Los Maestros Cantores "alemanes" de Jochum (Deustche Oper, 1975)

El director Eugen Jochum siempre ha sido considerado un valor seguro en el repertorio romántico alemán. Fundador de la Orquesta Sinfónica de la Radio de su Baviera natal tras haber dirigido la de la Radio de Berlín y habitual en Munich y Dresde, no puede ser considerado específicamente un director wagneriano, pues su interés en el compositor fue parcial, a diferencia de su incondicionalidad absoluta hacia Bruckner u Orff. No obstante, su paso por Bayreuth marcó éxitos indiscutibles y estos Maestros Cantores con los conjuntos de la Deustche Oper de Berlín, grabados en estudio en 1975, es uno de los registros más sólidos de la obra por su dirección clara y directa, idiomática y dramáticamente atenta, pese a algunas elecciones curiosas en el reparto -incluyendo el primer Wagner de Plácido Domingo-.

LOS MAESTROS CANTORES DE NUREMBERG

Coro y Orquesta de la Deustche Oper de Berlín
(grabación de estudio realizada en 1975)
Eugen Jochum

Hans Sachs: Dietrich Fischer-Dieskau
Walther von Stolzing: Plácido Domingo
David: Horst R. Laubenthal
Eva: Catarina Ligendza
Magdalena: Christa Ludwig
Sixtus Beckmesser: Roland Hermann
Veit Pogner: Peter Lagger
Kuz Vogelgesang: Peter Maus
Konrad Nachtigall: Roberto Bañuelas
Fritz Kothner: Gerd Feldhoff
Bathasar Zorn: Loren Driscoll
Ulrich Eisslinger: Karl-Ernst Mercker
Augutin Moser: Martin Vantin
Hermann Ortel: Klaus Lang
Hans Schwarz: Ivan Sardi
Hans Foltz: Miomir Nikolic
Ein Nachwächter: Victor van Halem
Dirección:
Elenco:
Sonido:

               Ferviente católico y profesional indiscutible que forjó su carrera desde los pequeños teatros de Alemania, Jochum fue un director de los de tradición alemana, que evitó en todo momento las cuestiones políticas, era nazi incluida. Con la fundación de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera en 1949 con una plantilla de músicos altamente cualificados, entró en la órbita de los hermanos Wagner -Wieland y Wolfgang-, quienes en 1951 reabrieron el Festival de Bayreuth y dos años más tarde lo invitaban a dirigir Tristán e Isolda, repitiendo con Tannhäuser y Lohengrin. Contaban así con una batuta tradicional, que equilibraba la balanza en las novedosas puestas en escena, pero sin oscuros antecedentes del pasado. Regresaría en los años setenta para dirigir las últimas reposiciones del Parsifal de Wieland, fallecido en 1966, en un momento en que la dirección wagneriana no atravesaba su mejor momento a excepción de un octogenario Karl Böhm.
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               Decía Ángel Fernando Mayo en un artículo publicado en la Revista Ritmo en 1992 que la relación de Jochum con Wagner fue intermitente (puede leerse aquí). Achacaba este comportamiento a que le atraían más los aspectos místico-religiosos de las obras musicales que lo puramente dramático -no en vano fue uno de los pilares de la dirección bruckneriana-. Así, de Jochum nos han llegado registros en vivo de Maestros en Munich (1949), dos Lohengrin con la Orquesta de la Radio de Baviera y en Bayreuth (1952 y 1954), un Tristán en Bayreuth (1953) y tres Parsifales (con la RAI de Roma en 1956, en Munich un año más tarde y en Bayreuth en 1971). También dirigió Tannhäuser, incluso en Bayreuth -alternándose con Joseph Keilberth en 1954, primer año en que se ofreció tras la reapertura -, pero no nos ha llegado ningún registro. Tras un indiscutible éxito con estas obras - sus tres registros procedentes de Bayreuth son de calidad artística indiscutible, si bien por desgracia no nos han llegado en edición oficial, sólo en registros piratas-, en 1975 se lanzó a su único proyecto de Wagner en estudio, Maestros, con los conjuntos del teatro de ópera más importante de Alemania, la Deustche Oper de Berlín. Fue asistente de esta grabación Hans Hilsdorf, director de la Sing-Akademie de Berlín, quien también se ocupó del órgano en el coro inicial. El sello amarillo rápidamente la comercializó en CD en los noventa, si bien estuvo descatalogada unos cuantos años hasta que, en 2009, fue reeditada en la serie The Originals, convenientemente remasterizada, aunque la primitiva edición ya era buena, con un sonido nítido y cálido y un balance natural, alejado de las artificiosidades que en ocasiones presentan las grabaciones de estudio.

