El británico Reginald Goodall (1901-1990) fue aclamado en su tierra natal como digno sucesor de la tradición germana. De tempi lentísimos y carrera prácticamente localizada en el Reino Unido, su registro más conocido es este Parsifal grabado en estudio por EMI en 1984 -ahora editado por Warner- con los conjuntos de la Ópera de Gales y un reparto de influencia inglesa -a excepción de la Kundry de Waltraud Meier-. Su dilatada duración, de 4 horas y 50 minutos, lo convierten en el más lento de la discografía.
Dicen que los británicos tienen la mala fama de ponderar exageradamente a sus artistas en cualquier repertorio que aborden. No vamos a desprestigiar sus extraordinarias orquestas ni las grandes figuras del podio que han ido atesorando a lo largo de décadas, pero este aspecto dicen que se cumple en el caso de Reginald Goodall, a quien colocaron como digno sucesor de Hans Knappertsbusch en un tiempo -años setenta y ochenta- en que la dirección wagneriana no atravesaba su mejor momento. Ciertamente, sus dilatadísimos tempi lo aproximan a él, pero no sólo velocidades paladeadas caracterizaban al gran director wagneriano, quien tenía gran sentido de lo teatral. La ponderación de lo propio también se hace patente en el elenco, de influencia británica a excepción de la Kundry de Waltraud Meier, en la primera oportunidad que tuvo de llevar el rol al disco.
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Reginald Goodall fue un director apreciado en el Reino Unido. Estudió en el Royal College de Londres y fue organista y maestro de coro en la iglesia de San Albano de dicha ciudad. A pesar de este antecedente, su carrera estuvo muy dirigida a la ópera, estrenando dos títulos de Benjamin Britten: Peter Grimes y El rapto de Lucrecia. Amante de Wagner, con la English National Opera -probablemente la única institución de importancia a nivel mundial que sigue traduciendo las óperas a lengua materna- grabó en estudio la Tetralogía entre 1973 y 1977. Ya había grabado antes Maestros con los conjuntos de la Sadler's Wells Opera de Londres (1968) y, en 1981, grabaría Tristán en la Ópera de Gales para DECCA. El Parsifal que vamos a comentar es el registro de Goodall que ha tenido mayor difusión, si bien no es el único de esta obra, pues Opus Arte ha editado una grabación de la BBC procedente de una representación en el Covent Garden en 1971, con Jon Vickers en el papel protagonista y la curiosidad de poder escuchar a una joven Kiri Te Kanawa como una de las muchachas-flor.
Este Parsifal, registrado entre el 17 y el 25 de junio de 1984 en el Brangwyn Hall de Swansea (Gales, Reino Unido) acondicionado como estudio de grabación, es el testimonio fonográfico de la producción que Goodall dirigió en la Ópera de Gales (Cardiff) con un reparto de influencia británica encabezado por un consumado Donald McIntyre como Gurnemanz y una fulgurante Waltraud Meier como Kundry, quien había llegado a Bayreuth el año anterior para turnarse con Leonie Rysanek en el complejo papel y había salido aupada por la crítica. Cuenta con algunos ruidos de ambiente, como cuando Parsifal rompe su arco (CD1, pista 12, 3:18).
La dirección de Goodall, como hemos dicho, es de tempi dilatadísimos -4 horas y 50 minutos, con un primer acto de 2 horas y 2 minutos- hasta el punto de que hace surgir importantes dudas acerca de si es una opción a recomendar a principiantes en la obra. Goodall hace rápido a Hans Knapperstsbusch, que invirtió 4 horas y 31 minutos en su histórico Parsifal de 1951 -1 hora y 57 minutos en el primer acto- y que se aligeró a sí mismo en algo más de veinte minutos en su registro de 1962 -4 horas y 9 minutos en total, 1 hora y 47 minutos en el primer acto-. También supera a otro amante de las velocidades dilatadas, James Levine -4 horas y 38 minutos, con un primer acto de 2 horas en su registro en el Festival de Bayreuth de 1985 (Philips)-. Si comparamos a Goodall con directores ligeros, la diferencia pone los pelos de punta: Horst Stein invierte una hora menos en conjunto -3 horas y 50 minutos, 1 hora y 36 minutos el primer acto, en su grabación en vídeo en el Festival de Bayreuth de 1981, con puesta en escena de Wolfgang Wagner-, mientras que Pierre Boulez, cuando dirigió la obra en Bayreuth por segunda vez, en 2004, invirtió 3 horas y 42 minutos, arrojando el primer acto una duración de 1 hora y 33 minutos. Aun así, la grabación está editada en cuatro compactos realizando el paso entre ellos en los momentos acostumbrados -así, en el primer acto tras quedarse dormida Kundry; en el segundo en la transición orquestal a la escena de las muchachas-flor y en el tercero con la entrada de Parsifal-.
