El Anillo de Thielemann (Bayreuth 2008): III. Sigfrido

Continuamos el análisis de la Tetralogía de Christian Thielemann en Bayreuth con Sigfrido.

SIGFRIDO

Festspielhaus Bayreuth, 2008
Christian Thielemann

Siegfried: Stephen Gould
Mime: Gerhard Siegel
Der Wanderer: Albert Dohmen
Alberich: Andrew Shore
Fafner: Hans-Peter König
Brünnhilde: Linda Watson
Erda: Christa Mayer
Stimme des Waldvogels: Robin Johannsen
Dirección:Excepcional
Elenco:
Sonido:Excepcional

                 Un Sigfrido cargado de épica gracias a la excelente dirección de Thielemann, con un sólido reparto en el que sólo desluce la Brunilda desgastada de Linda Watson y que cuenta con excelentes interpretaciones de Gerhard Siegel (Mime) y Albert Dohmen (Viandante). Stephen Gould es un solvente Sigfrido y lleva a buen término la representación.
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              Tradicionalmente se ha venido diciendo que Sigfrido decide la balanza del éxito o del fracaso de una Tetralogía. El Oro es una obra de conjunto en la que una solvente actuación general deja buen sabor de boca; en Valquiria, una compenetrada pareja de Welsungos y un Wotan poderoso hacen que la obra tome vuelo; pero en Sigfrido se impone la extrema dificultad del papel protagonista, la existencia de un tenor de carácter que ha de afrontar  el también largo rol de Mime, en el que debe demostrar sus dotes dramáticas, y el papel del Viandante requiere autoridad y graves sonoros. Por si fuera poco, la soprano que encarne a Brunilda debe afrontar un dúo final no especialmente largo -unos treinta minutos- pero de tesitura escarpada, más elevada que en Valquiria y en Ocaso. También la batuta debe saber conducirnos por una partitura de largos parlamentos y unas cuantas escenas estáticas.

               La clave del éxito de este Sigfrido está en un Thielemann que consigue conjugar a la perfección épica y análisis del entramado orquestal para ofrecernos mil y un detalles tímbricos y dramáticos, con sonido redondeado, cuerda robusta, atención a las filigranas de las maderas, metal noble... -¿alguna vez ha sonado mejor esta obra?-, junto con dos excelentes cantantes, vocal y dramáticamente, Gerhard Siegel (Mime) y Albert Dohmen (Viandante), que llevan el peso narrativo. Acompañan a Stephen Gould que, con sus más y sus menos, saca adelante un competente Sigfrido. El resto de papeles están servidos a buen nivel y sólo Linda Watson desentona como una Brunilda de timbre metálico y serios problemas en el registro agudo.


Final del primer acto. Mime (Siegel) observa como Sigfrido (Gould)
parte en dos un globo terráqueo en lugar de un yunque.
               En lo escénico, el primer acto se desarrollaba en una escuela abandonada con estética de los años cincuenta, donde vivían Mime y Sigfrido. No era el mayor acierto, pues en Oro y Valquiria, como hemos visto, las referencias al presente eran más sutiles. El segundo acto tenía lugar en un bosque de árboles cortados donde podía verse el paso elevado de una carretera en construcción. Una grieta al fondo, de la que emergía luz roja, era la cueva donde vivía Fafner. En el tercer acto, el encuentro del Viandante con Erda se desarrollaba en el medio de una atmósfera oscura de gran belleza plástica. La roca de la Valquiria era similar a la que podía verse en el acto tercero de Valquiria. En cuanto a la dirección de actores, las crónicas relatan una parquedad de movimientos más acusada que las obras anteriores. Vestuario ecléctico, reptiloide para los nibelungos como en el Oro, si bien Alberich ha oscurecido su piel, y en general efectivo.

               El Preludio se inicia a ritmo ligero y con esa sonoridad equilibrada que caracteriza a Thielemann, quizás excesivamente pulcro, pero nótese la inquietud que se genera con el segundo tema (CD1, pista 1, 1:57), que crece y mantiene la tensión hasta deshacerse (2:50) y crecer hasta el segundo clímax (3:17). El control de tensión-relajación es absoluto y se mantiene esta pauta a lo largo de toda la primera escena: las intervenciones de Sigfrido se acompañan de un acompañamiento orquestal brioso, lacerante por momentos, mientras que Mime hace la contraparte con una orquesta más pausada y redondeada. Una extraordinaria contraposición orquestal del joven e impetuoso héroe frente al anciano y calculador Mime, que culmina con la marcha del protagonista en medio de una sonoridad arrolladora. El torneo del saber está cargado de épica, con metales rugientes por momentos, y tras él, los brumosos miedos de Mime se nos muestran en detalladísimas filigranas. Toda la tercera escena es extraordinaria, un derroche rítmico y tímbrico que deja sin aliento.


