Crítica: El Holandés Errante de Bayreuth 2018

EL HOLANDÉS ERRANTE / Festival de Bayreuth, tercera representación, 7 de agosto de 2018
Producción de Jan Philipp Gloger estrenada en 2012 / Decorados: Christoph Hetzer. Vestuario: Karin Jud. Dramaturgia: Sophie Becker. Luces: Urs Schönebaum. Vídeo: Martin Eidenberger
Dirección musical de Axel Kober (director del coro: Eberhard Friedrich)
Reparto: Peter Rose (Daland), Ricarda Merbeth (Senta), Tomislav Mužek (Erik), Christa Mayer (Mary), Rainer Trost (timonel), John Lundgren (Holandés)
Todas las imágenes de este artículo son propiedad del Festival de Bayreuth (www.bayreuther-festspiele.de). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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Despedida resultona de un Holandés que podía haber navegado mucho mejor en escena

               El pasado 7 de agosto tuve la oportunidad de escuchar en el Festspielhaus de Bayreuth la tercera de las seis representaciones que se están ofreciendo en 2018 en el Festival. Obtener entradas no resultó nada complicado. A diferencia de otros eventos famosos, como el Concierto de Año Nuevo de Viena, el sistema de adjudicación de entradas en Bayreuth es, en los últimos años, y tras medidas tomadas a instancias del Gobierno de Baviera, mucho más transparente. Un 30% por cierto de las entradas no se destinan al clásico sistema de lista de espera con formulario, sino que salen directamente a la venta por internet en el mes de febrero. Algo que en gran medida resta sentido al clásico formulario a reenviar año tras año, pues con una taquilla digital cualquier persona puede acercarse a comprar -cuestión distinta es que las entradas se agoten en pocas horas-. Como el sistema de formulario es lento y no se completa hasta que, una vez recibida la respuesta afirmativa, el interesado paga, un cierto cupo de entradas finalmente no es pagado, por las razones que sean, y éstas salen a la venta por internet a principios de julio. 

               Que ya no haya que esperar años de espera y estar en la incertidumbre de si habrá entradas no me parece ningún síntoma de decadencia del Festival pese a lo que algunos se empeñan en repetir. Hasta hace unos años había un buen cupo de entradas reservadas para asociaciones wagnerianas, sindicatos de determinados sectores profesionales -una reminiscencia de tiempos pasados, que llegaba a incluir funciones exclusivas, sin apertura al público general- y autoridades en general. Eran conocidos los casos de personas que, curiosamente, año tras año, tenían entradas disponibles mientras otros acudían una vez cada diez años. Prácticas que se han reducido notablemente tras las advertencias del Gobierno de Baviera sobre la política de entradas. No había venta por internet y todo se reducía al secretismo del formulario, sin poder saber cuántas entradas se ponían realmente a la venta y para qué representaciones. Ahora todo es más transparente y accesible y el público puede planificar su asistencia a Bayreuth sin necesidad de saber su agenda con años de antelación. Que las personas de a pie puedan decidir acudir a Bayreuth prácticamente todos los años si lo desean y planificándolo con unos pocos meses de antelación y sin tener que acudir a la reventa es un gran avance. Un sistema infinitamente más eficaz que, por ejemplo, el del Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena -un sorteo determina quiénes son los agraciados con una entrada-. Además, Bayreuth acapara mucho más interés por parte del público -el Concierto de Año Nuevo consta solo de tres funciones: 30 y 31 de diciembre y 1 de enero, y para las dos primeras es fácil encontrar entradas disponibles aun en el mes de noviembre y directamente en taquilla o por internet-. Curiosamente, nadie dice que el Concierto de Año Nuevo de Viena esté en crisis, pero Bayreuth, para algunos sí. Ganas de hablar por hablar.

