TRISTÁN E ISOLDA / BERLIN STAATSOPER 2018

TRISTÁN E ISOLDA / Staatsoper Unter den Linden, Berlín, 11 de febrero de 2018.
Otras representaciones: 15, 18 y 25 de febrero, 3, 11 y 18 de marzo.
Nueva producción de Dmitri Tcherniakov / Vestuario: Elena Zaytseva. Iluminación: Gleb Filshtinsky. Vídeo: Tieni Burkhalter.
Dirección musical de Daniel Barenboim (director del coro: Martin Wright).
RepartoAndreas Schager (Tristán), Stephen Milling (Rey Marke), Anja Kampe (Isolda), Boaz Daniel (Kurwenal), Stephan Rügamer (Melot), Ekaterina Gubanova (Brangäne), Linard Vrielink (joven marinero y pastor), Adam Kutny (timonel).
Minutación: Acto I: 85'24 / Acto II: 81'40 / Acto III: 77'35 / Total: 244'39 (4 h 4 min).
Todas las imágenes de este artículo son propiedad de la Berlin Staatsoper (www.staatsoper-berlin.de). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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El amor de Tristán e Isolda es frívolo y burgués

               Eso es lo que parece querer transmitir Dmitri Tcherniakov en su nueva producción para la Staatsoper Unter den Linden de Berlín, estrenada el pasado 11 de febrero y que Cataluña Música ha ofrecido el 21 de julio por la tarde. Tcherniakov asienta el drama en la actualidad, correspondiendo el primer acto a una sala de reuniones con televisión de plasma y mobiliario funcional y el segundo a una especie de comedor con puertas correderas al fondo. Los protagonistas, en su dúo de amor, apenas parecen sentir una pasión sincera, sino frívola y momentánea, riéndose y gesticulando de forma exagerada. Tampoco hay atisbo de noche. Incluso los caracteres de los personas figuran alterados: no es Isolda la más fuerte en personalidad de la pareja, ni tampoco una vengativa mujer, sino que Tristán parece más versado en el amor y la princesa irlandesa una muchacha ingenua. El Rey Marke es vengativo y alejado del halo de humanidad que tiene el personaje, si bien Tristán le apunta con una escopeta. Por si fuera poco, Melot intenta ahogar en el segundo acto a Tristán -no se explica por qué en el tercero está moribundo-. Tercer acto que ocurre en un apartamento bohemio y decadente por donde campa el solista de corno inglés de la Staatskapelle Berlin, Florian Hanspach-Torkildsen, tocando su solo desde el escenario, sentado en la cama de Tristán. Tristán en su delirio ve a sus padres, representados por dos actores. La obra termina con Isolda cantando el Liebestod mientras se pone la camisa que ha llevado Tristán y finalmente entrar tras la cortina que separa la estancia de la cama y desaparecer de la visión del espactador.


Tristán (Schager) e Isolda (Kampe) al final del primer acto.
               En mi opinión, una propuesta pobre en ideas, la mayoría tomadas de los dos últimos montajes de la obra ofrecidos en Bayreuth. Así, el de Christoph Marthaler (2005-12, existe grabación en vídeo de Opus Arte, realizada en 2009) enfocaba la obra desde el drama costumbrista y burgués, en una convencionalista y fría sociedad de los años cincuenta. Los protagonistas vestían pulcramente a la moda de la época, con una sala de estar plagada de sillones en el primer acto y, en el segundo, una gran sala amarilla vacía con un diván en el medio, donde sí era de noche y los amantes apuraban los momentos a solas con el miedo de que alguien entrase por la puerta acristalada situada al fondo, en la que se dibujaban las sombras de quienes andaban por el pasillo situado tras ella. El tercer acto ocurría en una estancia decadente con una cama de hospital donde los distintos personajes se terminan desentendiendo de Tristán salvo Isolda, quien termina durmiéndose en la cama de su amado. La idea de un Rey Marke vengativo ya ha sido planteado por Katharina Wagner en el montaje estrenado en 2015 y actualmente en cartel (grabado aquél año en vídeo por DG), e incluso Katharina arriesgaba más con el personaje, pues al final de la obra Marke se lleva a Isolda. Ambos montajes tienen fallos y no son absolutamente redondos, pero me resultan más originales que éste de Tcherniakov, donde parecen mezclarse ideas de aquellos dos. Para ver regietheater mejor acudir a la fuente original.