Fafner (König), una vez recuperada su forma de gigante, habla con
Sigfrido (Gould).
               Si el primer acto ha sido un derroche de medios sonoros, en el segundo Thielemann nos muestra su lado más refinado e intimista, tan bueno como su lado épico. El preludio se inicia pulcro y equilibrado, aun con los sones tormentosos que presenta en su clímax. En el monólogo de Alberich, el metal suena redondo y épico (CD2, pista 9, 0:44). El dúo entre Alberich y el Viandante luce por el contraste entre el nerviosismo del nibelungo frente a la serenidad del dios. Atención a la limpieza y nobleza en la transición entre la primera y segunda escena -precediendo a la entrada de Mime y Sigfrido (CD2, pista 15)-. Los murmullos del bosque son una delicia, con destacada belleza tímbrica (pista 18, 2:42) gracias a una cuerda luminosa y unas maderas que frasean con exquisitez emulando los sonidos de la naturaleza. La llamada del cuerno de Sigfrido resulta pulcra y brillante (CD3, pista 1) y la lucha con el dragón, a tempo contenido, destaca por la pastosidad profunda de los metales (pista 3). El intento de engaño de Mime a Sigfrido luce con un acompañamiento orquestal rítmico muy matizado y con la presencia de los clarinetes. Todo el monólogo de Sigfrido y las sucesivas intervenciones del pájaro del bosque destacan por la limpieza y elegancia de la orquesta, que recrea atmósferas sutiles.

               El tercer acto se inicia opulento, presagiando la caída de los dioses. La atmósfera brumosa que envuelve a Erda está muy bien conseguida, y la escena entre Sigfrido y el Viandante, con un Gould un tanto ausente del drama, mantiene su intensidad gracias a la batuta, con una extraordinaria tensión hasta el clímax -nótese como la orquesta comienza a rugir desde que el Viandante se identifica como señor de los cuervos (CD4, pista 3, 1:41), hasta la magnífica aparición del tema de la Valquiria, rugiente y a la vez luminosa-. Toda la música del fuego es prodigiosa, con un sonido redondo y opulento y un fraseo cargado de épica (pista 6), que deja paso a una atmósfera refrescante y liviana (pista 8) con una cuerda suave y limpia que muestra su virtuosismo cuando ve que quien reposa durmiendo es una mujer (pista 9). Todo el dúo final está cargado de pasión, pese a una Brunilda que no ayuda -por ejemplo, nótese en pista 14 la arrolladora pero bellísima orquesta, en el pasaje que precede al O Siegfried! Siegfried! de Brunilda-.

               Stephen Gould (Sigfrido) posee una voz muy peculiar: baritonal, con un timbre mate no especialmente atractivo, de volumen considerable y emisión particular. Su línea de canto no es especialmente refinada, pero tampoco molesta. Se muestra más cómodo en los pasajes dramáticos que en los líricos. Tiene medios de heldentenor, suena juvenil y en su enfrentamiento con la temida parte sale victorioso, pues pese a las limitaciones indicadas, aguanta el papel sin cansancio, cantando y no gritando, y convence dramáticamente, en una concepción más de joven inexperto y curioso que de héroe épico. Además, sus dos metros de altura y sus dimensiones corpulentas juegan a su favor en escena. En el primer acto funciona muy bien, pues afronta con ímpetu pero a la vez con cierta ingenuidad el diálogo inicial con Mime, con fraseo elegante en la reflexión sobre sus padres (Wie die Jungen den Alten gleichen, CD1, pista 8, 0:55) -y excelente acompañamiento de Thielemann, que contiene la tensión hasta la aparición del tema de los Welsungos-. Su marcha al final de la primera escena está cantada con arrojo, como también toda la tercera escena, con una fragua y forja a pleno pulmón y tempo contenido, sin mucho refinamiento pero demostrando tener buen fiato. En el segundo acto se desempeña con corrección, con una cierta introversión en el monólogo que precede a su encuentro con el dragón y sabiendo apianar pese a que el fraseo no sea un prodigio de elegancia (CD2, pista 17), consiguiendo buen resultado gracias a una batuta que le tiende una generosa mano y le ayuda a matizar el discurso. Convincente en su monólogo tras la muerte de Mime, demostrando cierto lirismo (CD3, pista 9).

