Otras representaciones: 7, 10, 13, 17, 23 y 28 de junio.
Nueva producción de David Alden / Decorados: Paul Steinberg. Vestuario: Gideon Davey. Iluminación: Adam Silverman.
Dirección musical de Andris Nelsons.
Reparto: Georg Zeppenfeld (Rey Enrique), Klaus Florian Vogt (Lohengrin), Jennifer Davis (Elsa von Bravant), Thomas J. Mayer (Friedrich von Telramund), Christine Goerke (Ortrud), Kostas Smoriginas (Heraldo), Konu Kim (primer noble brabanzón), Thomas Atkins (segundo noble brabanzón), Gyula Nagy (tercer noble brabanzón), Simon Shibambu (cuarto noble brabanzón).
Minutación: Acto I: 62'15 / Acto II: 87'34 / Acto III: 62'07 / Total: 211'56 (3 h 29 min).
Todas las imágenes de este artículo son propiedad de la Royal Opera House Covent Garden (www.roh.org.uk). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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Lohengrin o el ascenso de los totalitarismos
Enfilando el final de temporada en el Covent Garden de Londres -que terminará el próximo día 21 con Falstaff de Verdi-, nos encontramos ante uno de sus eventos más destacados: una nueva producción de Lohengrin encomendada al neoyorquino David Alden y bajo la batuta de Andris Nelsons. No sólo por el acontecimiento que supone estrenar un nuevo montaje de la obra, sino por la parte musical y vocal. Frente a quienes se empeñan en desdeñar el Festival de Bayreuth, acusándolo de pérdida de calidad frente a otros teatros -algo muy habitual en la crítica española-, nos alzamos quienes creemos que Bayreuth ha sido y sigue siendo guía de la interpretación wagneriana actual -sin perjuicio de los altibajos vocales derivados de la crisis de voces wagnerianas, que sufre Bayreuth y cualquier teatro-. Y para ejemplo tenemos este Lohengrin. Andris Nelsons era una imponente promesa cuando en 2010, con tan solo treinta y dos años, llegó a Bayreuth a dirigir la nueva producción de Lohengrin debida a Hans Neuenfels -la de los ratones-. Sorprendió y obtuvo un éxito apoteósico que repitió durante los cinco años que dirigió la obra y le consagró como uno de los grandes directores wagnerianos -realmente uno de los grandes del repertorio romántico-, llegando incluso a entrar en 2015 en las quinielas para sustituir a Simon Rattle al frente de la Filarmónica de Berlín -el candidato más joven de todos los posibles-. El actual director de la Orquesta Sinfónica de Boston y de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig ha hecho suyo Lohengrin y el hecho de subirse a un podio a dirigirla la obra despierta sumo interés.
La labor de Nelsons se ve complementada con la de un elenco parcialmente coincidente con el que pudo escucharse en Bayreuth (Vogt como Lohengrin, Zeppenfeld como Rey Enrique, Thomas J. Mayer como Telramund) -¿hablamos otra vez de la pérdida de calidad de Bayreuth?- junto con Christine Goerke (Ortrud), que no cantó en aquél momento pero que será la Brunilda en el próximo Anillo de 2020 -dirigido por Daniele Gatti-. Inicialmente estaba previsto que Kristine Opolais, la esposa de Nelsons, cantase el papel de Elsa, en lo que sería su debut en un papel wagneriano. Sin embargo, la soprano canceló un mes antes del estreno. La pareja se había divorciado en el mes de marzo, si bien el comunicado emitido por el teatro fue que Opolais no podía ensayar al estar recuperándose de una intervención abdominal. La irlandesa Jennifer Davis ha sido su sustituta. Se trata de una joven cantante muy vinculada al Covent Garden, pues ha formado parte del Programa Jette Parker de Jóvenes Artísticas entre 2015 y 2017, diseñado para apoyar a jóvenes promesas en los inicios de su carrera, que de esta forma se integran en el elenco estable del teatro cantando distintos papeles secundarios. Por tanto, nos encontramos ante una artista en los inicios de su carrera pero conocedora de la casa.
