El Anillo de Thielemann (Bayreuth 2008): I. El Oro del Rhin

Analizamos el Prólogo de la Tetralogía que Thielemann grabó en Bayreuth en 2008, el primero de los dos Anillos que el director alemán tiene en su discografía.

EL ORO DEL RHIN
Festspielhaus Bayreuth, 2008
Christian Thielemann

Wotan: Albert Dohmen
Donner: Ralf Lukas
Froh: Clemens Bieber
Loge: Arnold Bezuyen
Alberich: Andrew Shore
Mime: Gerhard Siegel
Fasolt: Kwangchul Youn
Fafner: Hans-Peter König
Fricka: Michelle Breedt
Freia: Edith Haller
Erda: Christa Mayer
Woglinde: Fionnuala McCarthy
Wellgunde: Ulrike Helzel
Flosshilde: Simone Schröder
Dirección:Excepcional
Elenco:
Sonido:Excepcional

               Una dirección a un altísimo nivel y un reparto homogéneo y que en general está a la altura de la batuta, consiguen un Prólogo sobresaliente donde además la toma sonora es excepcional.
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               Este Anillo se inicia con laureles. La dirección de Thielemann es excepcional, poderosa, épica y con absoluto control de la partitura, tanto en lo que respecta a planos sonoros -dúctil, sacando a la luz detalles ocultos de la partitura- como a tempi y fluir del discurso. Su sonoridad es redondeada, muy bella y tendiendo a limar aristas. El reparto es homogéneo y funciona increíblemente bien, con algunos cantantes que realizan interpretaciones verdaderamente históricas de sus papeles -Edith Haller (Freia), Hans-Peter König (Fafner) o Gerhard Siegel (Mime)-. Solidísimos los demás en general, con un Wotan poderoso y con autoridad encarnado por Albert Dohmen y un completísimo Loge de Arnold Bezuyen. Personal y difícilmente clasificable el Alberich de Andrew Shore, que escuchado con mente abierta y sin dejarse encasillar en el arquetipo tradicional, realiza un buen trabajo. A un nivel inferior el Fasolt de Kwangchul Youn, demasiado liviano para la parte y corto de graves y, sobre todo, el Donner endeble de Ralf Lukas, si bien no desmerecen el resultado general.

               La escena de este Oro fue sencilla pero efectiva, destacando la primera escena, un Rhin de gran belleza plástica con rocas azuladas en su fondo. Las escenas segunda y cuarta se desarrollaban en una suerte de terraza, donde podía verse una farola. La tercera escena tenía lugar en una especie de nave subterránea en una de cuyas paredes se abría una especie de cueva donde Alberich guardaba el oro. El vestuario, bastante personal pero fiel a la idea de Wagner, utilizaba el rojo para las ondinas, el verde para los nibelungos -con rasgos reptiloides-, el blanco para los dioses -unos atuendos eclécticos un tanto atemporales- y el marrón para los gigantes, que llevaban una suerte de armadura conformada por bloques de piedra.


Primera escena. Las hijas del Rhin y Alberich (Shore).
               La nota pedal en los contrabajos (mi bemol) se inicia poderosa en el Preludio, anticipándonos qué clase de dirección nos vamos a encontrar. El metal emerge profundo y, entre él, la cuerda (CD1, pista 1, 2:05). Todo el entramado sonoro es un alarde de claridad y transparencia, sin perder presencia el bajo. El torrente se anima con la entrada de los clarinetes (3:08), un punto asincompados, lo que dota de mayor brío al pasaje. A toda orquesta, la sonoridad es monumental y redondeada (4:05), cual un órgano. En total, 4:44 minutos de Preludio, probablemente el más lento de la discografía1, pese a lo cual no notamos sensación de lentitud.

               La primera escena se desarrolla solemne, a tempo un punto contenido, pero sin excesos, con una cuerda musculosa que preside toda la escena. Hay detalles genuinos de Thielemann de gran calidad -violas ásperas en los estornudos de Alberich, línea de violines descendente en el desprecio de Flosshilde a Alberich (pista 3, 3:42)-. La transición al amanecer y la aparición del oro es todo un alarde de elegancia y sutileza (pista 5), con exquisitas filigranas en la cuerda y trompa brillante-, desgranando poco a poco el discurso para culminar en un clímax triunfal (pista 5, 6:29), con cuerda arrolladora y timbales marcados. La transición a la segunda escena (pista 7) está expuesta con apabullante naturalidad y sentido teatral, con una gran nitidez de líneas -arpas incluidas-.