               Así las cosas, el 4 de julio a las seis de la tarde salieron esas últimas entradas a la venta por internet. Las había disponibles para las seis obras en cartel -si bien no para todas las funciones ni tampoco para todas las zonas-. Como por aquellos días había planificado un viaje a Baviera y una de las paradas de mi viaje era Nuremberg, acudir a Bayreuth desde allí era tarea muy sencilla. Para quienes lo desconozcan, la ciudad grande más próxima a Bayreuth es Nuremberg, desde donde salen trenes cada hora. La línea Nuremberg-Bayreuth está sin electrificar y son unos regionales diésel razonablemente cómodos los que cubren el trayecto en un lapso de 55 minutos, atravesando un paisaje agradable. Ir desde Munich es más cansado, pues Munich-Nuremberg supone 1 hora y 45 minutos en tren -en alta velocidad, con el ICE, 1 hora-, aunque también hay frecuencias a todas las horas. El problema era que yo no tenía intención de hacer noche en Bayreuth -algo impensable de organizar a tres semanas de inicio del Festival- ni tampoco tenía un coche alquilado para poder alojarme en alguna de las localidades limítrofes, pues me movía en tren. Tenía previsto llegar a Nuremberg el 6 de agosto, por lo que subir a Bayreuth ese día era bastante precipitado, quedándome disponibles para ello los días 7 y 8. El 7 programaban Holandés y el 8 Parsifal. Sin lugar a dudas hubiera optado por Parsifal -por la especialidad acústica de la sala, por director, por elenco y por montaje-, pero sabiendo que Bychkov es un director dado a tempi dilatados no podía arriesgarme. El último tren para Nuremberg sale a las 22:20 y la estación dista quince minutos andando del Festspielhaus -se ve desde ésta, pero la subida a la Verde Colina es prolongada-. De hecho, cuando comenzó el Festival, las informaciones que dieron era que finalizaba a las 22:10 -pero en el momento de comprar las entradas todo eran suposiciones-. Hubiera podido asistir a Lohengrin, que nunca finaliza más allá de las diez de la noche -este año, 21:25 según el Festival, dados los tempi ligeros de Thielemann-, pero ese día llegaba a Nuremberg y suponía tener que estar en Bayreuth, como muy tarde, a las 15:30, por lo que suponía hacer encaje de bolillos con los horarios de los trenes y no poder pasar apenas tiempo en la ciudad.

                 Me encontraba situado en la tercera fila del Balcón, butaca 19, que corresponde a la parte central (zona E3). El Festspielhaus está distribuido en las siguientes zonas: una enorme platea en forma de abanico (Parqué, donde se sitúan las entradas más caras) y tres niveles al fondo de la sala: Logia, Balcón y Galería. Logia posee cuatro filas de butacas, Balcón cinco y Galería únicamente dos. Sobre la incomodidad de las butacas se ha escrito mucho y a veces repitiendo continuamente tópicos trasnochados. Se dice que las butacas son estrechas. Comparadas con las de un teatro decimonónico, con esos butacones rojos anchos y mullidos, sí. Si las comparamos con las butacas de un moderno auditorio, donde cada vez se busca más aprovechar el espacio, no hay apenas diferencias. En cuanto a su incomodidad, indicar que sólo las de Parqué están sin almohadillar. Las de los niveles frontales poseen almohadillado rojo. Sobre la temperatura, es cierto que no hay aire acondicionado y que la temperatura de la sala puede alcanzar cifras importantes. Esto se hace especialmente patente en las filas más encajonadas -cuarta y quinta fila de Logia o en el nivel superior, Galería-. Al Festspielhaus no se permite acceder con botellas ni con bolsos voluminosos, sí con pequeños bolsos en los cuales hay personas que incluyen disimuladamente una botella de agua.


Daland (Rose), el Timonel (Trost) y el Holandés (Lundgren).
               Quienes siguen el blog saben que no me gusta la producción del Holandés de Jan Philipp Gloger, estrenada en 2012 y que este año se repone por última vez. Es ocura, insustancial, usa un drama romántico para hacer una crítica a la sociedad postindustrial y al neoliberalismo, donde los intereses económicos marcan el camino a seguir. En la reseña de la retransmisión radiofónica se explica someramente el montaje. En vivo sorprende el primer acto, una suerte de terminal de aeropuerto -o de terminal espacial a lo guerra de las galaxias- negra, con todo tipo de circuitos y códigos, que sobrecoge cuando el Holandés hacer su entrada -¿quizás un poco a lo Darth Vader?- imponente, hierático y frío. Los actos segundo y tercero son funcionales y muy austeros, delimitado el espacio escénico por una serie de barras con cortinas propias de una fábrica, lo que hace que una parte del grandísimo escenario no se utilice sin que dé la sensación de vacío. El montaje no molesta especialmente, pues afortunadamente la dirección de actores es bastante natural, evitando movimientos exagerados y aspavientos que tanto gustan a los directores de escena actuales.

                La visión desde todos los ángulos del Festspielhaus es buena, dada la estructura en forma de abanico y el doble proscenio de la boca del escenario. Desde el Balcón es posible ver algo de luz que se filtra por los laterales del foso, como procedente del abismo -el abismo místico que es el foso- y que le confiere algo de misterio a la música que de allí emerge. La sonoridad es también buena desde todos los puntos.