               En el tercer acto, en el encuentro con el Viandante, Gould parece algo ausente con el drama: nótese en Was lachst du mich aus? / Alter Frager! (CD4, pista 2), donde no existe verdadero fastidio por el encuentro con el anciano, y no parece compenetrarse con la escena hasta los instantes previos a que rompa la lanza del Viandante. Su temida intervención previa a traspasar el fuego que rodea la roca suena con emisión encorsetada -Mit zerfocht'ner Waffe (pista 5, 0:44)-, incluso acomete los agudos previos al do4 con cierto miedo y apurado: Im Feuer zu finden die Braut! / Hoho! hahei!, pero sí consigue dar el do4: Jetzt lock' ich / ein liebes Gesell! Todo su monólogo previo al despertar de Brunilda está cantado con solvencia, sin mostrar signos de fatiga, pero con una cierta economía -sus Erwache! intentando despertarla son breves (pista 10, 2:06) pero sonoros-. Muy solvente a lo largo de todo el dúo con Brunilde, no mostrando signos de fatiga y con momentos arrojados.

Mime intenta escabullirse del Viandante en la segunda escena del
acto primero. La imagen es de 2006, por lo que Mime es
Gerhard Siegel pero el Viandante es Falk Struckmann.
               El Mime de Gerhard Siegel es excelente, una de las mejores caracterizaciones de todas las épocas, en la línea del personaje malévolo y calculador que desarrolló Paul Kuën. La voz es un punto más ancha a lo que estamos acostumbrados y destacadamente timbrada, si bien no llega a confundirse con la de Sigfrido gracias al timbre baritonal de Gould. El dominio del personaje es absoluto, en una concepción más psicológica que cómica. Nótese desde su primera intervención la desesperación y el enfado tornado en cábalas y después en emoción cuando piensa que, si lograra volver a forjar a Notung, Sigfrido acabaría con Fafner y él se quedaría con el tesoro, todo ello dosificando Thielemann con sumo cuidado la tensión (CD1, pista 2, 2:12). Su paciencia y tacto con Sigfrido son encomiables y no le falta audacia para replicar al Viandante en el torneo del saber. Atención tras la marcha del Viandante, donde sus miedos, con la atmósfera brumosa de la orquesta, pocas veces han sonado con tanto dramatismo (pista 21). En el segundo acto, su descripción del dragón es detalladísima (CD2, pista 15, 1:24), con un Thielemann que va incrementando la tensión. Tras haber matado Sigfrido al dragón, su intento de engaño goza de una articulación del texto muy matizada. En definitiva, todo un modelo interpretativo.


Encuentro entre Alberich (Shore) y el Viandante (Dohmen) en la
segunda escena. Es curioso como Alberich aquí luce un pelaje más
oscuro que en el Oro.
               Albert Dohmen es un excelente Viandante, de voz oscura y granítica. Su vocalidad, más de bajo que de barítono, se acomoda a la perfección con la tesitura, y su presencia dramática es innegable, en la que probablemente sea la obra del Anillo en que logra unos resultados más altos. En el torneo del saber se impone con plenitud de medios y un fraseo amplio y noble, con un Thielemann épico, que hace rugir el metal desde la brillantez a la oscuridad pastosa -sin duda uno de los grandes momentos de este Anillo-. Sólo en las últimas frases, cuando perdona la cabeza a Mime, se echa en falta algo más de autoridad -como si ese perdón le importase poco-. En el dúo con Alberich del segundo acto demuestra autoridad, pero con la serenidad y nobleza que se le exige. En el tercero, la invocación a Erda es desesperada pero con absoluto control vocal -y con una sonoridad homogénea en todo la tesitura, sin problemas en los extremos-. A lo largo del dúo con la madre tierra, Dohmen pasa del orgullo a reconocer su propia derrota para, finalmente, asumir con nobleza lo que va a acontecer -nótese en CD3, pista 16, Dir Urweisen / ruf ' ich's ins Ohr / daß sorglos ewig du nun schläfst! para pasar a la alegría desbordante de la batuta al mencionar al heredero de los Welsungos: dem wonnigsten Wälsung / weis' ich mein Erbe nun an (1:18)-. En el encuentro con Sigfrido comienza un tanto condescendiente para ir poco a poco encendiéndose hasta emerger la cólera del dios cuando niega el paso a su nieto a la roca de Brunilda, identificándose como señor de los cuervos -Den Herrn der Raben / erriet es hier (CD4, pista 3, 1:42)-: las frases que restan hasta que Sigfrido parte la lanza son un derroche de épica, con un acompañamiento extraordinario de Thielemann, rugiente y a la vez luminoso cuando suena en la orquesta el tema de la Valquiria.