Eugen Jochum con Plácido Domingo.
               Contaba Jochum con 72 años cuando se lanzó a este proyecto. Quien había dirigido a Windgassen, Varnay o Nilsson en Bayreuth debió de notar la crisis de voces wagnerianas y probablemente no tuvo fácil conseguir un elenco equilibrado. Maestros no es la obra más exigente en lo vocal, pero el elevado número de personajes -diecisiete- dificulta las cosas. En el reparto hay voces wagnerianas consumadas -Dietrich Fischer-Dieskau, Catarina Ligendza, Christa Ludwig-, pero ninguna de ellas logró en Maestros sus mayores éxitos. Encarna a Walther un joven Plácido Domingo de 33 años, que se iniciaba así en el repertorio wagneriano en un papel que nunca cantó en directo y que no volvió a grabar. Desconozco si fue decisión del propio Jochum o de Deutsche Grammophon, o si se pensó en otros candidatos previamente (por aquella época Jochum había dirigido a Sándor Kónya como Parsifal en Bayreuth, quien ya había grabado con Kubelik un Walther extraordinario -¿quizás cuestiones de derechos?-).

             La crítica, por regla general, ha alabado el trabajo de Jochum en el podio, la cual compartimos sin reserva. No es el director más refinado ni el más original en el color orquestal -lo que se hace patente en el preludio, sin esos juegos de colores y transparencia de líneas que pueden tener otros registros-, tampoco el más bucólico, pero su sentido del drama es indiscutible, lleva la obra con buen pulso y la tensión no decae en ningún momento, algo que muy pocos consiguen en una partitura tan larga y con parlamentos prolongados. Su sonoridad es, ante todo, robusta, asentada en una cuerda tersa y un metal resonante, sin particularidades tímbricas reseñables, aunque en los momentos más sutiles -monólogos de Sachs, canción del premio- no defrauda. El trabajo orquestal crece a la par que la obra, con un tercer acto absolutamente modélico por su claridad de líneas y sentido dramático. Por todo ello, hemos calificado a estos Maestros como "alemanes" en el título de la reseña, en el sentido de encontrarnos ante una batuta fiel, directa e idiomática con la obra, sin pomposidad vacía ni retórica vana. Jochum desgrana la partitura con naturalidad y eso es precisamente lo que hace sobresaliente su dirección.

              En cuanto al reparto, la crítica siempre se ha encontrado dividida. Lo que a unos gusta a otros decepciona, comenzando por los papeles de Sachs y Walther, con dos cantantes cuya vocalidad escapa de lo tradicional para estos roles. Dietrich Fischer-Dieskau, con una trayectoria wagneriana indiscutible, posee una voz demasiado liviana y una personalidad demasiado intelectualizada para el papel del zapatero, aunque ciertamente la línea de canto y el fraseo es exquisito. Por su parte, Plácido Domingo aterriza en medio de la vocalidad wagneriana sin experiencia alguna, lo que se hace patente en la pobre dicción y en un estilo propio de la escuela italiana. Algunos han alabado su frescura y apasionamiento, pero la línea de canto tampoco es que sea inmaculada, en muchos momentos no se encuentra cómodo con la tesitura, se mueve en un continuo forte y apenas hay complicidad con el papel. Catarina Ligendza y Christa Ludwig, dos nombres importantes del canto wagneriano, tampoco se han librado de las críticas que las consideran fuera de rol en sus encarnaciones de Eva y Magdalena. En cambio, destacan por medios y caracterización el Beckmesser de Roland Hermann y el David de Horst R. Laubenthal.

              Jochum plantea un primer acto directo, con buen pulso, atención a los cantantes y discurso fluido -casi sin darnos cuenta estamos ya ante la corporación de Maestros-. En general todo está expuesto con claridad, sin especial retórica pero tampoco sin dejar nada. Tan sólo en el concertante final (CD2, pista 2, 7:40) le encuentro un punto por debajo, algo encorsetado, poco flexible, de líneas algo más borrosa y con un final orquestal demasiado serio y solemne, alejado del alboroto y polémica que ha ocasionado Walther.

               La introducción del segundo acto, en cambio, es mucho más dúctil, con un coro fantástico, y una transición a la segunda escena muy atenta (CD2, pista 4), regresando a ese pulso animado y discurso directo que hace accesible la obra. En general, en este acto hay una mayor atención a los contrastes entre cuerda y madera y una mayor sutileza -la atmósfera que envuelve al sereno o la preparación de la huida de Walther y Eva hasta que se ven interrumpidos por Beckmesser-.

