SIGFRIDO / Festival de Bayreuth, 1 de agosto de 2017
Otras representaciones: 11 y 26 de agosto
Otras representaciones: 11 y 26 de agosto
Producción de Frank Castorf estrenada en 2013 / Decorados: Alecsandar Denic. Vestuario: Adriana Braga Peretzki. Iluminación: Rainer Casper. Vídeo: Andreas Deinert y Jens Crull
Dirección musical de Marek Janowski
Reparto: Stefan Vinke (Siegfried), Andreas Conrad (Mime), Thomas Johannes Mayer (Viandante), Albert Dohmen (Alberich), Karl-Heinz Lehner (Fafner), Nadine Weissmann (Erda), Catherine Foster (Brünnhilde), Ana Durlovski (pájaro del bosque).
Minutación: Acto I: 79'25 / Acto II: 71'32 / Acto III: 76'30 / Total: 227'27 (3 h 47 min)
Todas las imágenes de este artículo son propiedad del Festival de Bayreuth (www.bayreuther-festspiele.de). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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La vieja guardia del este
Sigfrido es la ópera más comprometida del Anillo. Pocos personajes, pero tres de ellos muy destacados: el protagonista, que tiene que hacer frente al papel para tenor más exigente de la Historia de la ópera; un tenor de carácter (Mime) que no es el protagonista pero que tiene que cantar más que unos cuantos protagonistas de óperas verdianas; y un bajo-barítono para el papel de Viandante -más bajo que barítono realmente, pero aún así con algunas notas altas-, con autoridad, pero también con misterio. Los grandes parlamentos en una acción lenta hacen que la dirección de actores deba estar especialmente cuidada para evitar el estatismo.
Por desgracia, el montaje de Castorf tiene en Sigfrido una completa desconexión con las acotaciones escénicas. Ambientado en la Alemania Oriental, el escenario giratorio dispone de dos caras que van rotando sin conexión con los actos. El primero es un Monte Rushmore con las cabezas de cuatro líderes comunistas debajo del cual habitan Sigfrido y Mime en una destartalada caravana, donde ocurrirá todo el primer acto y el inicio del segundo -el encuentro de Alberich con el Viandante, el primero un opositor al régimen que en plena noche pega carteles con titulares de periódicos capitalistas-. El segundo es una recreación de la Alexanderplatz de Berlín en medio de la noche, con abundante iluminación pero sin gente. El giro se producirá cuando el Viandante llame a Fafner, aquí una especie de proxeneta, pues aparece rodeado de varias mujeres con ropa ligera que intercambian lencería y perfume -parece que el yazgo y poseo con el que se despide Fafner adquiere en la propuesta de Castorf un nuevo significado-. Por cierto, que en medio de la plaza hay un cocodrilo que intenta zamparse a alguna de las señoritas y que al final de la obra se acabará tragando al pájaro del bosque -aquí una colorista vedette-. Vista la puesta en escena, parece que Sigfrido busca pelea con Fafner y lo consigue, primero a puñetazos y luego fulminándole con un kalashnikov. Erda aquí es una prostitua con la que se cita el Viandante en la Alexanderplatz, cena incluida. El camino hacia la roca de Brunilda lo hará Sigfrido entre los andamios del Monte Rushmore comunista para acabar en su base, donde reposa la valquiria. Ella es la única con un atuendo parecido a lo que demanda la obra, coraza incluida. Finalmente, la pareja se va a la plaza, donde comparten cena mientras los cocodrilos -en esta escena final cada año ha habido uno más, así que en esta ocasión cinco- hacen de las suyas con el pájaro del bosque. Por cierto, que tales animales han debido despertar la curiosidad, pues el Festival ha difundido por redes sociales un vídeo donde se puede ver cómo una chica menudita maneja el cuerpo y las fauces del animal desde su interior.
Así las cosas, no se puede negar lo impresionante de los dos decorados y que la dirección escénica tenga momentos interesantes, sobre todo en los niveles que ofrece el edificio de la Alexanderplatz, pero nada de eso tiene que ver con Wagner ni con su obra. Además, la escena resulta particularmente ruidosa en el segundo acto -disparos incluidos-. En la parte musical es otra cosa: resultado global notable, con vibrante dirección de Janowski, más centrado que en las dos óperas precedentes, y un reparto a la altura de las circunstancias, aun en el caso de los temidos papeles de Sigfrido y Brunilda. El primero, con sus más y sus menos, desarrolla una tarea eficaz, muy notable en los momentos clave de la obra. La segunda fue una notabilísima Brunilda que afrontó con arrojo los agudos de la parte. Sobresalientes los nibelungos, Andreas Conrad y Albert Dohmen, y competente el Viandante de Thomas Johannes Mayer.
