Comentamos una de las grabaciones más destacadas de Parsifal en el siglo XXI: la de Christian Thielemann publicada por DG, procedente de varias tomas en vivo en la Staatsoper de Viena en junio de 2005, hoy descatalogada.
Christian Thielemann en la Staatsoper de Viena ofrece un gran Parsifal, con la mejor dirección en disco desde Knappertsbusch, y un notable elenco encabezado por Plácido Domingo y Waltraud Meier, ya en la recta final de sus carreras pero sentando verdaderas lecciones interpretativas. Un documento sonoro muy interesante y que por desgracia ha quedado descatalogado, probablemente por la aparición de un segundo registro del director, en vídeo, procedente del Festival de Salzburgo de 2013.
El director berlinés había causado un revuelo mundial tras sus Maestros en el Festival de Bayreuth de 2000, a los que uniría Parsifal en 2001 y Tannhäuser en 2002. Bajo contrato de DG, el sello amarillo llegó a un acuerdo con la Staatsoper de Viena y la ORF para registrar varias funciones de Tristán en mayo de 2003 y publicar su interpretación. El procedimiento se repetiría con Parsifal en junio de 2005, aprovechando las funciones de los días 23, 26 y 30 de junio de la producción de Christine Mielitz -a quien se debe también el Lohengrin de Dresde que grabara en 2016-, estrenada por Donnald Runicles en la primavera del año anterior. A diferencia de aquél montaje, éste para Viena cosechó abucheos frecuentes por su mensaje confuso y los decorados debidos a Stefan Meyer: una suerte de sociedad masculina militarizada que en el primer acto parece ubicarse en una escuela de esgrima y con las mujeres con vestimentas de tintes musulmanes, mientras que el segundo se desarrolla en una sala moderna con sofás rojos y Kundry y las muchachas-flor ataviadas con trajes rojos de noche, mientras que el tercero se desarrolla en penumbra con proyecciones, hasta llegar a la escena final. En la temporada 2004/05 se repuso en enero de la mano de Simon Rattle, en marzo de nuevo con Runnicles y Peter Schneider y en junio con tres funciones a cargo de Thielemann. En un momento en que las grandes grabaciones de estudio habían pasado a mejor vida, el sello amarillo sorprendió con una edición en vivo homologable al estudio y lujosa publicación: caja de cartón negro, carátula con maravillosas fotografías interiores, preciosa serigrafía en los discos, y librillo en alemán, inglés y francés, libreto y comentarios. Como en los buenos tiempos.
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Waltraud Meier como Kundry en el primer acto |
El sonido es magnífico: un estéreo natural, nítido, que capta todos los detalles, desde los pianissimi a los fortissimi, sin que los primeros se escuchen bajos ni los segundos saturados. No le damos la máxima calificación por considerar que una toma no tan cercana y un punto más envolvente hubiera beneficiado a la orquesta, dotándola de más atmósfera si cabe. Los aplausos están cortados, no existen ruidos procedentes del público y sólo algún ruido leve de escena que dota de inmediatez a la escucha.
La lectura de Thielemann dura 4 horas y 2 minutos -cinco minutos más rápida que la ofrecida en Bayreuth en 2001-. En conjunto es más rápida que las de Kna -su registro más rápido, el del Festival de Bayreuth de 1960, dura 4 horas y 4 minutos-, ahora bien, los 69 minutos del segundo acto y los 74 del tercero sí están dentro de las minutaciones que empleara el Sumo Sacerdote wagneriano -así, cada uno de estos actos dura un minuto más que los de Kna en el registro de 1962-, y Thielemann acelera en la primera parte del primer acto. Su lectura combina solemnidad luminosa con poesía y se presenta perfectamente articulada, con especial atención al control de dinámicas y a la belleza tímbrica, ofreciendo un orgánico orquestal compacto y dúctil. Ya desde el preludio llama la atención su precisa y atenta articulación, con absoluta atención a la tensión-relajación que se va produciendo en las frases, alejado de cualquier discurso melifluo, algo que se produce también en la Verwandlungsmusik, donde la cuerda grave aparece como perfecto contraste rítmico a la línea principal. Ello no está reñido con la elegancia y la redondez del sonido, características que también están presentes. La transparencia, otra de sus señas de identidad, hace también presencia. Quizás pueda echarse en falta un clímax más impresionante en el preludio, pues éste no llega a apabullar como como los de Kna (CD1, pista 1, 6:30). Thielemann deja escuchar en el motivo de la Fe la nota de paso en las violas (pista 2, 1:06), un detalle armónicamente muy bello y que casi siempre pasa desapercibido -en el primer registro donde queda patente es en el de Boulez en el Festival de Bayreuth de 1966-. Hay varios crescendi impresionantes: en la entrada de Kundry (CD1, pista 3, 0:10), cuando los caballeros señalan a Parsifal por haber matado al cisne (pista 8, 0:48) o la progresión conseguida en la escena de la comunión (CD2, pista 7). Hay también momentos formidables por su tensión, como cuando Kundry revela a Parsifal que su madre ha muerto (CD1, pista 9, 2:46), con una cuerda absolutamente precisa a las órdenes de un Thielemann arrojado; tras proferir Kundry el und lachte! en el segundo acto, donde queda un silencio de trece segundos; o en el interludio que conduce a la escena final (CD4, pista 10), con un subsiguiente coro que crea una atmósfera asfixiante y desesperada.