                El tercer acto es magnífico. Hay más claridad de líneas, la luminosidad de la orquesta en los momentos más intimistas es idílica -final del Wahnmonologe, dúo de Sachs y Walther, canción del premio, quinteto-, la tensión en la entrada de Beckmesser en la casa de Sachs  está perfectamente construida (CD3, pista 6) y las palabras que intercambian Sachs y Beckmesser están bañadas de un fino humor en la orquesta -probablemente el único momento en que Jochum sonríe con la obra- (CD4, pista 1). En la escena de la pradera, Jochum opta por una interpretación viva y directa, sin recurrir a efectismos ni a excesos de decibelios, aunque en la entrada de los maestros se acelera en exceso para mi gusto (pista 9, 1:34) y en el coral del Sachs histórico (Wach auf, pista 10) hay un cierto automatismo, lo cual no empalidece un trabajo en conjunto sobresaliente. En la canción de Beckmesser en el certamen delinea perfectamente las diferentes líneas instrumentales que acompañan debilmente al laúd, generando un efecto de incertidumbre como pocas veces se ha escuchado (pista 12). Entre los detalles a destacar del final de la obra está la sutileza con que Jochum acompaña a Pogner cuando éste impone la medalla de Maestro Cantor a Walther, con un poético oboe y un cristalino arpa (pista 13, 6:34) o la nitidez de las segundas voces en los metales en la intervención final del coro (pista 15). Como curiosidad, aunque no es algo trascendente, en los últimos compases de la orquesta, las trompetas desaparecen del primer plano del espectro sonoro y la cuerda se emborrona, defecto probablemente procedente de la toma sonora.

Eugen Jochum y Dietrich Fischer-Dieskau.
               Comenzando por el alma de la obra, Hans Sachs, Dietrich Fischer-Dieskau posee una voz liviana y juvenil que no es la más adecuada para afrontar el papel del sabio y venerado zapatero -en sus intervenciones con Eva en los actos segundo y tercero parece que habla como verdadero enamorado y no en tono paternalista-. Su interpretación está impregnada de su personalidad como artista, lo que tiene ventajas e inconvenientes. Ventajas derivadas de su bella línea de canto, de su cuidadísimo fraseo y de su aire nostálgico y otoñal, que hacen que sus dos monólogos, el bautizo de la canción del premio o el quinteto estén excelentemente cantados -el final del Wahnmonologe del tercer acto maravillosamente acompañado por un sutil y transparente Jochum, donde puede oírse nítido el arpa (CD3, pista 3, 4:39)-. También resultan convincentes las explicaciones que sobre los maestros da a Walther, antes de que éste se lance a componer la canción del premio (pista 4) o su pregón en el concurso de canto, donde se le escucha verdaderamente abrumado por las alabanzas que le profesa el pueblo. No obstante, hay momentos en que esta línea interpretativa no termina de encajar con el Sachs cercano, resolutivo y popular, sino con un Sachs retórico y académico. Así, en el primer acto, sus comentarios en la reunión de los Maestros están dichos con nobleza y suavidad, pero con demasiado intelectualismo, un tanto relamidos sentado cátedra. Lo mismo puede decirse de su intervención al principio del segundo acto, donde la bronca a David se convierte en un sabio consejo (CD2, pista 3, 3:17) o en su canción socarrona para interrumpir el cortejo de Beckmesser a Eva, donde no hay rastro de ironía (CD2, pista 10). En la arenga final no me disgusta, pues aunque no tenga la oscuridad de los Sachs clásicos, todo está dicho con autoridad y, a cambio, encontramos alguna inflexión de voz interesante, como en los versos Das unsre Meister sie gepflegt / grad recht nach ihrer Art (CD4, pista 14, 1:22), expuestos con gran sencillez recalcando su musicalidad, o cómo ritarda en in falscher welscher Majestät (Si el pueblo y el imperio alemanas decayeran bajo una extraña majestad (2:41).

              El Walther de Plácido Domingo es una verdadera curiosidad, desconocida por muchos. Puede haber contribuido a ello el hecho de que el registro de Jochum se encontrara descatalogado una serie de años o de que se trate de una obra coral centrada fundamentalmente en seis personajes -Sachs, Beckmesser, Walther, Eva, David y Magdalena- y, por tanto, en la que el tenor no tiene protagonismo exclusivo. Su interpretación se limita a las notas, y fuera de la canción del premio en las sucesivas ocasiones en que se presenta, poco hay que destacar. En el primer acto no le encuentro cómodo ni con la vocalidad alemana ni con la tesitura del caballero de Franconia. Así, en su saludo a Pogner suena forzado y en un monocromático forte (CD1, pista 7, 1:26). Su Gestatter, Meister! es alemán del sur de los Pirineos y en sus frases siguientes hay agudos apurados, pese al acompañamiento cuidadoso de la batuta:

Hier eben bin ich am rechten Ort:
gesteh ich's frei, vom Lande fort
was mich nach Nürnberg trieb,
war nur zur Kunst die Lieb.
Vergaß ich's gestern Euch zu sagen,
heut muß ich's laut zu künden wagen:
ein Meistersinger möcht ich ein!
Schliesst, Meister, 
in die Zunft mich ein!

