Comentamos la grabación de estudio que de Tannhäuser realizó Daniel Barenboim en 2001, aparecida en el mercado en 2002. El argentino contó con los cuerpos estableces de la Staatsoper de Berlín y un reparto solvente no fácil de reunir, tras el erial discográfico que sufrió la obra en los años noventa. Como curiosidad, se trata del primer Tannhäuser del siglo XXI.
Tras Georg Solti, fue Barenboim el siguiente en grabar completo el Canon de Bayreuth, si bien en menos tiempo -1989-2001-1, lo que le permitió contar con cantantes prácticamente de una misma generación. Este Tannhäuser en estudio con los cuerpos estables de la Staatsoper de Berlín supuso la penúltima entrega de su ciclo -unos meses después se publicaría el Holandés, grabado casi al mismo tiempo-. Se trata de la primera grabación que realizó de la obra, y también la de mejores resultados, volviéndola a grabar en 2014, en vivo y en vídeo, con los mismos conjuntos y con el protagonista y el Landgrave interpretados por los mismos cantantes (Bel Air Classics).
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Recién iniciado el siglo XXI, Barenboim se embarcó en el proyecto de grabar Tannhäuser, tras haber pasado por Parsifal (1989), el Anillo (1991), Tristán (1995), Lohengrin (1998) y Maestros (1999). Se trata de una obra que no dirigió a lo largo de su andadura en el Festival -1981 a 1999 ininterrumpidamente-. Para ello intentó reunir a lo más granado del canto wagneriano en un momento de patente crisis vocal, consiguiendo un reparto solvente, aunque en mi opinión menos redondo que los de sus grabaciones de Parsifal, Anillo, Tristán y Lohengrin -hablando en todos los casos de las grabaciones que conforman el ciclo publicado por Teldec (ahora en el fondo discográfico de Warner)-. De entrada, Barenboim se encontró con el problema de conseguir un protagonista. Los años noventa habían sido un erial para encontrar un Tannhäuser. En Bayreuth cantaron el papel Wolfgang Schmidt y Wolfgang Neumann -berreante el primero y tosco el segundo-. Siegfried Jerusalem, que triunfaba como Tristán y Sigfrido, nunca lo cantó, y René Kollo, que lo tenía en agenda, acusaba un importante desgaste vocal para aquellos años -Arthaus tiene publicado un registro en vídeo de 1994 en la Ópera Estatal de Baviera donde esto se hace patente, único Tannhäuser grabado en toda la década-. Esta situación, unida a una cierta mercadotecnica, llevó incluso a algunos críticos a lanzar alabanzas en favor del registro de Plácido Domingo (DG, 1989, con dirección de Sinopoli), quien nunca cantó el papel en vivo y donde se hace patente, aun con la comodidad del estudio y la ingeniería sonora, la falta de profundización en el papel y sus limitaciones para cantarlo, aun cuando exhiba una musicalidad de la que carecían los citados. Iniciado el siglo XXI, hasta que Stephen Gould comenzó a cantar el rol, sólo Peter Seiffert, el cantante escogido por Barenboim, podía enfrentarse al reto con dignidad, compensando con musicalidad y técnica una voz de tenor lírico-spinto a la que le falta anchura para la parte. Junto a él se unieron dos voces indiscutibles, la de Waltraud Meier como Venus y la de René Pape como Landgrave, sin duda las mejores de todo el elenco. Para Wolfram se escogió al todoterreno Thomas Hampson, quien ha cantado Wagner muy esporadicamente -en vivo sólo este papel y Amfortas en Parsifal, al que hay que añadir Gunther en el Anillo de Haitink en estudio (EMI, 1988)-, pero su trabajo resultó satisfactorio y le valió el Grammy de 2003 a la mejor grabación de ópera. Como Elisabeth se contó con Jane Eaglen, quien por aquellos años se encontraba asentada en los roles de soprano dramática sin ser la voz adecuada para ello, lo que le provocó un prematuro desgaste vocal que se hace patente en esta grabación -la cantante contaba con 41 años en aquél momento-.