El tratamiento del viento como un órgano ofrece detalles de gran belleza: en el preludio, en el acompañamiento a Gurnemanz cuando ve aparecer a Amfortas hacia el baño (CD1, pista 3, 2:12), en su posterior monólogo (pista 7, 0:36) o cuando Parsifal presenta la lanza a Gurnemanz (CD4, pista 5, 0:26). El juego entre secciones orquestales en la sala del Grial está muy bien conseguido -nótese la transición en CD2, pista 2, 2:41 o unas campanas impresionantes desde las profundidades en pista 3, probablemente las más espectaculares de toda la discografía (no resultan tan impresionantes, sin embargo, al final del acto)-.
Su dirección está cargada de progresión dramática, pero destaca sobre todo la escena de la sala del Grial del primer acto, perfecta conjunción musical y dramática, con un control absoluto del entramado orquestal y coral y de los distintos pasajes de la partitura, incluyendo aquellos que muchas veces se pasan por alto -nótese el descubrimiento del Grial (CD2, pista 6), con todo el entramado de cuerda grave perfectamente expuesto y, al aparecer el tema principal en los violines se aprecia, nítida, la línea de los cellos (2:07 a 2:33)-. En el segundo acto, tras un preludio que destaca por su monumentalidad, la escena de Klingsor se revela pulcra, falta de una cierto cataclismo, dando paso a una escena de las muchachas-flor a tempo contenido, cargada de preciosismo, y un dúo sereno, crepuscular y cargado de misterio, muy personal y quizás no apto para todos los gustos. El tercer acto se abre con un preludio bien manejado en tensión, al que sigue una atmósfera muy evocadora, con algunos detalle tímbricos maravillosos -nótese el clarinete bajo con la línea del motivo de Viernes Santo en CD4, pista 7, 0:46-. En la conclusión orquestal (pista 14), Thielemann nos depara sorpresas además de la presencia de las arpas: la línea del clarinete bajo (0:47) y los trinos en los violines (0:55). La presencia de los contrabajos de 3:32 a 3:42 recuerda a Kna.
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Domingo y Meier como Parsifal y Kundry en el tercer acto |
Waltraud Meier, a sus 59 años, ofrece la séptima y última aproximación publicada de su Kundry1, el rol que más tiempo ha tenido en agenda -34 años, apareciendo en 27 producciones distintas, por detrás va su Isolda, que cantó durante 22 años2-, lo que conduce aquí a una interpretación dramáticamente muy aquilatada, con un magnífico primer acto, pero vocalmente ya pasado su mejor momento vocal: en el segundo se hace patente que la voz tiene menos volumen y ha perdido fiato y estabilidad, pero el dominio del personaje es incuestionable. Thielemann la acompaña con cuidado en su relato (CD3, pista 8), sorteándolo con profesionalidad y sin descalabros. También el Lachte! (pista 11, 2:16) está bien cantado, al que sigue una enorme pausa de trece segundos que corta el aliento. Meier parece que se reserva para el tramo final del dúo, frenética sin merma de calidad. En definitiva, toda una muestra de profesionalidad de una de las cantantes que han disfrutado de una carrera larga y bien planificada.
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Struckmann (Amfortas). A la derecha Selig (Gurnemanz) |
Un juvenil Ain Anger -34 años contaba al tiempo de esta grabación- no tenía voz para encarnar a Titurel: falta oscuridad y anchura, sonando demasiado liviano y sin autoridad, sobre todo después de venir escuchando a Selig.
Klingsor está a cargo de Wolfgang Bankl, miembro del elenco estable de la Staatsoper desde 1993, que presenta una voz un punto liviana y que desarrolla una interpretación demasiado pulcra, sin profundizar en el complejo personaje, por lo que el resultado no pasa de la mera corrección.
Correcta sin más Janina Baechle en el solo. A buen nivel caballeros y escuderos, como se
espera de la Staatsoper. Muchachas-flor un punto por debajo, no absolutamente redondas pero solventes.
Magnífico el Coro de la Staatsoper, dirigido por Ernst Dunshirn, envolvente en el forte y flexible en las sutilezas, muy atento al color y al entramado armónico creado por Wagner.
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Bankl como Klingsor (la fotografía procede de la reposición del montaje en 2013) |
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