Finalizamos el análisis del Anillo de estudio de Karajan con el Ocaso.
Entre el 10 de octubre y el 29 de diciembre de 1969 se registró, en la Jesus Christus Kirche de Berlín, el Ocaso con el que Karajan puso fin a su personal Tetralogía. Tras sus errores de reparto y concepción en el Oro y en Sigfrido, en el Ocaso recondujo las cosas. Por un lado, rescató a Thomas Stewart como Gunther y a Gundula Janowitz como Gutrune, a quien propuso preparar el papel -tenía que haberle propuesto también el de Freia-. Prescindió de Jess Thomas y optó por Helge Brillioth para el protagonista. El trío de nornas lució a buen nivel y las ondinas son las mismas que en el Oro, a excepción de Woglinde, donde no pudo contar con Helen Donath -probablemente por el nacimiento de su hijo, que también le obligó a aplazar su debut en el Metropolitan, pues sí acudió a las posteriores representaciones de Salzburgo-, siendo sustituida por Liselotte Rebmann, que había sido Gerhilde en Valquiria. Mantuvo a Helga Dernesch como Brunilda, si bien aquí está más compenetrada con el rol.
El breve Preludio se beneficia de una lectura parsimoniosa donde las líneas fluyen con claridad, como si de un sueño se tratase. La escena de las nornas se inicia a tempo lento y sonoridad un punto velada para ir ganando brillo según avanza el relato, pasando a un interludio magnífico por su épica y su sonoridad preciosista en los violines. El dúo de los protagonistas se desarrolla bajo una atmósfera suave y cantábile de gran belleza -delicados vientos en la intervención inicial de Brunilda, nótese los clarinetes en CD1, pista 4, a partir de 0:48, trompas a partir de 1:05 y oboe a partir de 1:09 y de 1:25- y no exenta de pasión, culminando con un excelente viaje de Sigfrido por el Rhin, limpio y a la vez brillante y con impulso -arrojado el solo de trompa, nótese la claridad con que se escucha el glockenspiel (CD1, pista 6, 1:24), la modulación de fa a la mayor o el fluir de los violines (2:12) en unas sonoridades que me recuerdan al Moldava de Smetana-. Toda la escena de la sala de los gibichungos se desarrolla a buen tempo, fluyendo la música hacia delante y con cierta agilidad dramática. No encontraremos ese narrador atento que es Solti, pero sí un discurso coherente y efectivo, vibrante por momentos -entrada de Sigfrido, salida con Gunther-. El segundo interludio posee un pathos bien conseguido, a partir de una lectura serena, llevándonos a una escena en la roca de la valquiria un tanto velada y crepuscular más que épica.
Ensayo del segundo acto del Ocaso en Salzburgo |
Karajan da instrucciones escénicas a Brillioth |
Thomas Stewart tenía ya mucha experiencia con el rol de Gunther, que venía interpretando en Bayreuth desde 1960 y que aquél verano había cantado con Lorin Maazel en el Festival. La interpretación es muy matizada, alejada de nobleza pero no descuidada. A través de las inflexiones de la voz escuchamos la inseguridad del personaje o su impaciencia cuando Hagen le habla de Brunilda. En el saludo a Sigfrido en el primer acto suena un poco apurado por arriba, como también en su posterior saludo a Sigfrido y Gutrune en el segundo.
Karajan explica el movimiento escénico de la muerte de Sigfrido (Brillioth) a Hagen (Ridderbusch) |
Zoltán Kelemen desarrolla un Alberich con una voz con la anchura suficiente y conveniente caracterizada al inicio de su intervención como si emergiera de los sueños de Hagen. Su Alberich es sutil y brumoso, muy efectivo.