Barenboim opta por una versión personal de la partitura, que en la práctica supone asumir la versión de Dresde excepto para el dúo de Tannhäuser y Venus del primer acto, interpretado en versión de París -probablemente debido a la presencia de Waltraud Meier en el papel de la diosa, quien imparte verdaderas lecciones dramáticas-. Su lectura presenta una sonoridad granítica y homogéna, quizás algo falta de diferenciación tímbrica en algunos momentos, con importante volumen y trompas tonantes un punto efectistas cuando se presenta la ocasión -llamadas y final del primer acto, inicio del segundo-, lo que hace difuminar en algún momento las cuerdas -cuerda intermedia y grave en la segunda exposición del tema de Venus en la Obertura (CD1, pista 1, 9:05) o final del dúo de Tannhäuser y Elisabeth en el segundo acto (CD2, pista 3, 3:00)-. Se toma importantes licencias con los tempi, con grandes contrastes. Algunos pasajes están expuestos con gran serenidad y funcionan realmente bien -en el primer acto, el dúo de Tannhäuser y Venus y el aria de Wolfram; en el segundo, la defensa de Elisabeth y el concertante previo a que el Landgrave dicte castigo-, pero otros son realmente rápidos y resultan chocantes -tema de Venus en la Obertura, final del primer acto, preludio del segundo, entrada de los invitados-.
La Obertura se inicia reposada y un punto blanda en los vientos con el tema de los peregrinos, continúa a un tempo cómodo y sin prisas, con una cuerda de bello vibrato, para ir acelerando hacia la exposición en forte del tema a tempo animado. El tema de Venus, se inicia y desarrolla veloz, incluso demasiado, lo que lleva a la cuerda a trabajar a velocidades virtuosísticas, logrando sólo reposo en el pasaje en piano en que suena el solo de violín. La velocidad lleva incluso a ser arrolladora a partir del minuto 10, y antes de que reexponga el tema de los peregrinos, que aparece rallentando en los compases finales-. Tras la Obertura, la introducción orquestal del primer acto ya no nos parece tan veloz.
La escena de Venus en la versión de París es excelente, teatral -Barenboim sabe retener o aligerar el tempo según conviene al drama- y su sonoridad presenta reminiscencias de los segundos actos de Tristán y Parsifal. En la pradera, ya con la versión de Dresde, el argentino hace resonar las trompas de forma triunfal (CD1, pista 11, 4:38), como asimismo al final del acto, a un tempo mucho más animado.
El segundo acto es el más flojo. Tiene fragmentos demasiado rápidos -preludio, entrada de los invitados- y en el torneo de canto decae la tensión, con una batuta que no acompaña mal, pero que desarrolla todo bajo un equilibro correcto y sin arriesgar -ni siquiera en las dos últimas intervenciones de Tannhäuser se nota la pasión-, aunque las voces tampoco se implican demasiado. Levanta el vuelo hacia el final de la intervención de Elisabeth defendiendo a Tannhäuser, cargada de recogimiento, y con un concertante final bien articulado y nítido, diferenciándose la melodía de las maderas y el ritmo de la cuerda -aunque se escuchan por encima a los protagonistas, mientras que el resto suena más alejado, probablemente producto de la ingeniería sonora-. Los peregrinos jóvenes en la lejanía resultan verdaderamente inspirados.
El tercer acto resulta más otoñal que místico, pero muy efectivo en su concepción. El Preludio se inicia de forma relajada y cómoda, bien articulado y explosivo en los clímax, con reminiscencias brucknerianas, más terrenal que espiritual, falto de un punto de ascetismo que se compensa con un punto de ensoñación en las maderas de la parte final (CD3, pista 1, 5:50). Falta de ascetismo que resulta también en el coro de peregrinos, muy bien cantado por otra parte, y que se diluye tras los dos aleluyas en una perfecta fusión con las maderas. Tras la plegaria de Elisabeth, muy intimista, en el pasaje previo al inicio de la romanza del lucero vespertino de Wolfram, es de destacar la sonoridad original de un clarinete más presente de lo habitual y el tempo contenido de Barenboim, que mantiene en la romanza. Tempo contenido y sobriedad que imprime a la narración de Roma, con explosión cuando el protagonista cuenta que el Papa le ha negado el perdón (pista 8, 7:28, 7:57 y 8:58) y arrolladora aparición del tema de Venus (pista 9). El coro final, a tempo contenido, es extraordinario, tanto por la prestación coral -envolvente- como por el tratamiento tímbrico de la orquesta, donde van emergiendo flautas, trompas y trombones.
