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Salen a subasta los objetos de la actual producción de Lohengrin de Bayreuth

23/08/2025

El Festival de Bayreuth ha anunciado en redes sociales hace apenas dos horas que el próximo mes de septiembre saldrán a subasta los objetos del Lohengrin de Yuval Sharon.

Primer acto de este Lohengrin, en una imagen correspondiente a 2022

        Una selección de trajes, accesorios y partes del escenario, diseñados por los pintores alemanes Neo Rauch y Rosa Loy y que han podido verse en la producción de Lohengrin de Yuval Sharon, estrenada en 2018, saldrán a subasta en el próximo mes de septiembre en Grisebach, la casa de subastas sita en Berlín. Los beneficios irán destinados a financiar la ópera infantil del próximo año.

El Festival ha comunicado, asimismo, que hasta el 28 de agosto y con cita previa, podrán examinarse en Bayreuth los objetos que van a ser subastados.

La subasta del atrezzo de este Lohengrin confirma que será retirado de cartel, como veníamos apuntado. Ello cierra el calendario para la temporada de 2027, año de transición sin Anillo y donde a la nueva producción de Parsifal podrán verse las reposiciones de Maestros, Tristán, Holandés y Tannhäuser. Los fans de esta última producción, debida a Tobias Kratzer y estrenada en 2019, tendrán una oportunidad más de presenciarla.

LOHENGRIN / BAYREUTH 2025

LOHENGRIN / Festival de Bayreuth, 1 de agosto de 2025, 16 horas. Otras representaciones: 4, 6 y 9 de agosto
Producción de Yuval Sharon estrenada en 2018 / Decorados y vestuario: Neo Rauch y Rosa Loy. Iluminación: Reinhard Traub
Dirección musical de Christian Thielemann (director del coro: Thomas Eitler-de Lint)
Reparto: Andreas Bauer Kanabas (Rey Enrique, en sustitución de Mika Kares), Piotr Beczala (Lohengrin), Elza van den Heever (Elsa von Bravant), Olafur Sigurdarson (Friedrich von Telramund), Miina-Liisa Värelä (Ortrud), Michael Kupfer-Radecky (Heraldo), Martin Koch (primer noble brabanzón), Gideon Poppe (segundo noble brabanzón), Felix Pacher (tercer noble brabanzón), Markus Suihkonen (cuarto noble brabanzón)
Minutación: Acto I: 59:20 / Acto II: 82:47 / Acto III: 60:46 / Total: 202:53 (3 h 22 min).
Todas las imágenes de este artículo son propiedad del Festival de Bayreuth (www.bayreuther-festspiele.de). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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El regreso del mago. Y sobre el Coro de Bayreuth


        Se esperaba con impaciencia: el regreso de Christian Thielemann a Bayreuth después de dos temporadas ausente, con
diferencias ya arregladas con Katharina Wagner y no sin presión desde el Consejo de Administración y la Asociación de Amigos del Festival, que consideraban la vuelta del berlinés como una prioridad. Ciertamente la retirada prematura de este Lohengrin no dejó buen sabor de boca, y ha sido una alegría que haya completado su andadura en cartel. Bien merecería una prórroga, algo que podría suceder en 2027, pero parece que los vientos soplan por concedérsela tanto al Holandés de Dmitri Tcherniakov como al Tannhäuser de Kratzer, logrando ambos de esta forma seis años en cartel. Juega en contra el hecho de que Thielemann se ocupará de la nueva producción de Parsifal -aunque ya dirigió dos títulos en 2001 (Parsifal y Maestros) y 2012 (Tannhäuser y Holandés)- y que esta producción se arrastra desde 2018 -no se programó en 2021 aduciéndose que, en pandemia, la colocación del coro en el montaje era problemática-.

        El Lohengrin azul Delft diseñado por Neo Rach y Rosa Loy ha sido alabado por el público pese a un protagonista que es el hombre de la luz -¿de ahí quizás que todos sean una especie de insectos con alas que revolotean en torno a la instalación?- y a quien esa superioridad se le acaba subiendo a la cabeza en el tercer acto. Un montaje que tiene más interés en cuanto al decorado -ese maravilloso comienzo del segundo acto con atmósfera nocturna azulada- y al vestuario que al mensaje de fondo, que queda un tanto cojo. El público ha aclamado fervorosamente la representación, si bien creo que no ha sido ni el mejor Lohengrin de Beczala ni la mejor dirección de Thielemann, ambos dentro del sobresaliente. Quizás la función tiene algo de misticismo por el regreso de ambos, sobre todo tras la salida abrupta del berlinés, y teniendo en cuenta que ya tiene apalabrado Parsifal para 2027, sumado a lo que a continuación diremos del polaco.