Marek Janowski firma un redondo Sigfrido, vibrante y teatral, beneficiándose de emplear unos tempi estándar (el primer acto, de 79'25, parece previsto para que entre en un disco -80 minutos- sin necesidad de aligerar el discurso musical). Ya el año pasado fue su jornada más redonda, lo que tiene su parte de extraño, pues probablemente sea la obra más árida y con más pasajes lúgubres de las cuatro para el director-. El introspectivo preludio se beneficia de la sonoridad oscura de los metales, algo presente en toda la lectura. En general esa sonoridad incisiva en el metal grave funciona muy bien en el torneo del saber o en el preludio del tercer acto, mientras que los murmullos del bosque se benefician de una sutil lectura con maderas brillantes. El dúo final es todo un derroche sonoro con unos cantantes que responden.
El protagonista vuelve a ser Stefan Vinke, un tenor que apareció por Bayreuth como suplente en 2011 haciendo un Walther y un Tristán y que en 2015 supuso toda una revelación al reemplazar como titular al ya desgastado Lance Ryan -otra revelación aparecida en el famoso Anillo de Valencia con Zubin Mehta, pero fugaz-. El resultado fue tal que pasó a ser, de la noche a la mañana, el Sigfrido oficial de medio planeta. Su interpretación es, ante todo, eficaz, él conoce sus puntos fuertes y sus debilidades y las aprovecha. En el haber, absoluta facilidad con los agudos, perfectamente colocados, una fragua y una forja que son todo un derroche vocal, y un perfecto cálculo de fuerzas, consiguiendo llegar entero al tercer acto y, si cabe, con una brillantez global superior a los dos primeros, lo que hace que la velada vaya creciendo en interés hasta un final exitoso. En el debe, esa eficacia le hace pasar sin muchos miramientos por pasajes de menor relevancia, con una emisión fea, que suena estrangulada. En los murmullos del bosque se esfuerza por darle algo de lirismo a una concepción del personaje que más bien es materia prima al kilo, algo que ciertamente impresiona en la fragua, la forja o el dúo final -éste con do4 final-. Tres son los cantantes que actualmente dominan la escena internacional en el papel: Vinke, Stephen Gould y Andreas Schager, y los tres se encuentran cantando actualmente en Bayreuth.
Andreas Conrad domina el papel de Mime, vocal e interpretativamente, sin caer en histrionismos. Para un papel de carácter es clave la articulación del texto, más si cabe que la precisión musical, pero Conrad posee ambas. Un punto chillón en sus primeras frases o en su alegría ante la forja de la espada, pero su interpretación está presidida por un sonido redondo y equilibrado.
Thomas Johannes Mayer es un cantante con bastante demanda en el panorama europeo -y ahora también en América, pues hace un par de semanas ha hecho el Wotan del Oro en Tanglewood con Andris Nelsons-. En diciembre del año pasado logró un sonado éxito en el Teatro Real de Madrid cuando fue llamado a escasas horas a Basilea, donde se encontraba pasando las vacaciones de Navidad con su familia, para que sustituyera a Evgeny Nikitin en una función del Holandés. Personalmente no me parece una gran voz, aunque tiene un temperamento dramático que funciona muy bien. El año pasado ya fue propuesto como Viandante, pero finalmente se intercambió el papel con el Holandés que iba a hacer John Lundgren, debido a una afección vocal de Mayer que le impidió asistir a los ensayos de Sigfrido -con lo cual Lundgren asumió dos de los Wotan, con abrumador éxito-. La voz de Mayer es oscura, áspera -lo cual para papeles como Wotan u Holandés no es algo malo-, pero suena indudablemente madura y algo falta de frescura. Cierto es que con el Viandante, más bajo que barítono, se encuentra más cómodo que con el registro agudo del Holandés. Así, en el torneo del saber mostró cierto vibrato en los extremos de la tesitura, pero la voz ganó en firmeza en el segundo acto -aunque tuvo que enfrentarse a un Albert Dohmen de voz firme y resonante- y, sobre todo, en un tercero muy notable. No obstante, su voz no alcanza a la de Lundgren, quien hace un Wotan mayestático.