Dúo de amor del segundo acto.
               La berlinesa Staatsoper Unter den Linden lleva programando con frecuencia Tristán, la obra señera de su director, Daniel Barenboim, quien lleva a su frente desde 1992. Tres montajes ha tenido en dieciocho años y, por desgracia, cada uno ha hecho añorar el anterior. Primero, el de Harry Kupfer, estrenado en 2000 y cuyo escenario mostraba un gran ángel caído de piedra que iba girando y cambiando de iluminación en los diferentes actos, de todo punto magnífico. En 2006 fue sustituido por el de Stefan Bachmann, de amplios y luminosos escenarios blancos y ecléctico vestuario, más que interesante si no fuera por la rudimentaria dirección de actores y la idea de desdoblar la figura de Tristán entre un cantante y un actor con el que final se va Isolda, como queriendo significar que uno no se enamora de una persona, sino de la idea que se tiene de una persona. La tercera, la que nos ocupa, supone una nueva colaboración de Barenboim con Tcherniakov después de Parsifal en 2015. Barenboim siempre ha tenido sus colaboradores habituales -directores de escena y cantantes-, y así, tras la era Kupfer -Anillo en Bayreuth (Warner, 1991), Parsifal en Berlín (Euroarts, 1992) y Tristán también en Berlín-, se ha iniciado la colaboración con el director ruso, sin el mismo éxito que con el Festival Escénico Sacro. No parece casualidad que en las representaciones que del título ha ofrecido Barenboim con la Staatskapelle Berlín -orquesta titular de la Staatsoper Unter den Linden- en este mes de julio en el Teatro Colón de Buenos Aires, se haya optado por llevar la jubilada producción de Kupfer.

               Cuestión distinta es la parte musical. La dirección de Barenboim es extraordinaria y el elenco homogéneo. Llevar cuarenta años dirigiendo Tristán en teatros de primera fila supone ir trabajando con distintas generaciones de cantantes, y este Tristán lleva aparejado un cambio generacional. Así, por las históricas producciones de Bayreuth de Jean-Pierre Ponnelle (1981-87) y Heiner Müller (1993-99) pasaron René Kollo, Spas Wenkoff, Peter Hofmann y Johanna Meier y Catarina Ligendza en la primera y Siegfried Jerusalem y Waltraud Meier en la segunda. Meier repetiría con Ben Heppner, Peter Seiffert y Clifton Forbis en las producciones berlinesas de Kupfer y Bachmann. Retirada Meier del papel de Isolda en 2015, Anja Kampe parece ahora la favorita del director argentino para encarnar a la princesa irlandesa. En el caso de Tristán es Andreas Schager, a quien Barenboim lanzó al panorama wagneriano internacional en 2013 y a quien ha dirigido en varios títulos. De hecho, Schager y Kampe estrenaron la citada producción de Parsifal de Tcherniakov en 2015.

               Siempre me ha interesado la evolución musical de Daniel Barenboim en Tristán, algo que se hace muy patente en los dos registros de Bayreuth en vídeo editados por DG -1983 y 1995-. Si en la primera ocasión la dirección era más romántica y equilibrada, la segunda mira más al siglo XX y resulta arrolladora y de una atmósfera asfixiante. En esta ocasión, Barenboim opta por algo ecléctico. La dirección mira más al romanticismo que al siglo XX, hay equilibrio pero también absoluta atención al drama. La sonoridad de la orquesta es opulenta, con una cuerda robusta y un metal brillante, triunfalista por momentos -final del acto primero, preludio del acto segundo-. Todo está dicho sin prisa -este Tristán es más lento que los que tiene editados-, pero no hay sensación de lentitud, al contrario, la música tiene absoluto aliento dramático de principio a fin.