El coro al final del primer acto.
                Por lo que respecta a la parte musical, hacer varias consideraciones frente a lo que se escucha por radio. En primer lugar, las voces tienen más relieve y presencia en directo que por radio, tanto en forte como en piano, que es proyectado con facilidad a todos los puntos. De la misma manera el coro, que en directo suena verdaderamente explosivo en los forte y, al igual que en la radio, es flexible a todo tipo de dinámicas y suena envolvente. En segundo lugar, por lo que respecta a la orquesta, la acústica cristalina de la sala permite apreciar mucho más matices que en la radio. La labor de ingeniería sonora de los técnicos de la Radio de Baviera es excelente, pero la particularísima acústica del Festspielhaus es un difícil caballo de batalla por su complejidad. Así, mientras por radio la cuerda es posible que quede tapada en el fortissimo del metal, en la sala siempre está presente. Resulta fascinante, por ejemplo, poder escuchar, nítidas, afinadas y empastadas, las escalas cromáticas de los violines en la obertura, que emulan la tormenta, mientras resuenan tonantes los metales con el tema del Holandés, un detalle que la retransmisión no permite escuchar con absoluta claridad. En general, la ejecución orquestal es de todo punto excepcional, con una calidad sonora apabullante y un nivel de precisión absoluto. Que esto sea norma general representando seis títulos wagnerianos seguidos es increíble. Siempre he considerado que, tratándose de Wagner o de Richard Strauss, una representación con buena orquesta y coro, aun con cantantes ramplones, puede salvarse con mucha dignidad. En cambio, ya puede tenerse a los mejores cantantes, que con una orquesta o un coro ramplones, nunca podrá obtenerse un resultado que pase de la mediocridad. La obra wagneriana presenta muchos momentos de protagonismo coral y orquestal que son claves y aun durante el discurrir de las voces, la orquesta tiene sustantividad propia en todo momento, no es un mero acompañamiento, sino que la voz es un instrumento más de esa gran maquinaria que es la orquesta wagneriana.


Axel Kober.
               Pero en esta función no hablamos de un elenco ramplón, sino muy competente, con algunos cantantes sobresalientes, pero antes hablaremos de la batutal. Axel Kober pertenece a esa tradición de kapellmeisters alemanes capaces de dirigir el repertorio wagneriano con solidez y profesionalidad, un tipo de director que Bayreuth ha sabido combinar con las batutas excepcionales -así, Horst Stein en los años setenta y ochenta se alternaba con Karl Böhm y Eugen Jochum primero y después con Daniel Barenboim o James Levine-. Su identificación con Wagner es absoluta, pues salvo algún Mozart o Puccini puntual, toda su actividad está centrada en el Maestro y en Richard Strauss, no sólo en su teatro -la Ópera Alemana del Rhin (Düsseldorf-Duisburg)-, sino también en la Staatsoper de Viena o en la Deustche Oper de Berlín. Su dirección es briosa y ágil -quizás demasiado en algún momento, requiriendo algo más de reflexión en el discurso musical, que el Holandés, aun con sus sones beethovenianos, puede pedirlo-. No presente caídas de tensión y el discurso fluye con naturalidad. Acompaña muy bien a los cantantes, algo que hay que saber hacer en un foso con retardo como es el de Bayreuth, lo que dice bastante de Kober a pesar de no ser un director mediático. En el debe, la sonoridad es bastante rutinaria por regla general, sin especial imaginación a la hora de manejar los timbres, algo que sí hacen en esta sala directores como Thielemann o Jordan -también Bychkov, en menor medida, con una sonoridad más granítica y menos dúctil-. En conclusión, una dirección muy competente, no especialmente imaginativa pero sí efectiva y sin altibajos.

               En cuanto al reparto, sobresalen dos cantantes por medios y maneras. En primer lugar, es de Justicia resaltar la labor sobresaliente de John Lundgren como Holandés, un verdadero bajo-barítono con un timbre noble, un registro homogéneo en toda la tesitura, que sube al agudo con absoluta facilidad, cuya zona de pasaje es imperceptible, que es musical -algo que cuadra muy bien con los tempi ligeros de Kober, pues le permite desarrollar una línea de canto muy redondeada, algo que por radio se hizo patente en los adioses de Wotan en La Valquiria-. Personalmente, visto el resultado de Lundgren como Wotan con Janowski y ahora como Holandés, me atrevería a decir que nos encontramos ante el bajo-barítono más destacado de nuestros días. Contando el Festival con un cantante así, no veo la necesidad de que Günther Groissböck, excelente bajo, haya de cantar Wotan en el próximo Anillo, como se viene rumoreando. La otra gran actuación procede del debutante Rainer Trost (Timonel). El tenor de Stuttgart, una voz versátil entre Mozart, la opereta vienesa y el lied posee una voz tersa, de puro lírico, que corre extraordinariamente bien por la sala, y su interpretación es apasionada y viril.