El registro oficial de Nelsons en Bayreuth procede de 2011 y fue editado en vídeo por Opus Arte, quien este año ha editado el mismo registro en CD -muy recomendable, además de por la dirección, por su alta calidad de sonido, el elenco y porque así es posible evitar la discutida producción de Neuenfels-. Desconocemos si las representaciones de Londres serán editadas, pero por lo pronto, tenemos el registro procedente de la BBC, correspondiente a la última de las funciones.
La producción de David Alden viene a reemplazar a la que Elijah Moshinsky concibió para el teatro hace ya cuarenta y un años, y que pudo verse por última vez en 2009, naturalista, abigarrada en vestuario y muy simple en decorados -ciclorama de colores-. El americano firma su segundo trabajo para la casa en esta temporada -después de la Semiramide rossiniana que se estrenó el pasado otoño-. Se trata de un montaje oscuro, con grande estructuras de edificios de ladrillo que me recuerdan a la Inglaterra industrial de principios del siglo XX -en este sentido me recuerda al Anillo de Chéreau-. El paisaje es desolador, pues algunos están medio destruidos, y es que Alden ha preferido enfocar la obra desde el conflicto político más que desde la historia de amor de los protagonistas. El auge de los totalitarismos aparece reflejado en las banderas rojas, blancas y negras -los colores de la bandera nazi- presididas por un cisne y en algún elemento escultórico, como si Lohengrin fuera visto como un caudillo peligroso ascendido a costa de las emociones del pueblo de Brabante. No hay cisne ni elementos sobrenaturales -tan solo se proyecta su sombra sobre el escenario en los momentos en que aparece-. Personalmente me parece una interpretación desenfocada de la idea del compositor. Para Wagner lo fundamental es la historia de amor de los protagonistas y no el contexto político del Ducado de Brabante. Al menos es un guiño que en la cámara nupcial encontremos el cuadro de Lohengrin pintado por August von Heckel para el castillo de Neuschwanstein.
La partitura presenta las cortes habituales en el tercer acto -segunda parte del In fernem land- y el anuncio de Lohengrin al Rey Enrique de que no entrarán victoriosas en suelo alemán las hordas orientales-. Ya que la producción exploraba la cuestión de los totalitarismos, si esta referencia al este fue eliminada en su momento por poder resultar malinterpretada, al menos podía haberse incorporado y así podríamos haber escuchado a Vogt en uno de los momentos más bellos de la obra que, por desgracia, no suele interpretarse.
La primera impresión que tenemos desde los primeros compases es que la orquesta del Covent Garden, si bien es una orquesta de primera fila, no es la de Bayreuth. La cuerda es menos tersa y el metal menos rotundo, con varios fallos en las fanfarrias en las trompetas en el primer acto. La interpretación de Andris Nelsons se inicia reposada y atenta a los detalles tímbricos en el preludio, más ensoñador y menos mayestático que en Bayreuth -quizás por la distinta materia prima con la que cuenta aquí-, algo que también se hace patente en la entrada del protagonista o en el Mein Herr und Gott del Rey antes de dar inicio al juicio de Dios. El tempo se anima desde la entrada de Lohengrin. El conocimiento de los distintos planos sonoros y el pulso atento al drama son absolutos.
El preludio del acto segundo en manos del Nelsons es formidable. Se palpa la tensión y se siente la oscuridad, al desgranar cada detalle de la partitura, como también ocurre en la invocación a los dioses paganos por parte de Ortrud o en el interludio del amanecer, que enlaza con la escena coral. No lo es menos el preludio del tercero, aunque la marcha nupcial queda algo cuadriculada. Si hubiera que quedarse con algo de su lectura -formidable de todo punto- sería el absoluto control y dosificación de la tensión en los concertantes con los que finalizan los dos primeros actos y el final de la obra, así como la intervención coral de los hombres de Bravante en el segundo, tras el amanecer.