Peter Seiffert encarna un Tannhäuser solvente gracias a su control de la respiración, su bello timbre, su interpretación apasionada y con un punto de italianidad, y su elegante fraseo, con respeto pleno a las indicaciones de la partitura. Teniendo en cuenta la fecha de la grabación, fue uno de sus primeros acercamientos al papel, si no el primero. Esto, unido a que se trata de una grabación de estudio, le permite manejarse con comodidad. Seiffert se inició como tenor lírico en los años ochenta, escalando poco a poco los papeles wagnerianos hasta llegar a Sigmundo, Tristán o Tannhäuser a principios del siglo XXI. Lohengrin, Walther y Erik son papeles que ha encarnado con gran maestría -los tres los ha grabado con Barenboim-, lanzándose a la aventura de otros más dramáticos sin tener necesidad de ello en mi opinión. Tres veces ha grabado el papel y sin duda éste es su mejor registro3. Aquí la voz suena fresca y brillante, mientras que con el discurrir de los años ha ido perdiendo esmalte y mostrando signos de fatiga en los pasajes más comprometidos.
Ese buen fraseo y respiración le permite afrontar las tres estrofas del himno a Venus con agilidad, belleza y pasión. Existe algún agudo próximo a calante -Mein Heil ruht in Maria! (CD1, pista 9, 6:16) o Elisabeth! (CD3, pista 10, 1:50)-, pero por lo general son brillantes -Allmächt'ger, dir sei Preis! (pista 11, 2:17)-. El grave es más que suficiente para la parte. En el dúo con Elisabeth a principio del segundo acto se muestra muy cálido y apasionado; más distante en el torneo de canto, muy atento a la partitura pero dramáticamente frío -la última entonación del himno a Venus carece de pasión (CD2, pista 13)-. La narración de Roma está bien cantada, más elegante que desesperada, y haciendo un uso inteligente de sus recursos.
A su lado, la Elisabeth de Jane Eaglen no dice mucho con su voz blanquecina y su emisión dura. Ya desde el aria de la sala del segundo acto poco podemos esperar, con dicción borrosa y vibrato amplio en las notas largas -wie öd' erschienst du mir! / Aus mir entfloh der Frieden (CD2, pista 1, 2:36)- cuando no saltándose palabras -nicht länger weilt er ferne mehr! (3:34), volviendo a modificar el verso poco después (3:55), probablemente para facilitar el apoyo en una sílaba más cómoda-. En su inmediato relato a Tannhäuser hace lo que puede y la entrada del protagonista en la parte final del dúo -con vertiginoso virtuosismo de la cuerda- es como un rayo de luz (pista 3) y pone en evidencia que, mientras Seiffert afronta con precisión los recovecos de la partitura, Eaglen hace una mera aproximación. Por el contrario, en su posterior defensa del protagonista en el torneo de canto (pista 15) se muestra más cómoda, con algún vibrato puntual y con Barenboim cargado de recogimiento en la parte final. Lo mejor de su interpretación es la plegaria del tercer acto (CD3, pista 4), donde gracias a una batuta muy íntima y recogida, la soprano canta toda su intervención en piano, disimulando sus defectos a excepción de alguna nota con vibrato en los dos versos finales: um deiner Gnaden reichste Huld / nur anzuflehn für seine Schuld!
De Waltraud Meier existen cuatro grabaciones como Venus. Por desgracia ninguna es totalmente redonda y, en todas ellos, la cantante marca el punto más alto. Grabó por primera vez el papel con Haitink en estudio (EMI, 1985), registro poco interesante al que siguió el menos interesante en vivo de Zubien Mehta que ya hemos comentado (Arthaus, 1994), en tercer lugar la que nos ocupa, y volvería a grabarlo en vivo en el Festival de Baden-Baden con Philippe Jordan (Arthaus, 2008). Esta última tiene un reparto ciertamente interesante -Camilla Nylund como Elisabeth, Roman Trekel como Wolfram o Stephen Milling como Landgrave- aunque Robert Gambill es un Tannhäuser imposible, engolado y con evidentes problemas de colocación de la voz. Esto último disipa las dudas en favor del registro que nos ocupa, grabado en la plenitud de la carrera de la cantante. Su Venus es de voz carnosa y sensual -escúchense sus palabras de inicio: Geliebter, sag, wo weilt dein Sinn? (CD1, pista 3, 0:30), más cercana a la sinceridad que a la perdición-, y con ciertos tintes de Kundry en Parsifal. Toda su intervención es un alarde de elegancia, variedad de dinámicas, fraseo y saber hacer dramático. Su aparición final en el tercer acto resulta muy apasionada, a pesar de algún agudo forzado -O komm! (CD3, pista 10, 1:15) o Weh! Mir verloren! (2:26)-.