               La segunda escena se inicia con el tema de los dioses expuesto de forma solemne (pista 8), redondeada y con nitidez en el grave. Toda la escena con los gigantes está expuesta con gesto amplio, con más épica que tensión. El monólogo de Loge es todo un derroche de elegancia y atención a todos los detalles tímbricos que ofrece la partitura. Quizás en la discusión final y la marcha de Freia con los gigantes falte algo más de dramatismo, pues suena todo demasiado correcto y equilibrado, como también en el descenso al Nibelheim, limpio y nítido, en lo que constituye todo un alarde de precisión, pero falta el cataclismo y la sonoridad rocosa existente en otras lecturas.


Tercera escena.Alberich (Shore) muestra el tesoro
a  Wotan (Dohmen) y Loge (Bezuyen).
                La tercera escena capta a la perfección el misterio que envuelve al Tarnhelm (pista 24) y la explosión sonora del poderío de Alberich como señor de los nibelungos. Thielemann se muestra especialmente atento a las peculiares sonoridades de esta escena -maderas, metal grave en las transformaciones de Alberich-, sin perder de vista el pulso en una escena de ritmo dramático lento.

               La cuarta, tras un diálogo con Alberich quizás demasiado equilibrado y limado de aristas, evitando sonoridades escarpadas, Thielemann se muestra pletórico con la atmósfera limpia que trae de nuevo a los dioses (CD2, pista 11) y con el apilamiento del tesoro sobre Freia (pista 13). La tensión se palpa ante la falta de acuerdo, y la entrada de Erda, con un metal que parece emerger de las profundidades y un tempo contenido, es excepcional (pista 14). Desde la tormenta y hasta el final, todo fluye con apabullante claridad, equilibrio y nobleza: limpísimas texturas y presencia de las arpas en la aparición del arco iris (pista 18), los graves que acompañan a las ondinas en las frases finales (pista 19, 1:26) o los trinos en las maderas agudas y la melodía en las trompas en la entrada de los dioses en el Walhalla, junto con los violines, que consiguen sobresalir por encima del metal grave.

               Las ondinas de este Anillo no son las mejores de la discografía, como tampoco lo mejor del reparto, pero realizan un trabajo competente. Fionnuala McCarthy (Woglinde) acomete algo fría su intervención inicial, falta de dulzura y un punto atropellada, con una voz más bien mate que no ayuda. Algo mejor Ulrike Hezel (Wellgunde), también con un timbre algo falto de brillo. La mejor es Simone Schröder (Flosshilde), de voz más redondeada y elegante en el fraseo. Afortunadamente, las voces se van templando a lo largo de la escena con Alberich y empastan bien.


Alberich (Shore) y los nibelungos. De espaldas, Loge (Bezuyen).
               La voz de Andrew Shore (Alberich) nos sorprende desde su primera intervención. No es un Alberich tradicional, con voz de bajo-barítono, ancha y con graves profundos. Aquí la voz es más liviana, áspera, seca, delibedaramente avejentada -que no ajada, pues da todas las notas, luce tersa y le permite afrontar gran variedad de dinámicas-. El paso de la lascivia al rencor a las ondinas se va haciendo patente poco a poco de forma extraordinaria. Su ponderación sobre robar el oro es excelente (CD1, pista 6). En la tercera escena, los malévolos planes del señor de los nibelungos tras obtener el anillo y el Tarnhelm están expuestos con una rabia muy efectiva (pista 24, 1:41), acompañado de un Thielemann con un bronce brillante y cuerda tersa. En su encuentro con Wotan y Loge, su caracterización escurridiza resulta muy efectiva. En la maldición del anillo echamos en falta una voz más ancha y oscura, sobre todo porque la respuesta orquestal de Thielemann es arrolladora (CD2, pista 10, 2:51), pero sin desmerecer el resultado general.

          Albert Dohmen, al tiempo de realizar esta grabación, era indiscutiblemente el Wotan por excelencia del momento. Voz grande, oscura, granítica, más de bajo que de barítono, que recuerda en timbre a la del gran George London, la tesitura baritonal del personaje en el Oro no es la que mejor se acomode a su vocalidad, pese a lo cual afronta con seguridad los dos momentos más comprometidos: la entrada inicial y sus frases finales. Frasea con nobleza y tiene la autoridad que requiere el dios.

               Arnold Bezuyen ha sido el Loge por excelencia durante la primera decada del siglo XXI -debutó en el Festival con este papel en 1998, con James Levine en el podio, y regresó en las dos Tetralogías siguientes-. Tenor de voz netamente lírica, combina con un resultado excelente el cinismo y la teatralidad que requiere el personaje con buenas maneras canoras y no exento de cierta nobleza. Su voz limpia y su elegante fraseo hace que disfrutemos su monólogo de la segunda escena (CD1, pista 15), acompañado con gesto amplio y dimensión épica por Thielemann. Una de las interpretaciones a considerar a lo largo de la Historia de la interpretación de este papel.