Klaus Florian Vogt (Lohengrin) pasará a la Historia por sus creaciones de los papeles wagnerianos más líricos -Lohengrin y Walther-, que lleva rodando durante más de una década por teatros de primera fila. Aquí en su intervención inicial, la despedida del cisne (Nun sei bedankt, mein lieber Schwan!), suena titubeante y con vibrato en las notas largas, reponiéndose inmediatamente. Absoluto control de dinámicas, del forte al pianissimo, con perfecta proyección de la voz y fraseo exquisito son marca de la casa en su etéreo Lohengrin. El In fernem land sonó reposado y cómodo.
Jennifer Davis realiza una notable interpretación de Elsa. Posee una voz fresca que corre bien por la partitura, con un vibrato nervioso en algunos momentos que añade excitabilidad a la parte. Posee en general buen temperamento dramático y estuvo más compenetrada con el papel en el segundo acto, con un notable dúo con Ortrud, así como en el tercero, mientras que en el primero parecía algo más retraída y apegada a la literalidad.
Georg Zeppenfeld (Rey Enrique) es uno de los grandes bajos wagnerianos de nuestros días -la trilogía bien puede estar conformada por él, Günther Groissböck y René Pape-, de timbre noble, voz firme en toda la tesitura -en un papel en que es particularmente extensa,- y exquisito fraseo.
Thomas J. Mayer se ha convertido en los últimos años en un bajo-barítono muy solicitado en el panorama internacional. No participó en el registro oficial de Nelsons en Bayreuth -fue el finés Jukka Rasilainen, un habitual del Festival en aquél momento-, pero sí cantó varios años en aquella producción. Personalmente, su voz oscura y madura no me termina de gustar, y en el caso de Telramund tiene alguna dificultad en la parte alta de la tesitura, con algún agudo calante, pero dramáticamente funciona muy bien como hombre atormentado en el segundo.
Christine Goerke (Ortrud) en los últimos años se ha ido postulando como una de las cantantes wagnerianas de referencia para los papeles de soprano dramática. Su instrumento es potente, firme y aseado. El timbre es agradable, su centro es carnoso y su agudo solvente. Si a esto le añadimos su compenetración con el papel, nos encontramos ante una interpretación sobresaliente. Su invocación a los dioses paganos es electrizante -muy bien acompañada por Nelsons- y su intervención al final de la ópera, donde tantas cantantes pasan apuros, ella lo resuelve con gran poderío e incluso alguna licencia interpretativa en el tono de la voz.
Vocalmente sólido el Heraldo del lituano Kostas Smoriginas, bajo-barítono versátil, con papeles franceses -Escamillo en Carmen, el Gran Sacerdote de Dagón en Sansón y Dalila-, italianos -Fígaro en El barbero de Sevilla- o rusos -Eugenio Oneguin o Andrei Tchelkalov en Boris Godunov-. El Heraldo es su único papel wagneriano. Su instrumento posee un centro ancho de timbre oscuro, si bien su interpretación es quizás algo monocromática.
Muy bien los cuatro nobles brabanzones, con voces con personalidad.
Competente el coro del Covent Garden, si bien, al igual que la orquesta, no puede competir con el del Festival. Las líneas son menos claras, las tesituras extremas se les presentan con mayor dificultad y su potencia y empaste, entre sí y con la orquesta, es inferior. Probablemente lo más flojo de su intervención es la marcha nupcial, ramplona de espante y con unas voces agudas tremolantes -y bastante cuadriculada por parte de Nelsons, probablemente debido al coro, pues en sus interpretaciones en Bayreuth exhibía un ritmo ágil y una sonoridad envolvente-.
En definitiva, una interpretación que tiene como principal aliciente una dirección excepcional de Andris Nelsons y un notable reparto, con la curiosidad de poder escuchar a la joven Jennifer Davis como Elsa y a la sólida Ortrud de Christine Goerke. Estas representaciones londinenses no superan a las que Nelsons dirigió en Bayreuth, pero son un buen complemento.
Minutación: Acto I: 62'15 / Acto II: 87'34 / Acto III: 62'07 / Total: 211'56 (3 h 29 min).