Los conjuntos de la Ópera de Gales realizan un trabajo competente, beneficiados por una excelente toma de sonido digital a cuyo frente se situó el ingeniero Stuart Eltham, de los estudios de Abbey Road de Londres. Ciertamente las cuerdas no presentan ese terciopelo denso ni los metales esa rotundidad mayestática que caracteriza a la orquesta de Bayreuth, pero todo suena empastado y equilibrado. En las notas que acompañan a la grabación, el productor, David R. Murray, explica cómo lograron la nitidez y presencia que tienen las arpas en este registro -sobre todo al final de la obra-, y fue colocándolas al frente de la orquesta -algo que sólo puede realizarse en una grabación de estudio, pero cuyo resultado es muy agradecido-.
A nivel interpretativo, el trabajo de Goodall -semanas antes de cumplir los ochenta y cuatro años, nada menos- es competente y no hay duda de que siente y aprecia la obra wagneriana. Trabaja el colorido orquestal con mano de orfebre, la superposición de los diferentes planos sonoros resulta muy atractiva y conoce los entresijos de la compleja partitura hasta el punto de que seguirle partitura en mano es muy cómodo. No obstante, el resultado no llega a ser totalmente redondo, pues no podemos olvidar que estamos ante un drama, una obra escénica, y no música absoluta. Así, sus tempi dilatados y su embelesamiento sonoro -parece que se escucha a sí mismo aunque, eso sí, fiel a Wagner, sin efectismos vanos- resultan muy adecuados para los pasajes místicos y las intervenciones corales -se nota su experiencia como director de coro-. En estos pasajes me recuerda a Georg Tintner, el director austríaco que, con orquestas anglosajonas de segunda fila, consiguió grabar una excelente integral de las sinfonías de Bruckner a mediados de los noventa para Naxos, sin preocupaciones y cincelando cómodamente el mármol orquestal -aunque sin llegar a las lentitudes de Goodall-. Pero en otros momentos hay caídas de tensión y el discurso se hace lánguido. No obstante, no creemos que su trabajo sea tan aburrido como Ángel Fernando Mayo nos cuenta en su Guía Wagner y, si bien prácticamente no hay labor dramática en su dirección, sí la hay, y mucha, en el colorido orquestal, y con una orquesta de segunda fila que con este trabajo probablemente rindió por encima de sus posibilidades y se adaptó perfectamente a lo que pedía Goodall.
El elenco es irregular. Indudablemente sobresale Waltraud Meier como una excelente Kundry, de voz tersa e ímpetu dramático, que sube al agudo con seguridad. Dirige su seducción al valentoso Parsifal de Warren Ellsworth, fallecido prematuramente y quien contaba con buenos mimbres wagnerianos, aunque su interpretación no termina de ser absolutamente redonda -mejor en su faceta dramática del segundo acto que en las sutilezas del tercero-. El Klingsor de Nicholas Folwell, un punto liviano pero de buena voz, resulta atractivo, lo que provoca que el segundo acto, aun no siendo el que mejor se adapta a la concepción de Goodall, destaque en lo vocal sobre los otros dos. Curiosamente, el mayor lunar lo protagoniza un wagneriano consumado, Donald McIntyre, como un Gurnemanz que no llega a compenetrarse totalmente con el papel, falto de serenidad, de fraseo bastante rudimentario y de voz nasal por momentos. Correcto sin más el Amfortas de Philip Joll e insuficiente el Titurel de David Gwynne.
El preludio, de 13:50 minutos, está expuesto con maestría: claridad de líneas, atención a los detalles tímbricos de cada sección -maderas destacadamente- y a las diferentes entradas de instrumentos -resulta muy agradable escuchar la verticalidad armónica en las segundas voces pero sin perder la adecuada articulación en la horizontalidad-. Es curioso como en una interpretación tan dilatada, el motivo de la fe en los metales aparece expuesto, comparativamente, a bastante velocidad -lo mismo tras la primera intervención de Gurnemanz (pista 2)-. Quizás se echa de menos algo más de fuerza en el clímax de los metales (pista 1, 8:09), no sabiendo si se debe a la materia prima orquestal o al director.