        Del reparto original sólo queda el protagonista, el polaco Piotr Beczala, que por agenda no pudo acudir a Bayreuth en 2022 -debutaba Radamés en Salzburgo- pero quien deslumbró en 2018 y 2019. Ha llegado a Bayreuth tras dos funciones en el Festival de Ópera de Munich, si bien para 2026 lo tiene programado para Baden-Baden en primavera. Tras un 2024 sin abordarlo, fue un rol recurrente en su agenda en 2023: se le escuchó en el Bolshoi, Viena, París, Nueva York y Budapest. Su regreso a Bayreuth alienta las expectativas de que pueda ser el próximo Parsifal para 2027 con Thielemann: en septiembre de 2020 el tenor declaró en una entrevista que estaba preparando el rol para cantarlo en la producción que tenía previsto dirigir Thielemann en 2023. Finalmente el tenor decidió no preparar el rol y, asimismo, el director salió de Bayreuth y el Festival Escénico Sacro recayó en Pablo Heras-Casado. Pero es que últimamente se ha vuelto a escuchar que el polaco va a preparar el papel. Por lo tanto se espera en Bayreuth verle en 2027.

        El resto de roles se reparten entre debutantes y habituales procedentes del Anillo. Debutan Elsa van den Heever como Elsa y Miina-Liisa Värelä como Ortrud. Entre los habituales se han incorporado a este montaje Olafur Sigurdarson como Telramund y Michael Kupfer-Radecky como Heraldo. Mika Kares se iba a ocupar del Rey Enrique, pero por indisposición ha cedido el testigo en esta función a Andreas Bauer Kanabas. En los años anteriores el rol recayó en Georg Zeppenfeld, pero probablemente haya declinado hacerse cargo del rol por tener mañana la segunda representación de Maestros.

        El mago Thielemann desarrolla una lectura suave y redondeada, con un sonido de indudable belleza. Comienza con un preludio suave y etéreo, provisto de cierta melancolía y creciendo hasta el clímax. Aquí y allá hay detalles de sonoridades originales, comenzando por el preludio, donde entresaca detalles de las maderas entre la melodía de los violines.

        Hay originalidades: en la introducción el metal está presente sobre la cuerda para luego ir creciendo la cuerda -ocurre también en el interludio que representa el amanecer en el segundo acto-, la bajada a piano subito en una de las frases finales del coro, el impulso con que se pronuncian los versos Preis deinem Kommen! / Heil deiner Art... o un accelerando final. En el segundo acto tras una sutil escena nocturna, demostró explosividad en la  escena de las tropas. Nótese el detalle original de los clarinetes, seguido del arpa, en la transición que va de la entrada de las mujeres al pasaje que acompaña a Elsa a la catedral, este último por cierto con una madera de sonoridades preciosistas-. La temperatura dramática ha ido subiendo a lo largo de la escena frente a la catedral, con momentos de verdadera incandescencia -el enfrentamiento entre Elsa y Ortrud, las contestaciones del coro y la entrada del Rey con Lohengrin-. Otro detalle: el ritardando en el tema de Telramund en los trombones cuando pregunta, altivo, su identidad al protagonista. La primera intervención del órgano ha sonado con bastante más presencia de lo habitual, desconozco si se debe a la colocación de los micrófonos para la retransmisión o efectivamente ha sonado así en la sala. En el tercer acto se muestra limpio y elegantísimo, y un largo silencio dramático se produce después de que Telramund irrumpe en la cámara nupcias y el protagonista lo mata. Nótese el redoble bastante presente cuando introducen el cadáver de Telramund a presencia del Rey.

        En cuanto a la minutación, nos encontramos ante la segunda más ágil a lo largo de los cuatro años en que ha dirigido este montaje: 3 horas y 22 minutos, frente a las 3 horas y 17 minutos el año del estreno (2018), siendo la más lenta en 2019, con 3 horas y 26 minutos.

Elsa (van den Heever) y Lohengrin (Beczala)
        Piotr Beczala compone un sobresaliente Lohengrin a sus 58 años: 
bello timbre, interpretación viril y arrojada, fraseo bien planteado y agudos brillantes. Tengo la sensación, no obstante, que en sus dos apariciones anteriores en el Festival ofreció una mayor variedad de dinámicas. Su intervención aquí me resulta demasiado asentada en el mezzoforte-forte -en esto recuerda a Sándor Kónya, si bien el húngaro ofrecía un Lohengrin más etéreo y el de Beczala es más viril y con ciertas resonancias heroicas-. Puede que haya influido un poco la rutina: el polaco venía del Festival de Ópera de Munich, donde había cantado dos funciones, que se suceden a éstas casi sin interrupción -la segunda en Munich fue dos días antes y las cuatro que se ofrecen en Bayreuth van también bastante seguidas-, y a su vez los ensayos finales de Bayreuth precedieron a las funciones de Munich. No obstante, en el dúo con Elsa del tercer acto exhibió cierta suavidad y, en general, un punto de melancolía. En el inicio del In fernem land faltó un punto de misterio, iniciado en mezzo piano y como sin atreverse a afrontarlo en mezza voce, a la que luego se animó unos versos después. En todo caso, vocalmente es la voz más importante de todo el elenco, por materia, técnica y fraseo.