Thomas Hampson es un cantante comprometido y muy profesional en todo lo que ha abordado, que no ha sido poco. Su escaso acercamiento al repertorio wagneriano aparece suplido con buenas dosis de fraseo y musicalidad y su experiencia con el lied. En el Als du in kühnem Sange uns bestrittest del primer acto (CD1, pista 13) y en la romanza del lucero vespertino del tercero (CD3, pista 6) el tempo lento que imprime Barenboim le viene bien para realizar una interpretación paladeada y ensoñadora -parece como si se detuviera la obra-. Sobresaliente también su intervención inicial en el acto tercero, cantada con pasión (pista 2). En cambio, sus intervenciones en el torneo de canto me resultan rutinarias -no llega la inspiración ni en la última intervención, antes de que Tannhäuser cante el himno a Venus (CD2, pista 13)-.
Un René Pape de 37 años encarna un sobresaliente Landgrave. Tras su primera colaboración con Barenboim en disco con Lohengrin en 1998, se sucedieron su Fidelio y sus Bodas de Fígaro al año siguiente, para grabar después este Tannhäuser. Su voz es grande y noble, homogénea en toda la tesitura, bien timbrada y dúctil en el fraseo: nótese la dulzura en su bis du der Lösung mächtig bist a Elisabeth (CD2, pista 4, 2:51) o la efectividad de su arioso a tempo cómodo (pista 7). En su castigo a Tannhäuser no pierde ese aire magnánimo (pista 17) y en el inicio del concertante final muestra un aire ensoñador -Versammelt sind aus meinen Landen (pista 18)-.
Un desconocido Gunnar Gudbjörsson es un solvente Walther. Hanno Müller-Brachmann, asociado al repertorio del clasicismo, es un eficiente Biterolf, sin cargas las tintas en la ferocidad ni comprometer la línea de canto. El habitual secundario en Berlín Stephan Rügamer cumple como Heinrich der Schreiber y Alfred Reiter, habitual secundario en el Bayreuth de finales de siglo XX y principios del siglo XXI hace lo propio con Reinmar von Zweter.
Excelente el Pastor de Dorothea Röschmann, con una cierta reverberación producida por la ingeniería sonora para dar la sensación de amplitud propia de la pradera.
Excelente el coro de la Staatsoper de Berlín, preparado para esta grabación por el que en 2000 había sido nombrado director del Coro del Festival de Bayreuth y aun hoy es su titular, Eberhard Friedrich. A destacar las escenas en que el coro canta en sottovoce, por la sonoridad en volvente de la toma de sonido, como asimismo al final de la obra.
En conclusión, una toma sonora excelente -cinco estrellas-; una dirección sobresaliente -sin darle las cinco estrellas por considerar que existen altibajos en el acto segundo, falta algo de misticismo al inicio del tercero y existen elecciones de tempo caprichosas-; y un reparto solvente en conjunto, pero desigual. Sobresalientes y homologables a los históricos Waltraud Meier (Venus) y René Pape (Landgrave) y con diferente nivel el resto del elenco, con una ramplona Elisabeth de Jane Eaglen y un Peter Seiffert como Tannhäuser que sale airoso del empeño en parte por tratarse de una grabación de estudio, pues aquí rinde a un nivel superior que en sus otras dos grabaciones en directo.