Dietrich Fischer-Dieskau y Plácido Domingo.
               Desde luego no son los únicos agudos forzados, pero sirva de ejemplo cómo el continuo sortear de notas en la zona de pasaje no le resulta tarea fácil, frente a la escritura italiana, que planifica y hace más amigable subir al agudo. Sus contestaciones en continuo forte resultan estantóreas a un Fritz Kothner -excelente Gerd Feldhoff- de medios nobles y dúctiles, que matiza frase a frase sin necesidad de levantar la vozLa canción que presenta a los Maestros me resulta un tanto efectista (CD2, pista 1). No voy a negar que no suena arrojado, pero todo está cantado a pleno pulmón, sin matices.

               Le encuentro mucho más cómodo y compenetrado en el segundo acto. Me suena convincente en su larga explicación a Eva, quizás porque en un momento de desesperación y acaloramiento ese continuo forte se hace más creíble (CD2, pista 7). Lo mejor es, sin duda, el tercer acto, donde la vocalidad italiana puede aportar mucho a la canción del premio. Su interpretación es muy apasionada, a pesar de algún agudo apurado, y con un acompañamiento excelente de Jochum en que se puede escuchar el arpa de forma nítida (CD3, pista 5, 1:37).

               Horst R. Laubenthal encarna a un David de línea clásica, ligero y simpático. Poco más se puede decir, pero no se le echa en falta nada.

Catarina Ligendza.
               La sueca Catarina Ligendza fue una soprano versátil en la década de los setenta y ochenta, quizás no suficientemente elogiada. De material más bien lírico, tuvo la enorme responsabilidad de ser el relevo generacional a Birgit Nilsson como Brunilda e Isolda en Bayreuth -este último papel primero con Carlos Kleiber y una década después con Barenboim, cuando se repuso dos años la producción de Jean-Pierre Ponnelle. Como Eva resulta irregular, más cómoda en los dos primeros actos que en sus intervenciones en el tercero, donde se hace patente una voz blanquecina algo insípida.

               No es el rol de Magdalena el que mejor ha interpretado Christa Ludwig, probablemente pequeño para ella, pero lo hace con profesionalidad.

               El Beckmesser de Roland Hermann es muy competente. De centro ancho, su interpretación está muy bien cantada -fue también liederista-, pero sin caer en el histrionismo ni tampoco en pedantería rebuscada. Es un Beckmesser sobrio y directo, quizás demasiado en su serenata a Eva, aunque nos saca más de una sonrisa en su diálogo con Sachs del tercer acto (CD4, pista 1), muy equilibrado y excelentemente cantado por ambas voces en lo que es uno de los mejores momentos de este registro. Hermann culmina esta escena con el difícil la3 resonando (6:06) y se marcha al son de las brillantes trompas de la Deustche Oper y una orquesta que rebosa alegría.

               El Pogner de Peter Lagger me resulta contradictorio. Tiene frases muy bien cantadas -así, sus reflexiones al principio del segundo acto (CD2, pista 4, 0:14, con un sutil acompañamiento de Jochum)-, que denotan una voz de bajo bien timbrada y una interiorización del papel, y otras en que la voz suena apurada y la interpretación despreocupada, como ocurre en varias ocasiones en el primer acto, tanto en su monólogo en la reunión de los Maestros como en intervenciones posteriores.


Horst R. Laubenthal, Christa Ludwig y Peter Lagger.

               La corporación de maestros es solvente, destacando un sobresaliente 
Gerd Feldhoff como Fritz Kothner, encargado de pasar lista y exponer las reglas de la tabulatura en el primer acto, de voz carnosa y dúctil, interpretación matizada y buen fraseo.

               Muy bien cantado el sereno de Victor von Halem, que surge dese la lejanía en su primera intervención, acompañado de un Jochum casi religioso, preparando la atmósfera para esa frase final Lobet Gott den Herrn! (¡Alabado sea el Señor, nuestro Dios!) que pronuncia en sus dos intervenciones (CD2, pista 8, 1:14, y pista 13, 2:47).

               Sobresaliente el coro de la Deustche Oper, dirigido por el que fue durante más de dos décadas su director, Walter Hagen-Groll.

               En definitiva, un registro que merece ser colocado entre los recomendables por su dirección idiomática, directa pero atenta, y un reparto solvente y equilibrado -dentro de las dificultades que entraña un elenco tan amplio-. Como ya hemos apuntado, entre los principales papeles hay algunas elecciones discutibles, pero no desmerecen el resultado global. El recién llegado a la obra encontrará una interpretación amigable, alejada de retórica y pompa vacía, mientras que el experto encontrará momentos muy bien expuestos en que extasiarse con la belleza de la partitura de Wagner.

JULIO DE 2018.

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