecer- se benefició de esa visión redonda y un punto melosa, aunque se aceleró sin necesidad en la entrada del metal. Algo que afortunadamente ya no ocurrió en el Viaje de Sigfrido por el Rhin, con un pulso controlado pero de aire festivo en el tema de la cuerda y unos metales vibrantes. La escena inicial de los gibichungos, en cambio, adoleció de una cierta premura. En los dos actos siguientes, brilló sobre todo en la llamada de Hagen a los gibichungos, con un coro explosivo y un imponente Stephen Milling (Hagen). En el tercero, buena factura y claridad de líneas en el relato de Sigfried y su muerte, para desembocar en una marcha fúnebre y escena de la inmolación cataclísmicas y que brillaron gracias también a Catherine Foster.


Una sorprendida Brunilda (Foster) se encara a Siegfried (Vinke), ante
la mirada de Gutrune (Oakes).
           Es precisamente la notable Brunilda de Catherine Foster la que contribuye a que este Ocaso no pierda lustre. La pareja protagonista suele ser la que desluce esta jornada, dada la escasez de cantantes para estos papeles, y la británica exhibe muy buen saber hacer. Comenzó su dúo con Sigfrido con una equilibrada línea de canto, legato, componiendo una atractiva valquiria enamorada -con algún error de medida, intrascendente-, lejos de chillidos e histrionismos tantas veces escuchados. Con voz firme e intención dramática abordó su intervención al final del primer acto, al igual que la escena de la inmolación, todo arrojo. Sólo en algunos momentos del acto segundo -como en su ofuscación ante la situación que contempla-, se hizo patente la falta de peso de su voz, pero en general es un pero que queda compensado con su línea de canto y su comodidad en la tesitura.


Sigfrido con las hijas del Rhin.
            Stefan Vinke comenzó con arrojo el dúo con Brunilda y salvo alguna frase de emisión fea al principio -algo que se repetirá en los pasajes en registro grave-, sonó heroico y juvenil. Al igual que en Sigfrido, Vinke sabe dosificar convenientemente y estar especialmente generoso en los momentos clave, lo que se puso de manifiesto en la frescura con que abordó el tercer acto, con algunas medias voces atractivas, y el arrojo que mostró en el recuerdo a Brunilda antes de morir.

            Markus Eiche compone un convincente Gunther. La voz no es muy grande, pero suena fresca, corre dúctil por la partitura y frasea con naturalidad. Similar solvencia la de Allison Oakes como Gutrune, aunque brilló especialmente en el tercer acto. La vertiente dramática le viene mejor a su voz, carnosa, que el de mujer frágil que parece que se asocia al personaje en los dos primeros actos.


Gunther y Gutrune ante el cadáver de Sigfrido.
            Stephen Milling es un sobresaliente Hagen. Ha sido y sigue siendo uno de los grandes en el papel, tanto por voz, con cavernosos graves y sin problemas en el agudo, como por la matización del papel. Su concepción es más bien introspectiva en lo que respecta al Hagen maquinador -algo a lo que puede acudir gracias a su generosa voz, que no necesita valerse de un forte continuo para hacer un personaje temible-, mientras que el poderío de medios se hace patente en la llamada a los gibichungos, acompañado de un explosivo Janowski.

            Sobresalió también el Alberich de Albert Dohmen, aquí con una breve intervención en el segundo acto, donde además mostró un registro grave vibrante que conjuntó muy bien con la voz de Milling. Igualmente sobresaliente la Waltraute de Marina Prudenskaya, con una voz bellamente timbrada, atractivo registro grave, equilibrada línea de canto e interpretación expresiva.

            Notables las nornas, con una interpretación muy matizada de su escena. Competentes las ondinas, más pícaras que dulces. Espectacular el coro, que vuelve a demostrar uina vez más por qué es el mejor coro del mundo. Unas voces a las que sólo les basta susurrar para generar un torrente sonoro homogéneo y envolvente, una característica sonoridad de esta formación.


Escena de la inmolación.
          Cae el telón de este Anillo, en su último año completo -como ya dijimos, se ha anunciado la reposición el año que viene de La Valquiria por separado-. Y el público se ha quedado con Janowski, que a sus 78 años tiene el vigor necesario para ponerse al frente de la obra más compleja de la Historia de la Música y emocionarnos en cada una de las jornadas. También se queda con las magníficas voces graves que han pasado por el escenario (Albert Dohmen, Günther Groissböck, Georg Zeppenfeld, John Lundgren y Stephen Milling), con el arrojo de Catherine Foster, la eficacia de Stefan Vinke, el simpático Mime de Andreas Conrad, el descubrimiento de la Fricka de Tanja Arianne Baumgartner o la línea de canto de Nadine Weissmann o Marina Prudensakaya. Y por supuesto, con el coro. A Castorf, mejor no tomarle muy en serio.

            Y con esta crónica ponemos fin a las retransmisiones desde Bayreuth 2017. Un Bayreuth que cada día ha ofrecido algo diferente pero que en las siete representaciones nos ha hecho disfrutar de una u otra manera, con tal o cual cantante o con la batuta, todas ellas de gran nivel y de carismas muy diferentes. Probablemente con esta edición decimos adiós a dos grandes de la dirección, Marek Janowski (78 años) y Hartmut Haenchen (74), y a Albert Dohmen (61 años), quien ha bordado un Alberich para el recuerdo. Pero también hemos conocido a nuevas voces que ofrecen un panorama renovado en el canto wagneriano, como Daniel Behle y Tanja Ariane Baumgartner, y escuchado a Wiebke Lehmkuhl en un papel de mayor relevancia, a  quienes esperemos continúen acudiendo al Festival. Por último, dedicar estas reseñas a la memoria de José Luis Pérez de Arteaga, ese genio de Radio Clásica que nos dejó el pasado mes de febrero. El primer Festival de Bayreuth que escuché por radio fue el primero que él comentó, el de 2005. Y han sido doce años durante los cuales ha sido el alma de las retransmisiones, haciéndonos aprender en cada intermedio una cosa nueva a los amantes de Wagner, con rigor pero también con su particular ironía. Nos quedan sus recuerdos, pues nadie va a poder reemplazarle.



5 DE AGOSTO DE 2017.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por tu trabajo; lo he leído con sumo interés. Soy maestro y me interesan las versiones infantiles. Katha<rina junto a otro señor, han preparado una adaptación de 65 minutos para críos entre 8 y 12 años. Lo malo es que parece ser han sido excesivamente infantiles y la cosa no funcionó segú Rosa Messeguer en El Periódico. Si tienes algún tipo de información al respecto te agradecería me lo dijeras.

    Muchas gracias

    Pep

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  2. Gracias a ti por seguirlo. Para mí es una afición veraniega interesante, y si se puede compartir, mucho mejor. Primero leí la crítica de El Periódico, y por las imágenes me parece que tenía algo de razón. A niños de 8 a 12 años en el siglo XXI se les puede contar una bonita historia medieval sin convertirlos en una especie de raperos y seguro que salen encantados, adaptando algunas cosas a su edad en lo que se refiere a Venus, que podría ser una especie de hechicera que tiene encantado a Tannhäuser. Luego leí la reseña del ABC y lo pone bastante mejor, pero por las fotos no me convence nada. Creo que a los niños hay que tratarlos como personas a las que se les presupone inteligencia, no estupidez.

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