En cuanto a lo que supone esta grabación en la discografía de la obra, una cosa está clara: nos encontramos ante el mejor registro aparecido en CD desde el clásico de Solti (DECCA, 1971). En cuanto a lo aparecido con posterioridad, existen dos grabaciones a tener en cuenta. Una, la de Axel Kober en Bayreuth (Opus Arte, 2014). La dirección tiene menos personalidad, pero su planteamiento global es más homogéneo -la batuta se encuentra al mismo nivel en los tres actos, no hay dinámicas tan caprichosas- y el reparto tiene un nivel más parejo entre sí, lo que favorece el resultado global, o dicho de otra manera: no hay cantantes al nivel de Waltraud Meier y René Pape, pero tampoco hay nada que desentone. Además, el nivel coral es excelente y tiene el aliciente de ser una toma en vivo de una única representación sin cortes y con la sonoridad de Bayreuth. Otra, la de Marek Janowski en estudio con su Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín (Pentatone, 2013), que no he podido escuchar detenidamente, tiene una dirección más rutinaria que la de Barenboim, pero el elenco presenta enorme interés -Robert Dean Smith, Nina Stemme, Marina Prudenskaya, Christian Gerhaher y Albert Dohmen-. Por dirección me atrevo a decir que no supera a la que estamos comentando, pero quizás sí por elenco: la Venus y el Landgrave, los puntos fuertes del registro de Barenboim, no son superiores -Marina Prudenskaya y Albert Dohmen-, pero sí son notables cantantes sobre el papel, como igualmente el resto del reparto.
JULIO DE 2019.
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Recién iniciado el siglo XXI, Barenboim se embarcó en el proyecto de grabar Tannhäuser, tras haber pasado por Parsifal (1989), el Anillo (1991), Tristán (1995), Lohengrin (1998) y Maestros (1999). Se trata de una obra que no dirigió a lo largo de su andadura en el Festival -1981 a 1999 ininterrumpidamente-. Para ello intentó reunir a lo más granado del canto wagneriano en un momento de patente crisis vocal, consiguiendo un reparto solvente, aunque en mi opinión menos redondo que los de sus grabaciones de Parsifal, Anillo, Tristán y Lohengrin -hablando en todos los casos de las grabaciones que conforman el ciclo publicado por Teldec (ahora en el fondo discográfico de Warner)-. De entrada, Barenboim se encontró con el problema de conseguir un protagonista. Los años noventa habían sido un erial para encontrar un Tannhäuser. En Bayreuth cantaron el papel Wolfgang Schmidt y Wolfgang Neumann -berreante el primero y tosco el segundo-. Siegfried Jerusalem, que triunfaba como Tristán y Sigfrido, nunca lo cantó, y René Kollo, que lo tenía en agenda, acusaba un importante desgaste vocal para aquellos años -Arthaus tiene publicado un registro en vídeo de 1994 en la Ópera Estatal de Baviera donde esto se hace patente, único Tannhäuser grabado en toda la década-. Esta situación, unida a una cierta mercadotecnica, llevó incluso a algunos críticos a lanzar alabanzas en favor del registro de Plácido Domingo (DG, 1989, con dirección de Sinopoli), quien nunca cantó el papel en vivo y donde se hace patente, aun con la comodidad del estudio y la ingeniería sonora, la falta de profundización en el papel y sus limitaciones para cantarlo, aun cuando exhiba una musicalidad de la que carecían los citados. Iniciado el siglo XXI, hasta que Stephen Gould comenzó a cantar el rol, sólo Peter Seiffert, el cantante escogido por Barenboim, podía enfrentarse al reto con dignidad, compensando con musicalidad y técnica una voz de tenor lírico-spinto a la que le falta anchura para la parte. Junto a él se unieron dos voces indiscutibles, la de Waltraud Meier como Venus y la de René Pape como Landgrave, sin duda las mejores de todo el elenco. Para Wolfram se escogió al todoterreno Thomas Hampson, quien ha cantado Wagner muy esporadicamente -en vivo sólo este papel y Amfortas en Parsifal, al que hay que añadir Gunther en el Anillo de Haitink en estudio (EMI, 1988)-, pero su trabajo resultó satisfactorio y le valió el Grammy de 2003 a la mejor grabación de ópera. Como Elisabeth se contó con Jane Eaglen, quien por aquellos años se encontraba asentada en los roles de soprano dramática sin ser la voz adecuada para ello, lo que le provocó un prematuro desgaste vocal que se hace patente en esta grabación -la cantante contaba con 41 años en aquél momento-.