Entre los momentos orquestales de mejor acabado del primer acto destacamos la entrada de Parsifal (pista 11), donde se escucha perfectamente el entramado orquestal; el enfado de Gurnemanz por la muerte del cisne (pista 12, 1:03) -nitidísimas arpas-; y, sobre todo, toda la escena de la transformación y la sala del Grial (CD2, pistas 2 y 3), donde Goodall, con pulso místico y sereno, va desgranando todos los motivos. Por contra, los largos monólogos de Gurnemanz no terminan de tener un acabo perfecto, ni el sufrimiento de Amfortas, con una orquesta lánguida y sin acentos.
El segundo acto es el que más sorprende por su lentitud, al ser el más dramático. El preludio parece otro a la velocidad que se toma Goodall (CD2, pista 10). No hay tensión, aunque sí se genera cierta incertidumbre. La escena de Klingsor resulta plana y no hay rastro de nigromancia. La escena de las muchachas-flor, a tempo dilatado, sin embargo, sí me consigue convencer, sin perder pulso y con una extraordinaria nitidez de planos sonoros. El dúo con Kundry, estático, llega a su culmen con el Amfortas! Die Wunde! como si por allí no pasara nada, con la batuta extasiada en el puro hedonismo sonoro.
El preludio del acto tercero resulta interesante por la nitidez con que Goodall va exponiendo los distintos planos sonoros. Tranquilo y sereno, no tengo sensación de pesadez, si de un cierto extasiamiento que no me disgusta, salvo en aquellos pasajes de tensión, como la transición hacia la Sala del Grial, el desasosiego de los dos coros masculinos -el que porta el Grial y el que pora a Amfortas- o el desgarrador lamento de éste, donde la batuta, una vez más, parece más preocupada por la sonoridad en sí misma, que por el drama.
Donald McIntyre no me termina de convencer como Gurnemanz. No tanto por tesitura, pues en general se muestra cómodo, aunque en algunos momentos la voz cambia de color en la zona alta, como por el timbre de voz, nasal por momentos, y su faceta interpretativa. Gurnemanz requiere una voz noble y un talante sereno para afrontar con éxito sus largos monólogos, y me parece que McIntyre está más cómodo en papeles atormentados. Nótese la falta de nobleza, cercana al llanto fácil, en Oh weh! Wie trag' ich's im Gemüte... al verse acercar a Amfortas en la litera (CD1, pista 3, 2:14). En su monólogo del primer acto hay frases dichas con cierto automatismo (pista 5, 1:57), al subir al agudo hay sonoridades nasales y tampoco es que la batuta, lánguida, contribuya a dar tensión a su narración. Se encuentra más cómodo en los momentos más introspectivos que en los clímax, pues algunas frases están muy bien cantadas, como cuando se pone a recordar cómo Titurel encontró a Kundry (Ja, wann oft lange sie uns ferne blieb, pista 5, 5:27), con un temeroso susurro, jugando con la media voz. Lástima que las últimas frases con que interroga a Parsifal al final del primer acto sean tan pedestres (CD2, pista 9), rompiendo con la atmósfera de recogimiento. En el acto tercero su intervención es similar. Se hecha en falta una voz más serena, una línea de canto menos nasalizada y mayor elegancia en el fraseo.
Warren Ellsworth (Parsifal), fallecido prematuramente en 1993 a los cuarenta y dos años, tuvo una carrera breve y prácticamente toda ella focalizada en la Ópera de Gales, en cuyo elenco se integró. En 1989 pasó a formar parte del elenco de la Deustche Oper de Berlín, donde cantó Erik, Lohengrin, Sigmundo y Parsifal. Este Parsifal es el único registro que nos ha llegado de él. Su voz tiene indudable estilo wagneriano, con centro viril y algo apurado en la zona alta, componiendo una caracterización impetuosa del personaje. Su mejor intervención tiene lugar en el segundo acto, convincente en el dúo con Kundry y llegando a su culmen con su intervención larga en el Amfortas, Die Wunde! (CD3, pista 9), muy sólida y emotiva. En el tercer acto no alcanza el mismo nivel, pues en las frases iniciales, donde tiene que hacer uso del registro grave, la voz se torna fea -por ejemplo, da dieses Waldes Rauschen / wieder ich vernehme (CD4, pista 3, 1:28)-, y en el Und ich, ich bin's, der all dies Elend schuf! (pista 6) se acerca peligrosamente al berrido. En el bautismo de Kundry suena inseguro (pista 8, 4:54) y los Encantamientos de Viernes Santo carecen de lirismo. Por contra, las frases más dramáticas y en forte le quedan mejor -así, O wehe des höchsten Schmerzentags! (pista 9, 2:29). Su intervención final, teniendo cuidado en no evidenciar sus limitaciones en el agudo, resulta convincente, rematando su intervención en un piano subito muy bello Enthüllet den Gral, öffnet den Schrein! (pista 15, 4:30).