Albert Dohmen sobresalió como un Alberich imponente, vocal y dramáticamente. Como ya dijimos en el Oro, quien tuvo, retuvo, y sacó a relucir esa voz oscura y sólida con la que en años atrás ha interpretado a un poderoso Wotan. Frente a él, Mayer no lo tuvo fácil, aunque cumplió.
Frente a Mayer y Dohmen, el Fafner de Karl-Heinz Lehner evidenció que sus graves son justos y escasamente proyectados, alejados de esa resonancia que suele tener el personaje, aunque hay que tener en cuenta que en Sigfrido, si hay dragón, se canta habitualmente desde fuera del escenario e incluso con amplificación, lo que favorece al cantante. En este caso, Fafner es persona y canta como uno más.
Ana Durlovski compone un idiomático pájaro del bosque, al que por la sola voz se le coge simpatía. De agudo fácil y con un deliberado efecto chillón, cumplió notablemente con su breve cometido.
Notable la Erda de Nadine Weissmann, de timbre atractivo, buena intención y fraseo.
Catherine Foster ofreció una notabilísima Brunilda en la parte más temida por las cantantes: la de Sigfrido. Su intervención se reduce a media hora, pero tiene la tesitura más alta de los tres papeles, escrito para una soprano con un sólido registro agudo y con escarpados saltos aquí y allá, que sorteó con voz firme y punzante agudo, sin dejar de lado la expresividad.
Ovacionadísimo Vinke al acabar el primer acto y triunfo absoluto para la pareja protagonista, en uno dúo intenso, bien cantado y acompañado de un vibrante Janowski. Todo ello hizo olvidar las muchas cosas absurdas que tiene la producción. Y es que el resultado musical no invitaba a abuchear. No merecía la pena empañar tan buen resultado musical.
Minutación: Acto I: 79'25 / Acto II: 71'32 / Acto III: 76'30 / Total: 227'27 (3 h 47 min)
Todas las imágenes de este artículo son propiedad del Festival de Bayreuth (www.bayreuther-festspiele.de). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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La vieja guardia del este
Sigfrido es la ópera más comprometida del Anillo. Pocos personajes, pero tres de ellos muy destacados: el protagonista, que tiene que hacer frente al papel para tenor más exigente de la Historia de la ópera; un tenor de carácter (Mime) que no es el protagonista pero que tiene que cantar más que unos cuantos protagonistas de óperas verdianas; y un bajo-barítono para el papel de Viandante -más bajo que barítono realmente, pero aún así con algunas notas altas-, con autoridad, pero también con misterio. Los grandes parlamentos en una acción lenta hacen que la dirección de actores deba estar especialmente cuidada para evitar el estatismo.
Por desgracia, el montaje de Castorf tiene en Sigfrido una completa desconexión con las acotaciones escénicas. Ambientado en la Alemania Oriental, el escenario giratorio dispone de dos caras que van rotando sin conexión con los actos. El primero es un Monte Rushmore con las cabezas de cuatro líderes comunistas debajo del cual habitan Sigfrido y Mime en una destartalada caravana, donde ocurrirá todo el primer acto y el inicio del segundo -el encuentro de Alberich con el Viandante, el primero un opositor al régimen que en plena noche pega carteles con titulares de periódicos capitalistas-. El segundo es una recreación de la Alexanderplatz de Berlín en medio de la noche, con abundante iluminación pero sin gente. El giro se producirá cuando el Viandante llame a Fafner, aquí una especie de proxeneta, pues aparece rodeado de varias mujeres con ropa ligera que intercambian lencería y perfume -parece que el yazgo y poseo con el que se despide Fafner adquiere en la propuesta de Castorf un nuevo significado-. Por cierto, que en medio de la plaza hay un cocodrilo que intenta zamparse a alguna de las señoritas y que al final de la obra se acabará tragando al pájaro del bosque -aquí una colorista vedette-. Vista la puesta en escena, parece que Sigfrido busca pelea con Fafner y lo consigue, primero a puñetazos y luego fulminándole con un kalashnikov. Erda aquí es una prostitua con la que se cita el Viandante en la Alexanderplatz, cena incluida. El camino hacia la roca de Brunilda lo hará Sigfrido entre los andamios del Monte Rushmore comunista para acabar en su base, donde reposa la valquiria. Ella es la única con un atuendo parecido a lo que demanda la obra, coraza incluida. Finalmente, la pareja se va a la plaza, donde comparten cena mientras los cocodrilos -en esta escena final cada año ha habido uno más, así que en esta ocasión cinco- hacen de las suyas con el pájaro del bosque. Por cierto, que tales animales han debido despertar la curiosidad, pues el Festival ha difundido por redes sociales un vídeo donde se puede ver cómo una chica menudita maneja el cuerpo y las fauces del animal desde su interior.