Todas las imágenes de este artículo son propiedad de la Royal Opera House Covent Garden (www.roh.org.uk). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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Lohengrin o el ascenso de los totalitarismos
Enfilando el final de temporada en el Covent Garden de Londres -que terminará el próximo día 21 con Falstaff de Verdi-, nos encontramos ante uno de sus eventos más destacados: una nueva producción de Lohengrin encomendada al neoyorquino David Alden y bajo la batuta de Andris Nelsons. No sólo por el acontecimiento que supone estrenar un nuevo montaje de la obra, sino por la parte musical y vocal. Frente a quienes se empeñan en desdeñar el Festival de Bayreuth, acusándolo de pérdida de calidad frente a otros teatros -algo muy habitual en la crítica española-, nos alzamos quienes creemos que Bayreuth ha sido y sigue siendo guía de la interpretación wagneriana actual -sin perjuicio de los altibajos vocales derivados de la crisis de voces wagnerianas, que sufre Bayreuth y cualquier teatro-. Y para ejemplo tenemos este Lohengrin. Andris Nelsons era una imponente promesa cuando en 2010, con tan solo treinta y dos años, llegó a Bayreuth a dirigir la nueva producción de Lohengrin debida a Hans Neuenfels -la de los ratones-. Sorprendió y obtuvo un éxito apoteósico que repitió durante los cinco años que dirigió la obra y le consagró como uno de los grandes directores wagnerianos -realmente uno de los grandes del repertorio romántico-, llegando incluso a entrar en 2015 en las quinielas para sustituir a Simon Rattle al frente de la Filarmónica de Berlín -el candidato más joven de todos los posibles-. El actual director de la Orquesta Sinfónica de Boston y de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig ha hecho suyo Lohengrin y el hecho de subirse a un podio a dirigirla la obra despierta sumo interés.
La labor de Nelsons se ve complementada con la de un elenco parcialmente coincidente con el que pudo escucharse en Bayreuth (Vogt como Lohengrin, Zeppenfeld como Rey Enrique, Thomas J. Mayer como Telramund) -¿hablamos otra vez de la pérdida de calidad de Bayreuth?- junto con Christine Goerke (Ortrud), que no cantó en aquél momento pero que será la Brunilda en el próximo Anillo de 2020 -dirigido por Daniele Gatti-. Inicialmente estaba previsto que Kristine Opolais, la esposa de Nelsons, cantase el papel de Elsa, en lo que sería su debut en un papel wagneriano. Sin embargo, la soprano canceló un mes antes del estreno. La pareja se había divorciado en el mes de marzo, si bien el comunicado emitido por el teatro fue que Opolais no podía ensayar al estar recuperándose de una intervención abdominal. La irlandesa Jennifer Davis ha sido su sustituta. Se trata de una joven cantante muy vinculada al Covent Garden, pues ha formado parte del Programa Jette Parker de Jóvenes Artísticas entre 2015 y 2017, diseñado para apoyar a jóvenes promesas en los inicios de su carrera, que de esta forma se integran en el elenco estable del teatro cantando distintos papeles secundarios. Por tanto, nos encontramos ante una artista en los inicios de su carrera pero conocedora de la casa.
El registro oficial de Nelsons en Bayreuth procede de 2011 y fue editado en vídeo por Opus Arte, quien este año ha editado el mismo registro en CD -muy recomendable, además de por la dirección, por su alta calidad de sonido, el elenco y porque así es posible evitar la discutida producción de Neuenfels-. Desconocemos si las representaciones de Londres serán editadas, pero por lo pronto, tenemos el registro procedente de la BBC, correspondiente a la última de las funciones.