Waltraud Meier (Kundry), al inicio de su fulgurante carrera, descubre sus extraordinarias dotes vocales e interpretativas desde su primera intervención. Dúctil, de voz carnosa, ambigua pero dejando entrever la faceta seductora que mostrará en el segundo acto, donde resulta desbordante de temperamento. Las características de su voz son ya conocidas. Su centro es firme, con ciertas sonoridades plateadas, y facilita la subida al agudo con un vibrato rápido bastante atractivo.
Philip Joll es un correcto Amfortas, de voz no muy grande pero manejada con oficio. Su sufrimiento resulta algo frío, pero probablemente podría sonar más dramático con un acompañamiento orquestal más incisivo y menos plano. Sus Erbarmen! (CD2, pista 6, 3:10) están bien cantados, pero pierden fuerza ante el lánguido sonido orquestal, limado y sin acentos. En su intervención en el tercer acto tampoco hay mucho que añadir.
David Gwynne es un Titurel demasiado liviano, vocal y dramáticamente. No hay graves resonantes, ni visos de orden a su hijo ni férrea personalidad, aunque la batuta tampoco acompaña -escúchense los lánguidos metales cuando el anciano rey ordena descubrir el Grial por primera vez (CD2, pista 4, 2:58)-.
Nicholas Folwell compone un competente Klingsor, de voz un punto diáfana pero firme e, incluso con un punto de nobleza, alejado de histrionismos y visiones caricaturizadas.
Todos los secundarios resultan solventes: los caballeros de Timothy German y William Mackie; los escuderos de Mary Davies, Margaret Morgan, Johan Harris y Neville Ackerman; y las muchachas-flor de Elizabeth Ritchie, Christine Teare, Kathryn Harries (quien también canta el solo del primer acto), Rita Cullis, Elizabeth Collier y Catriona Bell.
En conclusión, un Parsifal muy personal, fruto de la forma de entender a Wagner que tenía Reginald Goodall, con una orquesta local y un reparto doméstico -si exceptuamos a Waltraud Meier y consideramos que Donald McIntyre ya era un artista internacional-, que rinde bien dentro de sus posibilidades y que es disfrutable dentro de su lógica interna. Es, ante todo, un Parsifal para deleitarse en los entresijos de la partitura, en su propia belleza sonora, por lo que no lo creemos recomendable para los recién llegados a la obra ni tampoco para quienes busquen el aliento dramático. Para quienes quieran disfrutar de las armonías y del color orquestal wagneriano, su escucha no les defraudará.
JUNIO DE 2018.
Este Parsifal, registrado entre el 17 y el 25 de junio de 1984 en el Brangwyn Hall de Swansea (Gales, Reino Unido) acondicionado como estudio de grabación, es el testimonio fonográfico de la producción que Goodall dirigió en la Ópera de Gales (Cardiff) con un reparto de influencia británica encabezado por un consumado Donald McIntyre como Gurnemanz y una fulgurante Waltraud Meier como Kundry, quien había llegado a Bayreuth el año anterior para turnarse con Leonie Rysanek en el complejo papel y había salido aupada por la crítica. Cuenta con algunos ruidos de ambiente, como cuando Parsifal rompe su arco (CD1, pista 12, 3:18).