Isolda llega a Kareol para ver a Tristán, aquí un piso bohemio.
                 Andreas Schager es un notabilísimo Tristán, de voz juvenil y tono impetuoso, con buen aguante en el monólogo del tercer acto y, en definitiva, creíble encarnando al caballero de Cornualles. En ocasiones su voz me recuerda a la de René Kollo, incluyendo cierto vibrato no molesto en las notas más largas.

          Anja Kampe compone una notable Isolda, aunque la voz esté al límite en algunos momentos en la zona alta -monólogo del primer acto, dúo del segundo-, pero afronta el rol con técnica y buen saber hacer. Su centro es carnoso y muy atractivo, la línea de canto es cuidadosa, hay variedad de dinámicas y frasea con elegancia. Sieglinde es un papel con el que creo que vocalmente está más a gusto, menos comprometido en la zona alta y que permite frases amplias que le quedan muy bien a la soprano alemana.


Tristán (Schager) apuntando con una escopeta a Marke (Milling)
ante la mirada de Brangania (Gubanova).
               Stephen Milling es un baluarte vocal. La voz es grande, solidísima en el grave y sin problemas en el agudo. Hay tablas en los villanos wagnerianos -Hagen, Fafner-, que creo que le quedan mejor que el Rey Marke, donde me resulta un tanto frío y monocromático -continuo mezzoforte-, falto de esa bonhomía que debería caracterizar al monarca, aunque en esta producción Marke no tiene carácter afable.

               Boaz Daniel como Kurwenal resulta lo más flojo del elenco. La voz es adecuada, pero en el primer acto no está bien colocada y hay sonoridades toscas y un fraseo bastante rudimentario. Mejoró en el tercero, aunque en conjunto no pasa de lo aceptable.

               Ekaterina Gubanova (Brangania) es, junto con Milling, la otra voz de mayor relieve vocal. Habitual también de Barenboim, de bellísimo registro medio y grave oscuro, su exquisito fraseo y su interpretación, serena al inicio del primer acto, nerviosa según avanza la obra, es magnífica. Su timbre se diferencia perfectamente del de Kampe, algo que no siempre ocurre en las largas intervenciones que comparten Isolda y Brangania.


El pastor (Vrielink) es aquí un joven trajeado. Sentando en la cama de
Tristán se encuentra el corno inglés de la Staatskapelle Berlín
(Hanspach-Torkildsen).
             Intrascendente Stephan Rügamer como Melot, de voz muy liviana. Bien Linard Vrielink en sus dos papeles de Joven marinero y Pastor -aquí elegante joven de traje azul-, y Adam Kutny como timonel.

            En definitiva, una decepcionante producción que, de haber tenido lugar en Bayreuth, se hubiera llevado un varapalo en la prensa internacional -especialmente la española, que hubiera hablado de un Festival agotado, pues no ha dudado en criticar duramente los montajes de Christoph Marthaler y Katharina Wagner, de los que parece beber éste, con peor fortuna-. En cuanto a lo musical, excelente dirección de Barenboim en la que es su obra por excelencia y un notable reparto que permite escuchar a varios cantantes de la primera fila wagneriana actual -Schager, Kampe, Milling y Gubanova-, con un resultado muy disfrutable.


Grabación digital procedente de Cataluña Música en formato
.aac a 131 kbps de velocidad variable automática.
Hay dos pequeños cortes, inferiores a un minuto, en el acto segundo, 
debido a problemas con la grabación (hacia el final del dúo de Isolda
y Brangania y casi al final del acto).

23 DE JULIO DE 2018.

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