El Anillo de Clemens Krauss (Bayreuth 1953): III. La Valquiria

        Continuamos con el análisis detallado de la Tetralogía que Clemens Krauss dirigió en el Festival de Bayreuth de 1953, en la edición oficial de Orfeo.

LA VALQUIRIA

Festspielhaus Bayreuth, 9 de agosto de 1953
Clemens Krauss

Siegmund: Ramón Vinay
Hunding: Josef Greindl
Wotan: Hans Hotter
Sieglinde: Regina Resnik
Brünnhilde: Astrid Varnay
Fricka: Ira Malaniuk
Gerhilde: Brünnhild Friedland
Ortlinde: Bruni Falcon
Waltraute: Lise Sorrell
Schwertleite: Maria von Ilosvay
Helmwige: Liselotte Thomamüller
Siegrune: Gisela Lizt
Grimgerde: Sibylla Plate
Rossweisse: Erika Schubert

Dirección:
Elenco:
Sonido:

           Una Valquiria con una dirección elegante de Clemens Krauss, especialmente centrado en los momentos más líricos. Regina Resnik es una apasionada Sieglinde, mientras que Ramón Vinay como Sigmundo presenta algunos fallos de texto y medida, pero con unos medios vocales y una espontaneidad que le hacen creíble. Hans Hotter canta un Wotan fresco y Astrid Varnay encarna su excelente Brunilda, aunque años después, con Knappertsbusch, se mostraría más inconmensurable.

            La toma mantiene los mismos parámetros que en el Oro, pero el filtrado a que ha sido sometida para eliminar totalmente el soplido hace que la orquesta quede un tanto apagada, sobre todo en las dos primeras escenas del primer acto, donde la orquestación es tenue -además, en CD1, pista 4, existe un chasquido, probablemente debido al estado de la cinta-. En la tercera escena los vientos quedan un punto atrás y en  la segunda parte del segundo acto hay momentos en que la toma es un poco brumosa -así, en CD2, pista 7-.

Vinay y Resnik como pareja de welsungos, en el segundo acto
            El Preludio se inicia a tempo vivo, más ágil que tormentoso (3:49), que tarda en crear atmósfera, hasta 1:47, ya próximo el clímax central. Una pena que la toma resulte más tas seca, pues se echa en falta un poco más de profundidad, con unos metales en la sección central borrosos y en algún momento prácticamente inaudibles (CD1, pista 1, 1:32). En la parte final se escucha la máquina de aire procedente de la escena (3:02), lo que dota de mayor inquietud al misterioso pasaje. En general existe predilección por los pasajes más líricos que por los estrictamente dramáticos. Además, en la primera escena la batuta 
está demasiado pendiente del protagonista en su primer año en Bayreuth como Sigmundo, pese a lo cual existen momentos de exquisito fraseo -nótese en pista 3, 3:33, muy otoñal-. En la segunda falta rotundidad en la entrada de Hunding y su inmediato diálogo con Sigmundo, donde existe cierta blandura, como también en la amenaza de Hunding -pese a un Greindl atronador y temible-. En la tercera despliega todo su potencial lírico, con una cuerda luminosa y cantábile muy atractiva, sobre todo con la entrada de la primavera -maravillosa línea de los violines en el comienzo de la pista 9, una pena que la orquesta resulte algo borrosa- y, en general, existe una dimensión contemplativa muy atractiva.

            El segundo acto no se inicia con buen pie: primero con una entrada blanda de los metales, con afinación dudosa; y apenas un par de segundos después, no entran. La música fluye con naturalidad a lo largo del dúo de Wotan y Fricka y en el monólogo del dios -con unos acompañamiento que, si bien no es el más electrizante ni el de mayor profundización, es cómodo y musical-. Fluidez que también se hace patente en el interludio entre las dos escenas (CD2, pista 6), suave y luminoso, alejado de la pesadez cataclísmica que suele asociarse a este fragmento. El dúo entre los welsungos es ágil pero la batuta se muestra un tanto desentendida a la hora de crear dramatismo. En la entrada de Brunilda hay afinación dudosa en los vientos (pista 8), como también poco después (5:42), si bien Krauss logra buen pulso, contenido y misterioso en el anuncio de la muerte. Después no logra transmitir toda la desesperación y arrojo de Sigmundo. Como curiosidad, el golpe de lanza de Wotan al final del segundo acto se reproduce con un golpe de yunque en el foso (CD2, pista 12, 1:19).

            El tercer acto se inicia con una cabalgata ágil y no especialmente tonante, con unos metales que quedan demasiado atrás -aunque esto puede deberse a la toma sonora-. La despedida de Sieglinde no tiene el pathos de otras versiones, pero fluye cantábile y elegante. La batuta resulta un poco rutinaria en el dúo de Wotan y Brunilda, pero se anima ostensiblemente en la última intervención de ésta, luminosa y brillante, y en los adioses, con unas bellísimas trompas heredadas de su experiencia straussiana. Curiosamente, en la parte final -Der Augen leuchtendes Paar (CD3, pista 11)- enlentece el tempo con gran recogimiento, como también en el fuego mágico final, un pasaje absolutamente destacado en esta Tetralogía por su belleza crepuscular y su maravillosa colocación de planos sonoros en la cuerda: cómo va pasando el tema de la cuerda aguda a la grave (pista 12, a partir de 3:51).