El In fernem land del tercer acto está presidido por enseñas con el cisne y los colores de la bandera nazi. |
Llegada de Lohengrin en el primer acto. |
La primera impresión que tenemos desde los primeros compases es que la orquesta del Covent Garden, si bien es una orquesta de primera fila, no es la de Bayreuth. La cuerda es menos tersa y el metal menos rotundo, con varios fallos en las fanfarrias en las trompetas en el primer acto. La interpretación de Andris Nelsons se inicia reposada y atenta a los detalles tímbricos en el preludio, más ensoñador y menos mayestático que en Bayreuth -quizás por la distinta materia prima con la que cuenta aquí-, algo que también se hace patente en la entrada del protagonista o en el Mein Herr und Gott del Rey antes de dar inicio al juicio de Dios. El tempo se anima desde la entrada de Lohengrin. El conocimiento de los distintos planos sonoros y el pulso atento al drama son absolutos.
El preludio del acto segundo en manos del Nelsons es formidable. Se palpa la tensión y se siente la oscuridad, al desgranar cada detalle de la partitura, como también ocurre en la invocación a los dioses paganos por parte de Ortrud o en el interludio del amanecer, que enlaza con la escena coral. No lo es menos el preludio del tercero, aunque la marcha nupcial queda algo cuadriculada. Si hubiera que quedarse con algo de su lectura -formidable de todo punto- sería el absoluto control y dosificación de la tensión en los concertantes con los que finalizan los dos primeros actos y el final de la obra, así como la intervención coral de los hombres de Bravante en el segundo, tras el amanecer.
Lohengrin (Vogt) y Elsa (Davis) en el tercer acto. |
Georg Zeppenfeld como el Rey Enrique. |
Thomas J. Mayer se ha convertido en los últimos años en un bajo-barítono muy solicitado en el panorama internacional. No participó en el registro oficial de Nelsons en Bayreuth -fue el finés Jukka Rasilainen, un habitual del Festival en aquél momento-, pero sí cantó varios años en aquella producción. Personalmente, su voz oscura y madura no me termina de gustar, y en el caso de Telramund tiene alguna dificultad en la parte alta de la tesitura, con algún agudo calante, pero dramáticamente funciona muy bien como hombre atormentado en el segundo.
Ortrud (Goerke) y Telramund (Mayer). |
Vocalmente sólido el Heraldo del lituano Kostas Smoriginas, bajo-barítono versátil, con papeles franceses -Escamillo en Carmen, el Gran Sacerdote de Dagón en Sansón y Dalila-, italianos -Fígaro en El barbero de Sevilla- o rusos -Eugenio Oneguin o Andrei Tchelkalov en Boris Godunov-. El Heraldo es su único papel wagneriano. Su instrumento posee un centro ancho de timbre oscuro, si bien su interpretación es quizás algo monocromática.
Muy bien los cuatro nobles brabanzones, con voces con personalidad.
Competente el coro del Covent Garden, si bien, al igual que la orquesta, no puede competir con el del Festival. Las líneas son menos claras, las tesituras extremas se les presentan con mayor dificultad y su potencia y empaste, entre sí y con la orquesta, es inferior. Probablemente lo más flojo de su intervención es la marcha nupcial, ramplona de espante y con unas voces agudas tremolantes -y bastante cuadriculada por parte de Nelsons, probablemente debido al coro, pues en sus interpretaciones en Bayreuth exhibía un ritmo ágil y una sonoridad envolvente-.
En definitiva, una interpretación que tiene como principal aliciente una dirección excepcional de Andris Nelsons y un notable reparto, con la curiosidad de poder escuchar a la joven Jennifer Davis como Elsa y a la sólida Ortrud de Christine Goerke. Estas representaciones londinenses no superan a las que Nelsons dirigió en Bayreuth, pero son un buen complemento.
A partir de ahora, las retransmisiones se grabarán en el mejor formato que permita cada emisora y no se convertirán a formato .flac, pues supone un incremento de espacio que no se corresponde necesariamente con la calidad de sonido de la toma. Sólo se utilizará .flac en los casos en que la emisora emita en HD.
Esta retransmisión se ofrece en grabación digital procedente de la BBC en formato .aac a 94 kbps de valocidad variable automática (entre 86 y 120), adaptándose a la densidad sonora de cada momento para lograr la mejor calidad. Los 94 kbps en .aac equivalen a 192 kbps en mp3.
8 DE JULIO DE 2018.
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