Barenboim opta por una versión personal de la partitura, que en la práctica supone asumir la versión de Dresde excepto para el dúo de Tannhäuser y Venus del primer acto, interpretado en versión de París -probablemente debido a la presencia de Waltraud Meier en el papel de la diosa, quien imparte verdaderas lecciones dramáticas-. Su lectura presenta una sonoridad granítica y homogéna, quizás algo falta de diferenciación tímbrica en algunos momentos, con importante volumen y trompas tonantes un punto efectistas cuando se presenta la ocasión -llamadas y final del primer acto, inicio del segundo-, lo que hace difuminar en algún momento las cuerdas -cuerda intermedia y grave en la segunda exposición del tema de Venus en la Obertura (CD1, pista 1, 9:05) o final del dúo de Tannhäuser y Elisabeth en el segundo acto (CD2, pista 3, 3:00)-. Se toma importantes licencias con los tempi, con grandes contrastes. Algunos pasajes están expuestos con gran serenidad y funcionan realmente bien -en el primer acto, el dúo de Tannhäuser y Venus y el aria de Wolfram; en el segundo, la defensa de Elisabeth y el concertante previo a que el Landgrave dicte castigo-, pero otros son realmente rápidos y resultan chocantes -tema de Venus en la Obertura, final del primer acto, preludio del segundo, entrada de los invitados-.
La Obertura se inicia reposada y un punto blanda en los vientos con el tema de los peregrinos, continúa a un tempo cómodo y sin prisas, con una cuerda de bello vibrato, para ir acelerando hacia la exposición en forte del tema a tempo animado. El tema de Venus, se inicia y desarrolla veloz, incluso demasiado, lo que lleva a la cuerda a trabajar a velocidades virtuosísticas, logrando sólo reposo en el pasaje en piano en que suena el solo de violín. La velocidad lleva incluso a ser arrolladora a partir del minuto 10, y antes de que reexponga el tema de los peregrinos, que aparece rallentando en los compases finales-. Tras la Obertura, la introducción orquestal del primer acto ya no nos parece tan veloz.
La escena de Venus en la versión de París es excelente, teatral -Barenboim sabe retener o aligerar el tempo según conviene al drama- y su sonoridad presenta reminiscencias de los segundos actos de Tristán y Parsifal. En la pradera, ya con la versión de Dresde, el argentino hace resonar las trompas de forma triunfal (CD1, pista 11, 4:38), como asimismo al final del acto, a un tempo mucho más animado.
El segundo acto es el más flojo. Tiene fragmentos demasiado rápidos -preludio, entrada de los invitados- y en el torneo de canto decae la tensión, con una batuta que no acompaña mal, pero que desarrolla todo bajo un equilibro correcto y sin arriesgar -ni siquiera en las dos últimas intervenciones de Tannhäuser se nota la pasión-, aunque las voces tampoco se implican demasiado. Levanta el vuelo hacia el final de la intervención de Elisabeth defendiendo a Tannhäuser, cargada de recogimiento, y con un concertante final bien articulado y nítido, diferenciándose la melodía de las maderas y el ritmo de la cuerda -aunque se escuchan por encima a los protagonistas, mientras que el resto suena más alejado, probablemente producto de la ingeniería sonora-. Los peregrinos jóvenes en la lejanía resultan verdaderamente inspirados.
El tercer acto resulta más otoñal que místico, pero muy efectivo en su concepción. El Preludio se inicia de forma relajada y cómoda, bien articulado y explosivo en los clímax, con reminiscencias brucknerianas, más terrenal que espiritual, falto de un punto de ascetismo que se compensa con un punto de ensoñación en las maderas de la parte final (CD3, pista 1, 5:50). Falta de ascetismo que resulta también en el coro de peregrinos, muy bien cantado por otra parte, y que se diluye tras los dos aleluyas en una perfecta fusión con las maderas. Tras la plegaria de Elisabeth, muy intimista, en el pasaje previo al inicio de la romanza del lucero vespertino de Wolfram, es de destacar la sonoridad original de un clarinete más presente de lo habitual y el tempo contenido de Barenboim, que mantiene en la romanza. Tempo contenido y sobriedad que imprime a la narración de Roma, con explosión cuando el protagonista cuenta que el Papa le ha negado el perdón (pista 8, 7:28, 7:57 y 8:58) y arrolladora aparición del tema de Venus (pista 9). El coro final, a tempo contenido, es extraordinario, tanto por la prestación coral -envolvente- como por el tratamiento tímbrico de la orquesta, donde van emergiendo flautas, trompas y trombones.