Mary (Christa Mayer) con las hilanderas.
                Muy bien la Mary de Christa Mayer, de voz oscura e interpretación dramáticamente atenta, con aliento trágico cuando menciona al Holandés. Frasea con muy buen gusto y además tiene una serie de apariciones en escena como una suerte de secretaria de Daland muy bien resueltas.

                El Daland de Peter Rose me ha gustado bastante más en directo que por radio. La voz presenta un color más atractivo -la radio lo torna algo pálido- y aunque ciertamente no es un bajo profundo -que el papel no lo requiere, aunque grandes Daland como Josef Greindl o Matti Salminen hayan sido bajos profundos-, tiene voz más que suficiente para afrontar el papel, con un color más homogéneo que por radio. Además, dramáticamente funciona muy bien, más como padre simpático y un punto pícaro que como un empresario calculador -en esta producción Daland es el director de una fábrica de ventiladores que cierra un jugoso trato comercial con el Holandés-.

               También me ha gustado más en directo el Erik de Tomislav Mužek, cuya voz presenta más cuerpo en vivo, aunque su interpretación sea algo monocromática -tampoco es que Erik permita especial lucimiento como personaje más allá del Mein Herz, voll Treue bis zum Sterben del segundo acto y la cavatina del tercero, herencia del viejo estilo operístico. Ambos momentos clave están muy bien cantados, con una voz de lírico que frasea con calidez, aunque la cavatina me gusta un punto más pausado -esto quizás se deba más al tempo que imprime Kober-.


Erik (Mužek) y Senta (Merbeth) en el segundo acto. 
               Lo más flojo del reparto, aunque sin deslucir la representación, fue la Senta de  Ricarda Merbeth. Era la tercera vez que la escuchaba en vivo y todas las veces he llegado a la misma conclusión: es una voz difícil para cualquier ingeniero de sonido. De tonos plateados, por radio suena como si la voz gritase y con un vibrato amplio. En vivo no es así, aunque se aprecia una tipología de voz peculiar. Ahora bien, los años empiezan a notarse. Merbeth comenzó su carrera en 1989 en Magdeburgo tras finalizar sus estudios de canto en Leipzig y lleva en la primera fila desde 1999, cuando se incorporó al elenco estable de la Staatsoper de Viena. Llegó a Bayreuth en 2000, donde ha cantado Freia y Gutrune en el Anillo, Elisabeth en Tannhäuser y, desde 2013, Senta en el Holandés. Esa primera Senta fue grabada por Opus Arte en vídeo y audio y su voz, desde la perspectiva de una lírico-dramática, funcionaba bien en el papel. Merbeth ha pasado a cantar Isolda, Brunilda y Turandot recientemente y no creo que sea la voz más adecuada para estos papeles, además de que la voz ya no está tan fresca. El vibrato se ha ido acentuando, la voz ha perdido agilidad al subir al agudo y la colocación de la voz no es demasiado precisa en el registro agudo cuando ha de cantar en piano -inicio de su intervención en el segundo acto-.

               Calurosos aplausos al final de la representación, entusiastas pero sin llegar al apasionamiento reservado a algunas funciones. Ciertamente los cuerpos estables contribuyen a elevar el nivel de la representación en una obra sobrecargada de coros y, con un elenco que funciona bien en conjunto, hace que la representación resulte muy disfrutable. Probablemente la anodina producción de Jan Philipp Gloger haya contribuido a que este Holandés haya pasado los años en un segundo plano, pues con un montaje más interesante es posible que la parte musical hubiera estado mejor considerada -que para nada es mediocre-. También es cierto que este montaje ha estado demasiado aprovechado. Han sido seis años en cartel, debido a los avatares de estrenos y discurrir de las diferentes producciones en el Festival, pero en circunstancias normales no hubiera tenido sentido alargarlo más allá de los cuatro de rigor. Esto se ha hecho patente en las entradas, pues en julio aún las había disponibles para las seis funciones y en bastantes zonas diferentes del teatro, a diferencia de las escasas disponibles para Lohengrin, Maestros y Parsifal. En cualquier caso, finaliza la andadura de este Holandés con buen sabor de boca.