Solvente trío de nornas, destacando una excepcional segunda norna de Christa Ludwig que pone los pelos de punta, quien también se ocupa del papel de Waltraute, como ya hiciera en el Ocaso de Solti, si bien aquí la dirección es más pausada y resignada, no resultando su interpretación tan electrizante como en el registro del húngaro. La tercera está encomendada a Catarina Ligendza, otra voz de entidad. Comienza un poco fría su entrada, pero después depara también momentos magníficos. Correcta la primera, encomendada a Lili Chookasian. Muy homogéneo y efectivo el trío de ondinas
Muy bien el coro de la Deutsche Oper de Berlín, dirigido por Walter Hagen-Gröll, potente e incisivo, acompañado de un Karajan desbordante y con una orquesta opulenta que da una respuesta directa, alejada de cualquier manierismo, si bien su entrada es un tanto artificiosa, pues la toma les sitúa alejados y se van aproximando y, tras la intervención de Gunther, el último acorde tiene un crescendo de efectismo vacuo.
Concluida la escucha de esta Tetralogía, lo primero que me viene a la cabeza es que estamos ante un Anillo de escenas o momentos. Escenas o momentos de excelente nivel y, por tanto, de obligado conocimiento: la primera escena del Oro, el primer acto de La Valquiria, la cabalgata, los adioses de Wotan, el prólogo del Ocaso, la escena central del segundo acto o la escena de la inmolación. Pero también hay momentos donde la batuta carece de aliento dramático y todo es una pulcra sucesión de notas -escenas tercera y cuarta del Oro, preludio de Sigfrido, escena de Erda...-. Tomando cada obra en conjunto, sólo La Valquiria constituye una aportación destacada a la discografía de la obra, y el Ocaso con ciertos reparos al primer acto. Lo demás parecen escenas de concierto en vez de un drama completo, lo que provoca que como Tetralogía no funcione. Vocalmente tampoco hay unidad, concentrándose las mejores bazas vocales en Valquiria: Vickers, Talvela, Stewart, Crespin y Veasey; con Brillioth, Janowitz y Ludwig en el Ocaso. Es cierto que también destacan los gigantes de Talvela y Ridderbusch, pero no consiguen levantar por si solos el Oro. Relata Oswald Georg Bauer en su extensa Historia del Festival de Bayreuth que, en 1969, último año en que pudo verse el segundo Anillo de Wieland, tras los abucheos que cosechó Lorin Maazel, el certamen empezó a tener miedo del Bayreuth que estaba construyendo Karajan en Salzburgo1. Hoy disponemos de grabaciones no oficiales de ambas Tetralogías (Opera Depot), y escuchadas objetivamente, la de Bayreuth resulta mucho más coherente e idiomática. En diciembre de 1992, la revista Scherzo realizó un especial titulado Las 100 mejores óperas en disco. Ángel-Fernando Mayo se ocupó de los títulos wagnerianos, y respecto a esta Tetralogía indicó: Es evidente que Karajan se había propuesto hacer otro Wagner a partir de los excepcionales medios que le proporcionaban la Filarmónica de Berlín y el Festival de Pascua de Salzburgo, creado por él. Seleccionó dos cantantes para cada uno de los papeles de Wotan-Viandante, Siegfried y Brünnhilde (el rôle joven y el viejo, por decirlo así). Impuesto al conjunto de voces una dicción blanda, con escaso apoyo en la acentuación mediante la aliteración del verso (procedimiento característico de Wagner). Exigió una gran diversidad expresiva del parlato, que guarda así poca relación con la gran línea del recitativo wagneriano. Procuró huir de los acentos fuertes del énfasis añadido. Jugó la baza de una orquesta de instrumentos solistas antes que de bloque. Los resultados tenían que ser por fuerza problemáticos. Esta afirmación me parece más completa que su declaración en su Guía Wagner de que este Anillo había envejecido mal. Yo no hablaría de envejecimiento, sino directamente de una visión demasiado personal y rebuscada. Maazel no era un director wagneriano, y su acercamiento a la Tetralogía aconteció demasiado pronto, con la vasta partitura sin madurar, pero no hay duda de que suena a Wagner y el reparto es claramente wagneriano. Karajan intentó realizar una lectura luminosa, limpia y cantábile, pero en la búsqueda del detalle perdió el sentido del conjunto. Intentos como los de Krauss (1953, Orfeo) y Böhm (1966-67, DG) son mucho más coherentes con la obra. Pese a todo, el Anillo de Karajan se ha mantenido siempre presente en el mercado y a un precio muy razonable, aunque su interés radica en las escenas que hemos indicado.
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