La sala del Grial en el primer acto, en las representaciones que se ofrecieron en la Ópera de Gales. |
La dirección de Goodall, como hemos dicho, es de tempi dilatadísimos -4 horas y 50 minutos, con un primer acto de 2 horas y 2 minutos- hasta el punto de que hace surgir importantes dudas acerca de si es una opción a recomendar a principiantes en la obra. Goodall hace rápido a Hans Knapperstsbusch, que invirtió 4 horas y 31 minutos en su histórico Parsifal de 1951 -1 hora y 57 minutos en el primer acto- y que se aligeró a sí mismo en algo más de veinte minutos en su registro de 1962 -4 horas y 9 minutos en total, 1 hora y 47 minutos en el primer acto-. También supera a otro amante de las velocidades dilatadas, James Levine -4 horas y 38 minutos, con un primer acto de 2 horas en su registro en el Festival de Bayreuth de 1985 (Philips)-. Si comparamos a Goodall con directores ligeros, la diferencia pone los pelos de punta: Horst Stein invierte una hora menos en conjunto -3 horas y 50 minutos, 1 hora y 36 minutos el primer acto, en su grabación en vídeo en el Festival de Bayreuth de 1981, con puesta en escena de Wolfgang Wagner-, mientras que Pierre Boulez, cuando dirigió la obra en Bayreuth por segunda vez, en 2004, invirtió 3 horas y 42 minutos, arrojando el primer acto una duración de 1 hora y 33 minutos. Aun así, la grabación está editada en cuatro compactos realizando el paso entre ellos en los momentos acostumbrados -así, en el primer acto tras quedarse dormida Kundry; en el segundo en la transición orquestal a la escena de las muchachas-flor y en el tercero con la entrada de Parsifal-.
Los conjuntos de la Ópera de Gales realizan un trabajo competente, beneficiados por una excelente toma de sonido digital a cuyo frente se situó el ingeniero Stuart Eltham, de los estudios de Abbey Road de Londres. Ciertamente las cuerdas no presentan ese terciopelo denso ni los metales esa rotundidad mayestática que caracteriza a la orquesta de Bayreuth, pero todo suena empastado y equilibrado. En las notas que acompañan a la grabación, el productor, David R. Murray, explica cómo lograron la nitidez y presencia que tienen las arpas en este registro -sobre todo al final de la obra-, y fue colocándolas al frente de la orquesta -algo que sólo puede realizarse en una grabación de estudio, pero cuyo resultado es muy agradecido-.
Reginald Goodall, durante la grabación. |
Waltraud Meier como Kundry. |
El preludio, de 13:50 minutos, está expuesto con maestría: claridad de líneas, atención a los detalles tímbricos de cada sección -maderas destacadamente- y a las diferentes entradas de instrumentos -resulta muy agradable escuchar la verticalidad armónica en las segundas voces pero sin perder la adecuada articulación en la horizontalidad-. Es curioso como en una interpretación tan dilatada, el motivo de la fe en los metales aparece expuesto, comparativamente, a bastante velocidad -lo mismo tras la primera intervención de Gurnemanz (pista 2)-. Quizás se echa de menos algo más de fuerza en el clímax de los metales (pista 1, 8:09), no sabiendo si se debe a la materia prima orquestal o al director.
Entre los momentos orquestales de mejor acabado del primer acto destacamos la entrada de Parsifal (pista 11), donde se escucha perfectamente el entramado orquestal; el enfado de Gurnemanz por la muerte del cisne (pista 12, 1:03) -nitidísimas arpas-; y, sobre todo, toda la escena de la transformación y la sala del Grial (CD2, pistas 2 y 3), donde Goodall, con pulso místico y sereno, va desgranando todos los motivos. Por contra, los largos monólogos de Gurnemanz no terminan de tener un acabo perfecto, ni el sufrimiento de Amfortas, con una orquesta lánguida y sin acentos.
El segundo acto es el que más sorprende por su lentitud, al ser el más dramático. El preludio parece otro a la velocidad que se toma Goodall (CD2, pista 10). No hay tensión, aunque sí se genera cierta incertidumbre. La escena de Klingsor resulta plana y no hay rastro de nigromancia. La escena de las muchachas-flor, a tempo dilatado, sin embargo, sí me consigue convencer, sin perder pulso y con una extraordinaria nitidez de planos sonoros. El dúo con Kundry, estático, llega a su culmen con el Amfortas! Die Wunde! como si por allí no pasara nada, con la batuta extasiada en el puro hedonismo sonoro.