Peter Seiffert |
Ese buen fraseo y respiración le permite afrontar las tres estrofas del himno a Venus con agilidad, belleza y pasión. Existe algún agudo próximo a calante -Mein Heil ruht in Maria! (CD1, pista 9, 6:16) o Elisabeth! (CD3, pista 10, 1:50)-, pero por lo general son brillantes -Allmächt'ger, dir sei Preis! (pista 11, 2:17)-. El grave es más que suficiente para la parte. En el dúo con Elisabeth a principio del segundo acto se muestra muy cálido y apasionado; más distante en el torneo de canto, muy atento a la partitura pero dramáticamente frío -la última entonación del himno a Venus carece de pasión (CD2, pista 13)-. La narración de Roma está bien cantada, más elegante que desesperada, y haciendo un uso inteligente de sus recursos.
Jane Eaglen |
De Waltraud Meier existen cuatro grabaciones como Venus. Por desgracia ninguna es totalmente redonda y, en todas ellos, la cantante marca el punto más alto. Grabó por primera vez el papel con Haitink en estudio (EMI, 1985), registro poco interesante al que siguió el menos interesante en vivo de Zubien Mehta que ya hemos comentado (Arthaus, 1994), en tercer lugar la que nos ocupa, y volvería a grabarlo en vivo en el Festival de Baden-Baden con Philippe Jordan (Arthaus, 2008). Esta última tiene un reparto ciertamente interesante -Camilla Nylund como Elisabeth, Roman Trekel como Wolfram o Stephen Milling como Landgrave- aunque Robert Gambill es un Tannhäuser imposible, engolado y con evidentes problemas de colocación de la voz. Esto último disipa las dudas en favor del registro que nos ocupa, grabado en la plenitud de la carrera de la cantante. Su Venus es de voz carnosa y sensual -escúchense sus palabras de inicio: Geliebter, sag, wo weilt dein Sinn? (CD1, pista 3, 0:30), más cercana a la sinceridad que a la perdición-, y con ciertos tintes de Kundry en Parsifal. Toda su intervención es un alarde de elegancia, variedad de dinámicas, fraseo y saber hacer dramático. Su aparición final en el tercer acto resulta muy apasionada, a pesar de algún agudo forzado -O komm! (CD3, pista 10, 1:15) o Weh! Mir verloren! (2:26)-.
Thomas Hampson |
Thomas Hampson es un cantante comprometido y muy profesional en todo lo que ha abordado, que no ha sido poco. Su escaso acercamiento al repertorio wagneriano aparece suplido con buenas dosis de fraseo y musicalidad y su experiencia con el lied. En el Als du in kühnem Sange uns bestrittest del primer acto (CD1, pista 13) y en la romanza del lucero vespertino del tercero (CD3, pista 6) el tempo lento que imprime Barenboim le viene bien para realizar una interpretación paladeada y ensoñadora -parece como si se detuviera la obra-. Sobresaliente también su intervención inicial en el acto tercero, cantada con pasión (pista 2). En cambio, sus intervenciones en el torneo de canto me resultan rutinarias -no llega la inspiración ni en la última intervención, antes de que Tannhäuser cante el himno a Venus (CD2, pista 13)-.
Un René Pape de 37 años encarna un sobresaliente Landgrave. Tras su primera colaboración con Barenboim en disco con Lohengrin en 1998, se sucedieron su Fidelio y sus Bodas de Fígaro al año siguiente, para grabar después este Tannhäuser. Su voz es grande y noble, homogénea en toda la tesitura, bien timbrada y dúctil en el fraseo: nótese la dulzura en su bis du der Lösung mächtig bist a Elisabeth (CD2, pista 4, 2:51) o la efectividad de su arioso a tempo cómodo (pista 7). En su castigo a Tannhäuser no pierde ese aire magnánimo (pista 17) y en el inicio del concertante final muestra un aire ensoñador -Versammelt sind aus meinen Landen (pista 18)-.
Un desconocido Gunnar Gudbjörsson es un solvente Walther. Hanno Müller-Brachmann, asociado al repertorio del clasicismo, es un eficiente Biterolf, sin cargas las tintas en la ferocidad ni comprometer la línea de canto. El habitual secundario en Berlín Stephan Rügamer cumple como Heinrich der Schreiber y Alfred Reiter, habitual secundario en el Bayreuth de finales de siglo XX y principios del siglo XXI hace lo propio con Reinmar von Zweter.
Excelente el Pastor de Dorothea Röschmann, con una cierta reverberación producida por la ingeniería sonora para dar la sensación de amplitud propia de la pradera.