Una iluminada Alexanderplatz hace de segundo decorado. |
Los peculiares cocodrilos de esta producción. |
Siegfried (Vinke) se encuentra con el Viandante (Mayer). |
Andreas Conrad domina el papel de Mime, vocal e interpretativamente, sin caer en histrionismos. Para un papel de carácter es clave la articulación del texto, más si cabe que la precisión musical, pero Conrad posee ambas. Un punto chillón en sus primeras frases o en su alegría ante la forja de la espada, pero su interpretación está presidida por un sonido redondo y equilibrado.
Viandante (Mayer) y Erda (Weissmann). |
El particular pájaro del bosque (Ana Durlovski) de esta producción. |
Frente a Mayer y Dohmen, el Fafner de Karl-Heinz Lehner evidenció que sus graves son justos y escasamente proyectados, alejados de esa resonancia que suele tener el personaje, aunque hay que tener en cuenta que en Sigfrido, si hay dragón, se canta habitualmente desde fuera del escenario e incluso con amplificación, lo que favorece al cantante. En este caso, Fafner es persona y canta como uno más.
Ana Durlovski compone un idiomático pájaro del bosque, al que por la sola voz se le coge simpatía. De agudo fácil y con un deliberado efecto chillón, cumplió notablemente con su breve cometido.
Notable la Erda de Nadine Weissmann, de timbre atractivo, buena intención y fraseo.
Despertar de Brunilda. |
Ovacionadísimo Vinke al acabar el primer acto y triunfo absoluto para la pareja protagonista, en uno dúo intenso, bien cantado y acompañado de un vibrante Janowski. Todo ello hizo olvidar las muchas cosas absurdas que tiene la producción. Y es que el resultado musical no invitaba a abuchear. No merecía la pena empañar tan buen resultado musical.
3 DE AGOSTO DE 2017.
escenografia horrible. Esperemos sea mejor la próxima.Los cantantes son mejorable. Siegfried requiere cambio total.
ResponderEliminarCreo que Castorf nunca ha tenido interés en la obra de Wagner, sólo de poner en escena sus ideas, coincidan o no con lo que se representa en escena. Sobre los cantantes, para los tiempos que corren, creo que han hecho un buen trabajo. Por la red circulan registros del reciente Oro de Nelsons en Boston, y creo que ni la orquesta ni los cantantes superan al de Bayreuth. En algunos casos lo igualan y en otros están por debajo. Otro tanto se puede decir del Lohengrin de Viena que Radio Clásica ofreció en diferido en una de las jornadas de descanso. No ofrece nada que no hayamos escuchado los últimos años en el Festival con esta obra. Por un estilo al de Bayreuth.
ResponderEliminarSe pone en cuestión si Bayreuth sigue siendo quien custodia las esencias wagnerianas. Y yo creo que lo sigue siendo, pero en la medida del nivel que hay. Bayreuth no puede hacer siete obras en nueve días y con el mismo listón. No sobran cantantes. Pero creo que Bayreuth custodia más a Wagner que la Scala a Verdi, donde creo que en los últimos años sus cuerpos estables no están a la altura, ni remotamente, de lo que ofrecen Viena, Berlín, París, Londres o Nueva York. Pero curiosamente a la Scala no se la cuestiona. ¿Intereses de las discográficas?
Otra cosa muy diferente son las puestas en escena, que convierten las obras en parodias irreconocibles. Y en eso Bayreuth requiere un cambio de rumbo. Un rumbo que por desgracia también está muy asentado en la Ópera de París, sólo hay que echar un vistazo a las fotos de su programación, frente a un Met o una Viena mucho más respetuosos.
Lo del cocodrilo parece copiado del "simpático" Giulio Cesare de Herbert Wernicke representado en el Liceu en dos temporadas distintas (https://www.youtube.com/watch?v=HSs5psNW1-I). También la fontana del Parsifal de Herheim parece inspirarse en la de la película de Syberberg; y a su vez, los Parsifales de Claus Guth y el recientísimo de Alvis Hermanis (debut de Nina Stemme como Kundry), en el de Herheim. Curioso como los distintos directores parecen copiarse los unos a los otros.
ResponderEliminarDifícil aportar nuevas ideas cuando ya se ha dicho tanto (con mayor o menor fortuna, según el caso). En todo caso, magnífico comentario. Un saludo.