Hotter como Wotan
            En el Festival de 1953 se produjo la eclosión del chileno Ramón Vinay, que había debutado el año anterior como Tristán y que a punto estuvo de dejar Bayreuth por sus diferencias con Karajan. Aquél año cantó, además de Sigmundo, Tristán y Parsifal. 
Con una voz de timbre baritonal y aliento sofocado pero firme, el tenor iría ganando en compenetración año a año, y en esta ocasión hay algunos desajustes y una batuta que maneja con cuidado la primera escena, estando muy pendiente de él. No obstante, lo que se pierde de precisión se gana en espontaneidad: Vinay hace su entrada con la voz sofocada, y haciendo un piano súbito: Wes Herd dies auch sei, / hier muß ich rasten y posterior desplome, muy teatral. Nótese como reclama agua, muy sufriente (CD1, pista 2, 1:45). Con la entrada de Hunding se muestra un tanto ausente, y en su narración, aunque suena muy viril, tiene algún leve titubeo. Además, entra tarde en der Jäger viele / fielen den Wölfen (pista 5, 3:00) y luego pone la directa, descolocando a Krauss. Sus Wälse! son cortos, de cuatro y cinco segundos, pero compone un relato de hombre atormentado muy efectivo (con pifia en la trompeta en piano en pista 7, 2:37). Tiende a ir acelerando el tempo en el Winterstürme (nótese en pista 9, a partir de 1:30), como si este momento de especial lirismo no le resultase cómodo. En Siegmund heiß' ich und Siegmund bin ich! (pista 11) alitera el verso.

            Regina Resnik ofrece una Sieglinde con personalidad, de voz ancha, un tanto punzante y apurada en el agudo -se hace más patente en el segundo acto-. Se retrasa en su entrada, dejándonos momentáneamente en vilo (CD1, pista 2, 0:34). Muy apasionada en su relato a Sigmundo en la tercera escena del primer acto, apurada en Hinweg! en el segundo (CD2, pista 7) y competente en el tercero pese a notársela un punto tirante. Wieland debió quedar satisfecho con la norteamericana, más próxima a Rysanek en 1951 que a la más frágil Borkh de 1952, pero la cantante decidió reconducir su carrera a la cuerda de mezzo, por lo que no volvería cantar el rol.

Varnay como Brunilda
            Josef Greindl ofrece su Hunding habitual, oscuro y temible, pero aquí con el beneficio de la edad: contaba con 40 años y se muestra con el instrumento absolutamente fresco, sin esa nasalidad que aparecería en la década de los sesenta. Nótese el carácter calculador al que de repente cambia la expresión al poner cara a Sigmundo como el hijo de Lobo, apianando subitamente (CD1, pista 5, 2:32).

            Astrid Varnay ofrece su clásica Brunilda, de voz ancha, homogénea y tonante, aquí absolutamente fresca y con perfecta colocación de las notas altas. Los tempi de Krauss le permiten realizar unos saltos de octava más ágiles y, por tanto, menos cansados -compárese éstos con los lentísimos con Kna en 1958-. Hierática e impertérrita en su anuncio de la muerte a Sigmundo, su dicción es maravillosa y nótese como pronuncia con gravedad que Sieglinde debe seguir en este mundo (CD2, pista 8, 6:39), como la serenidad con que le dice a Sigmundo que debe seguirla por haber visto su mirada, con un preciso y rítmico acompañamiento de las violas (pista 9).

            El Wotan de Hans Hotter exhibe en el segundo acto un instrumento totalmente fresco, rico en armónicos, e incluso un punto juvenil, vigoroso en sus respuestas a Fricka y alejado de patetismo. En el tercero el instrumento se torna un punto más nasal y su interpretación es algo más trágica, sobre todo en los adioses.

            Muy bien Ira Malaniuk, dentro de su tipología de voz -soprano corta-, ofreciendo una Fricka crispada en sus demandas a Wotan, electrizante, pero sin renunciar a una línea cantábile.

Cabalgata de las valquirias
            El Nuevo Bayreuth escuchó mejores octetos de valquirias, contando aquí con unas endebles Brünnhild Friedland (Gerhilde) y Bruni Falcon (Ortlinde). Sólo Maria von Ilosvay (Schwertleite) haría carrera en el Festival. El resto de nombres sólo cantaron aquél año o un par de años.

            Interpretación de gran nivel, pero por debajo del Oro. Las dos primeras escenas del primer acto juegan en contra y, si bien la lectura fluida y dotada de musicalidad funcionó muy bien en el prólogo, aquí, donde existen una serie de momentos que demandan un pathos de gran intensidad, no siempre se alcanza -nótese el dúo de Wotan y Fricka o la despedida de Sieglinde-. Eso sí, hay momentos de gran belleza, como la tercera escena del primer acto, los adioses de Wotan y todo el final de la obra. El reparto también baja, con un Vinay poco preciso y una Resnik no del todo cómoda en el agudo. En conjunto es preferible la Valquiria de Keilberth, pues atiende más al drama -quizás Krauss en este sentido sólo le aventaje en el anuncio de la muerte a Sigmundo-, Vinay está más seguro pese a tratarse del primer ciclo, y la toma sonora es más atmosférica pese a un soplido patente. Además, tiene el aliciente de Martha Mödl como Brunilda, una alternativa interesantísima a la conocida Varnay. En ambos casos la orquesta del Festival no dio lo mejor de sí mismo.

MAYO DE 2024.

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