Alberich (Shore).
               La voz de Andrew Shore no es grande, ni tampoco oscura, y en el registro agudo pierde color -especialmente patente en su enfrentamiento con Mime-pero su personal Alberich convence por su nerviosismo y su rabia, que se va desplegando a lo largo de su diálogo con el Viandante, contrapuesto a la serenidad y nobleza de éste. Hay frases dramáticamente muy bien dichas, como su pregunta sobre si los nibelungos recuperarán el tesoro: Wird der neidliche Hort / dem Niblungen wieder gehören? (CD2, pista 11, 1:06) o su amenaza de asaltar el Walhalla: Walhalls Höhen / stürm' ich mit Hellas Heer: / der Welt walte dann ich! -falto de anchura de voz y potencia, pero implacable (pista 11, 1:57), que culmina con una respuesta orquestal explosiva de Thielemann-. Precisamente quizás ese es el acierto de Shore: su Alberich es un ser débil, vencido por su propia codicia y resentimiento, lo que se muestra en sus debilidades vocales y con sus buenas dotes dramáticas.

                 El Fafner de Hans-Peter König emerge cavernoso y temible desde las profundidades de la cueva donde duerme como dragón (CD2, pista 13, 0:40). König posee graves cavernosos y la frialdad necesaria para la parte.

            Excelente el pájaro del bosque de la norteamericana Robin Johannsen en sus primeros años de carrera, quien había sido también un excelente Pastor en Tannhäuser en ediciones anteriores. Curiosamente, centraría su carrera en el repertorio barroco y algunos papeles del clasicismo. La voz es liviana y grácil, y flota sobre las delicadas filigranas de la cuerda que teje Thielemann.


Encuentro del Viandante (Dohmen) con Erda. La foto corresponde a
2007, por lo que Erda es Mihoko Fujimura.
               Serena y misteriosa la Erda de Christa Mayer, de sonoridades plateadas, que emerge entre el brumoso acompañamiento de Thielemann. La voz tiene las condiciones necesarias para la parte, con graves más que suficientes, un centro ancho y elegante línea de canto.

               Como hemos indicado, lo más flojo del reparto, con diferencia, es Linda Watson. La voz es ancha y fuertemente timbrada, evidenciando material de soprano dramática y, por tanto, en principio adecuada para el papel de Brunilda, sobre todo cuando se contrapone al Sigfrido baritonal de Gould, pero sus resonancias metálicas, su timbre un punto matronil y su desgaste en la zona aguda no ayudan a sacar adelante con éxito la Brunilda de Sigfrido, de tesitura especialmente aguda. La voz acusa un vibrato poco agradable en las notas largas -así, sirva de ejemplo sus primeras frases: Heil dir, Sonne! / Heil dir, Licht! / Heil dir, leuchtender Tag! (este último calando), CD4, pista 12, 2:03-. Las notas agudas están empujadas a gritos, con afinación a veces dudosa y dicción borrosa. Curiosamente, suena más fresco Gould aun cuando ha cantado toda la función. Los pocos momentos disfrutables de su interpretación, demostrando un fraseo natural y no torpedeado por los problemas de tesitura, son los que se desarrollan en el registro medio y bajo. Los últimos minutos de dúo son, sin duda, para olvidar gracias a ella, lo más flojo de este Anillo.

               En definitiva, un Sigfrido notable, con una dirección impresionante de principio a fin y un elenco que rinde a buen nivel en general. Vocalmente tiene algunos momentos excelentes -torneo del saber, escena del Viandante y Erda- y algunos cantantes que merecen figurar entre los escogidos de todos los tiempos, destacando, por su participación amplia, el Mime de Siegel y el Viandante de Dohmen-. Gould demuestra su saber hacer con el Sigfrido juvenil y no desmerece, pero no se puede decir lo mismo de la Brunilda de Watson. El resto de cantantes se desempeñan a muy buen nivel.

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