               La mezzosoprano sudafricana Michelle Breedt (Fricka) ha desarrollado una carrera estrechamente ligada a Thielemann en el Festival, donde había debutado en el año 2000 como Magdalena en Maestros, papel que repetiría en las ediciones de 2001 y 2002. Regresó en 2006 como Fricka -y después afrontaría Brangania en Tristán y Venus en Tannhäuser, todo ello con buenos resultados-. Breedt convence por su rotundidad en la segunda escena y su aliento trágico -es como si ya supiera toda la catástrofe que se va a desencadenar-, que se hace especialmente presente en la cuarta escena tras la aparición de Erda. La voz es netamente la de una mezzo con agudos firmes, quizás el punto justo para el papel -ni soprano corta ni mezzo tirando hacia contralto con sonoridades de Erda-. Frasea con naturalidad y tiene buena dicción.


Segunda escena. Entrada de Loge (Bezuyen), en el medio. A la
izquierda, Froh (Bieber) y a la derecha, Wotan (Dohmen) y Donner
(Lukas). Al fondo, Fasolt (Youn) y Fafner (König) con Freia (Haller).
               Edith Haller, a quien escucharemos en varios papeles de este Anillo, resulta una excelente Freia, de voz cristalina e interpretación sensible, con una línea de canto impoluta y agudo brillante -nótese el do bemol 4 en Rettet! Helft! al marchar con los gigantes (CD1, pista 18, 2:48)-. Sin duda una cantante que merece pasar a los anales de la Historia del canto wagneriano en los papeles de soprano lírica y que nos hace recordar la sensible Freia de Elisabeth Grümmer en las Tetralogías de Kna.

               Igualmente excelente Clemens Bieber (Froh), veterano secundario en el Festival que apareció entre 1987 y 2012 -aunque el papel del dios sólo lo cantó en esta producción del Anillo-, con una interpretación lírica, sensible y elegantísima. A su lado desluce Ralf Lukas (Donner), lo más flojo del reparto, con una voz impersonal y endeble, emitida sin brillo, línea de canto bastante rudimentaria y corto de fiato al convocar la tormenta. Dos curiosidades de estos cantantes: Bieber nació en 1956 en Würzburg, por lo que es paisano de Waltraud Meier y ambos tienen la misma edad. Lukas es oriundo de Bayreuth, y aunque fue alumno de Hans Hotter y Dietrich Fischer-Dieskau, su interpretación no es para recordar.

               Kwangchul Youn demuestra desde su intervención inicial que no tiene la voz más adecuada para Fasolt, demasiado clara -algo que se hace patente en el forte- y corta en el grave, pero no desmerece gracias a un fraseo rotundo. A su lado tiene a un gran Hans-Peter König como Fafner, voz de verdadero bajo profundo, con sonoridades cavernosas que nos recuerdan a Gottlob Frick. A destacar el diálogo con su hermano en la segunda escena, mientras calculan el trato, bellamente acompañado por Thielemann, con unas trompas nítidas (CD1, pista 12, 3:47)-.

               Otra de las grandes interpretaciones de este Anillo es el Mime de Gerhard Siegel, de voz un poco más ancha a lo que estamos acostumbrados y destacadamente timbrada. Tenor de carácter, dramáticamente excelente, su nombre también puede codearse con los históricos en la parte -Paul Kuën, Gerhard Stolze-.

               Sobresaliente Christa Mayer como Erda, en el año de su debut en Bayreuth. De voz oscura y aliento trágico, su interpretación, fabulosamente acompañada por un Thielemann de atmósferas brumosas, es serena y profunda, con un punto de misterio, en lo que resulta uno de los grandes momentos de este Oro.

               En definitiva, un Prólogo sobresaliente, con una dirección excepcional, cargada de belleza pero sin renunciar al aliento dramático, y un reparto que, en general, está a la altura, con algunas voces que demuestran que, en el siglo XXI, hay cantantes capaces de homologarse a los históricos de los años dorados del Nuevo Bayreuth. Todo ello con una toma sonora que reproduce fielmente la acústica del Festspielhaus. Una de las interpretaciones indispensables de la obra.

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1 Bastante más lento que Kna en 1958, quien invirtió 3'41, aun cuando aquí encontraremos una lectura más ágil. Con 4'15 encontramos a Solti (Filarmónica de Viena, 1958, DECCA) y a Keilberth (Bayreuth, 1955, Testament). Se le aproximan Levine en su grabación de estudio con la Orquesta del Metropolitan (1988, DG), con 4'39; Kempe (Bayreuth 1961, Orfeo), con 4'35; y Haitink (Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, 1989, Warner), con 4'34. Su maestro Karajan empleó 4'33 en su grabación de estudio con la Filarmónica de Berlín (DG, 1967) y estuvo algo más ligero en Bayreuth en 1951, con 4'22.

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