El preludio del acto tercero resulta interesante por la nitidez con que Goodall va exponiendo los distintos planos sonoros. Tranquilo y sereno, no tengo sensación de pesadez, si de un cierto extasiamiento que no me disgusta, salvo en aquellos pasajes de tensión, como la transición hacia la Sala del Grial, el desasosiego de los dos coros masculinos -el que porta el Grial y el que pora a Amfortas- o el desgarrador lamento de éste, donde la batuta, una vez más, parece más preocupada por la sonoridad en sí misma, que por el drama.
Donald McIntyre no me termina de convencer como Gurnemanz. No tanto por tesitura, pues en general se muestra cómodo, aunque en algunos momentos la voz cambia de color en la zona alta, como por el timbre de voz, nasal por momentos, y su faceta interpretativa. Gurnemanz requiere una voz noble y un talante sereno para afrontar con éxito sus largos monólogos, y me parece que McIntyre está más cómodo en papeles atormentados. Nótese la falta de nobleza, cercana al llanto fácil, en Oh weh! Wie trag' ich's im Gemüte... al verse acercar a Amfortas en la litera (CD1, pista 3, 2:14). En su monólogo del primer acto hay frases dichas con cierto automatismo (pista 5, 1:57), al subir al agudo hay sonoridades nasales y tampoco es que la batuta, lánguida, contribuya a dar tensión a su narración. Se encuentra más cómodo en los momentos más introspectivos que en los clímax, pues algunas frases están muy bien cantadas, como cuando se pone a recordar cómo Titurel encontró a Kundry (Ja, wann oft lange sie uns ferne blieb, pista 5, 5:27), con un temeroso susurro, jugando con la media voz. Lástima que las últimas frases con que interroga a Parsifal al final del primer acto sean tan pedestres (CD2, pista 9), rompiendo con la atmósfera de recogimiento. En el acto tercero su intervención es similar. Se hecha en falta una voz más serena, una línea de canto menos nasalizada y mayor elegancia en el fraseo.
Warren Ellsworth como Parsifal. |
Waltraud Meier (Kundry), al inicio de su fulgurante carrera, descubre sus extraordinarias dotes vocales e interpretativas desde su primera intervención. Dúctil, de voz carnosa, ambigua pero dejando entrever la faceta seductora que mostrará en el segundo acto, donde resulta desbordante de temperamento. Las características de su voz son ya conocidas. Su centro es firme, con ciertas sonoridades plateadas, y facilita la subida al agudo con un vibrato rápido bastante atractivo.
Philip Joll como Amfortas. |
Philip Joll es un correcto Amfortas, de voz no muy grande pero manejada con oficio. Su sufrimiento resulta algo frío, pero probablemente podría sonar más dramático con un acompañamiento orquestal más incisivo y menos plano. Sus Erbarmen! (CD2, pista 6, 3:10) están bien cantados, pero pierden fuerza ante el lánguido sonido orquestal, limado y sin acentos. En su intervención en el tercer acto tampoco hay mucho que añadir.
David Gwynne es un Titurel demasiado liviano, vocal y dramáticamente. No hay graves resonantes, ni visos de orden a su hijo ni férrea personalidad, aunque la batuta tampoco acompaña -escúchense los lánguidos metales cuando el anciano rey ordena descubrir el Grial por primera vez (CD2, pista 4, 2:58)-.
Nicholas Folwell compone un competente Klingsor, de voz un punto diáfana pero firme e, incluso con un punto de nobleza, alejado de histrionismos y visiones caricaturizadas.
Todos los secundarios resultan solventes: los caballeros de Timothy German y William Mackie; los escuderos de Mary Davies, Margaret Morgan, Johan Harris y Neville Ackerman; y las muchachas-flor de Elizabeth Ritchie, Christine Teare, Kathryn Harries (quien también canta el solo del primer acto), Rita Cullis, Elizabeth Collier y Catriona Bell.
En conclusión, un Parsifal muy personal, fruto de la forma de entender a Wagner que tenía Reginald Goodall, con una orquesta local y un reparto doméstico -si exceptuamos a Waltraud Meier y consideramos que Donald McIntyre ya era un artista internacional-, que rinde bien dentro de sus posibilidades y que es disfrutable dentro de su lógica interna. Es, ante todo, un Parsifal para deleitarse en los entresijos de la partitura, en su propia belleza sonora, por lo que no lo creemos recomendable para los recién llegados a la obra ni tampoco para quienes busquen el aliento dramático. Para quienes quieran disfrutar de las armonías y del color orquestal wagneriano, su escucha no les defraudará.
JUNIO DE 2018.
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