ALGUNOS CONSEJOS PRÁCTICOS PARA ASISTIR AL FESTIVAL

ENTORNO DEL FESTSPIELHAUS

               El Festapielhaus se encuentra a quince minutos andando desde la estación de trenes (Bayreuth Hauptbahnhof). El edificio es visible según se sale de la estación a mano derecha y llegar hasta él es una línea recta, aunque ascendente. El tramo final de subida lo constituye la Avenida Siegfried Wagner, que termina en la Plaza Wolfgang Wagner -fachada del Festspielhaus-. La avenida se corta al tráfico en su tramo final desde más de una hora antes de que comienza la representación por razones de seguridad. Un furgón de policía advierte del corte -la seguridad en torno al Festspielhaus es importante, con una sede de policía a pocos metros e incluso el propio Festspielhaus es repasado por un perro policía antes de que el público acceda a su interior-.

               Para llegar en coche, metros antes de llegar al corte de la avenida se nos ofrece un desvío a la derecha para acceder al parking del Festspielhaus, situado detrás del edificio. En este caso, llegaríamos andando a la fachada principal desde la parte de atrás, a través de una calle descendente.

ALREDEDORES

               Se tratan de unos jardines muy bien cuidados, con bancos y sombra. La cafetería oficial del Festival es un tenderete en el exterior, al lado derecho. Los precios son muy elevados, por lo que se recomienda llevar agua o algún tentempié de fácil consumo antes de llegar allí. Al lado izquierdo hay una pequeña tienda de recuerdos, libros y discos que está bastante bien surtida dentro de su sencillez. También hay un buzón, por si queremos enviar alguna postal. Al lado está la sede de policía.

VESTIMENTA

               Es cierto que un sector amplio va arreglado -incluso muy arreglado-, con smoking, traje o vestido largo. Probablemente en el primer ciclo de representaciones sea especialmente destacado, pero desde luego en el tercero se nota mucho y con independencia de la zona para la que se tenga entrada. Esto no impide que haya un sector de personas, entre los que me incluyo, que sean prácticas y opten por una vestimenta cómoda pero arreglada. Entre el smoking y los pantalones cortos hay términos medios muy razonables, que evitan que pasemos demasiado calor sin sentido. Eso sí, a nadie se le mira mal por la vestimenta y todas las personas son bienvenidas en todas las zonas del Festspielhaus con independencia de ésta.

PROGRAMA

               El Festival edita unos completísimos programas, de más de 100 hojas, en tamaño folleto, con fotografías a todo color. Valen 7 euros y están en alemán, inglés y francés. A diferencia de un programa al uso, no incluye la sinopsis argumental de la obra, sino una serie de artículos sobre la obra en cuestión. 

ACCESO A LA SALA

               El Festival en los últimos años está desarrollando una política de transparencia en materia de venta de entradas que incluye reducir la reventa ilegal. Los boletos son nominativos y para acceder al Festspielhaus se pide al interesado su documento de identidad. No es que por azar puedan pedirlo, es que se lo piden a todo el mundo.

               El Festspielhaus se abre una hora antes de que se inicie la representación. Como bien es sabido por los wagnerianos, el comienzo de cada acto va precedido de unas fanfarrias con motivos del acto, interpretadas desde el balcón de la fachada por un octeto de metales formado por cuatro trompetas, tres trombones y un trombón bajo -a excepción del primer acto de Lohengrin, cuya fanfarria está escrita para cuatro trompetas, y el segundo acto de Tannhäuser, para seis trompetas-. Estas fanfarrias suenan un vez cuando faltan quince minutos para que se inicie el acto, dos cuando quedan diez y tres cuando quedan cinco. Es perfectamente posible escuchar desde el exterior la primera fanfarria y acceder después al interior. En cuanto a la segunda, es recomendable sólo si tenemos bien localizado el camino a nuestro asiento y su acceso no es muy complicado. Los asientos centrados tienen el inconveniente de que hay que levantar a una larga fila de personas en todas las zonas del teatro. No hay pasillo central ni siquiera en el Parqué.

               La puntualidad en el comienzo es absoluta. No existe megafonía, solo una leve campanilla se escucha avisando de que quedan poco minutos para que se inicie la representación.

16 DE AGOSTO DE 2018.

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