Excelente el coro de la Staatsoper de Berlín, preparado para esta grabación por el que en 2000 había sido nombrado director del Coro del Festival de Bayreuth y aun hoy es su titular, Eberhard Friedrich. A destacar las escenas en que el coro canta en sottovoce, por la sonoridad en volvente de la toma de sonido, como asimismo al final de la obra.
En conclusión, una toma sonora excelente -cinco estrellas-; una dirección sobresaliente -sin darle las cinco estrellas por considerar que existen altibajos en el acto segundo, falta algo de misticismo al inicio del tercero y existen elecciones de tempo caprichosas-; y un reparto solvente en conjunto, pero desigual. Sobresalientes y homologables a los históricos Waltraud Meier (Venus) y René Pape (Landgrave) y con diferente nivel el resto del elenco, con una ramplona Elisabeth de Jane Eaglen y un Peter Seiffert como Tannhäuser que sale airoso del empeño en parte por tratarse de una grabación de estudio, pues aquí rinde a un nivel superior que en sus otras dos grabaciones en directo.
En cuanto a lo que supone esta grabación en la discografía de la obra, una cosa está clara: nos encontramos ante el mejor registro aparecido en CD desde el clásico de Solti (DECCA, 1971). En cuanto a lo aparecido con posterioridad, existen dos grabaciones a tener en cuenta. Una, la de Axel Kober en Bayreuth (Opus Arte, 2014). La dirección tiene menos personalidad, pero su planteamiento global es más homogéneo -la batuta se encuentra al mismo nivel en los tres actos, no hay dinámicas tan caprichosas- y el reparto tiene un nivel más parejo entre sí, lo que favorece el resultado global, o dicho de otra manera: no hay cantantes al nivel de Waltraud Meier y René Pape, pero tampoco hay nada que desentone. Además, el nivel coral es excelente y tiene el aliciente de ser una toma en vivo de una única representación sin cortes y con la sonoridad de Bayreuth. Otra, la de Marek Janowski en estudio con su Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín (Pentatone, 2013), que no he podido escuchar detenidamente, tiene una dirección más rutinaria que la de Barenboim, pero el elenco presenta enorme interés -Robert Dean Smith, Nina Stemme, Marina Prudenskaya, Christian Gerhaher y Albert Dohmen-. Por dirección me atrevo a decir que no supera a la que estamos comentando, pero quizás sí por elenco: la Venus y el Landgrave, los puntos fuertes del registro de Barenboim, no son superiores -Marina Prudenskaya y Albert Dohmen-, pero sí son notables cantantes sobre el papel, como igualmente el resto del reparto.
JULIO DE 2019.
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1 Nos referimos a grabar las diez óperas de madurez con esa intención de ciclo. También Karajan tiene publicadas las diez óperas, pero unas grabadas para DG y otras para EMI y, en el caso de Tannhäuser, no realizó grabación oficial, por lo que DG editó un registro en vivo de la Staatsoper de Viena correspondiente a 1963. También James Levine grabó los diez títulos -finalizando con Maestros en 2001-, pero en su mayoría son registros en vídeo procedentes del Metroplitan de Nueva York publicados por DG por separado y sin la idea de un ciclo. Tras Solti y Barenboim, sólo Janowski tiene su Canon de Bayreuth publicado como una unidad, en el sello Pentatone, ya iniciado el siglo XXI.
2 Este registro, de la versión de París, apenas tiene interés. La dirección de Zubin Mehta aporta poco, Kollo exhibe una voz ajada, Nadine Secunde y Jan-Hendrik Rootering no pasan de la mera corrección como Elisabeth y Landgrave, Bernd Weikl no hace su mejor Wolfram, y por encima de todos destaca Waltraud Meier como Venus, a quien podemos escuchar en la grabación que nos ocupa. La producción de David Alden es moderna, fea y oscura.
3 Los dos registros posteriores son en vivo y en vídeo. Uno de 2003 en Zurich, con Welser-Möst en el podio (EMI), y otro de 2014 con Barenboim en la Staatsoper de Berlín (Bel Air Classics). En directo, Seiffert suena más forzado, y en el registro de 2014 se nota el paso de los años.
3 Los dos registros posteriores son en vivo y en vídeo. Uno de 2003 en Zurich, con Welser-Möst en el podio (EMI), y otro de 2014 con Barenboim en la Staatsoper de Berlín (Bel Air Classics). En directo, Seiffert suena más forzado, y en el registro de 2014 se nota el paso de los años.
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