        La sudafricana Elsa van den Heever -por el apellido probablemente de ascendencia bóer-. estudió en el Conservatorio de San Francisco y debutó tempranamente en el Metropolitan, donde precisamente el pasado mes de mayo apareció como Salomé, junto Peter Mattei y Gerhard Siegel. Comenzó como mozartiena y belcantista, y es una lírica pura. La línea de canto es elegante y frasea con gusto, pero el timbre es un tanto monjil y metálico y hay un cierto vibrato nervioso en la zona alta. Empezó fría, con poco cuerpo y temblona en el agudo, con propensión a sonidos abiertos. Estuvo más convincente en el segundo en el dúo con Ortrud. En el tercer acto la voz pequeña y metálica contrasta con la calidez de Beczala. En otoño será Sieglinde en el Anillo que está desarrollando Pablo Heras-Casado en París, papel que llevará a Bayreuth el año que viene. No sé qué tal estará en esa nueva aventura.

Telramund (Sigurdarson) y Ortrud (Värelä), quienes
físicamente encajan bien
        Olafur Sigurdarson es un Telramund carente de nobleza, con un timbre blanquecino y emisión poco elegante que no le va a un personaje que, ante todo, es un conde. No admite comparación con lo conseguido por Tomasz Konieczny en 2018 y 2019 y creo que Martin Gantner en 2022, aun teniendo una voz mate y descolorida, era más tersa y la línea de canto más estable.

        Debut en Bayreuth de la finlandesa Miina-Liisa Värelä como Ortrud, notable en lo vocal, cómoda en la tesitura -un punto metálica en su imprecación a Elsa frente a la catedral en el segundo acto-, menos en cuanto a presencia dramática, componiendo una villana estándar, sin una especial profundización psicológica.

        El bajo Andreas Bauer Kanabas, oriundo de Jena, fue miembro del elenco estable de la Staatsoper de Berlín entre 2007 y 2012 y, desde 2013, lo es de la Ópera de Frankfurt, desarrollando un repertorio variado, de Mozart a Verdi y música sacra, teniendo en repertorio los roles wagnerianos de Daland, Landgrave, Rey Enrique y Rey Marke. Además, ha hecho apariciones en teatros importantes: en Dresde con Thielemann hizo de Eremita en El cazador furtivo en 2015 -hay grabación en vídeo de C Major-, en Londres, Budapest o en las Óperas Cómicas de Berlín y París-. Ha sustituido in extremis a Mika Kares como Rey Enrique. Tenía ganas de escuchar a Kares, excelente Hagen y una voz de relieve, pero Bauer Kanabas se ha desempeñado con solvencia. Bajo cantante, de volumen suficiente, cómodo en la tesitura pero no tonante en el agudo, de acentos más bien suaves, con algún detalle interesante en el fraseo y componiendo un monarca venerable, un punto condescendiente. Personalmente soy gran defensor de los cantantes de elencos estables de teatros alemanes, pues son una garantía de solvencia y profesionalidad, como es el caso.

Michael Kupfer Radecky como Heraldo
        Michael Kupfer-Radecky, el Gunther del Anillo, ha sido un Heraldo tonante, más dado al volumen que a la sutiliza, con alguna estridencia puntual, pero efectivo. La voz tiene volumen y anchura, y en algún momento se confunde con la de Bauer Kanabas -no ocurrirá así con Kares, con quien ha hecho en los últimos años el Anillo-. Curiosamente, en su llamada a las tropas en el segundo acto ha tenido algunas frases en piano más detalladas.

        Muy bien los cuatro nobles brabanzones, con voces de entidad.

        El Coro ha demostrado su nivel, si bien en el primer acto un punto inferior respecto a lo ofrecido en Parsifal y el Ocaso, con algún leve desajuste en el complicado pasaje del sotto voce cuando ven aparecer a Lohengrin. En la escena de las tropas en el segundo acto quedó patente que la sonoridad no es tan sedosa como la de Eberhard Friedrich, optando por una textura un punto más granítica, que recuerda a los tiempos de Wilhelm Pitz -nótese en las contestaciones explosivas a Elsa frente a la catedral-. Al final de acto ha hecho gala de una suavidad que va creciendo hasta lo explosivo y se ha manejado muy bien en el tercero.

        A mi juicio estamos ante el año más flojo de los cuatro en que se ha visto este montaje -le aventajan con diferencia los de 2018 y 2019-, sin que sea malo, pues es una representación que se disfruta.

        La Radio de Baviera no emitirá el Tristán de Semyon Bychkov. Una pena, pues la dirección del ruso fue magnífica el pasado año y este año tenía buenas expectativas respecto a la Brangania de Ekaterina Gubanova y al Kurwenal de Jordan Shanahan. Tendré oportunidad de presenciar la función del 10 de agosto. Con este Lohengrin, por tanto, finalizan las retransmisiones del Festival de Bayreuth. Una edición donde el nivel directorial ha sido muy alto y que, en general, ha habido también un alto nivel vocal. Desde que comento las retransmisiones y, en general, desde que escucho el Festival, es el primer año en que hay que hacer alguna advertencia en cuanto al Coro. Es un tema del que no se quiere hablar, pero creo que es necesario poner de manifiesto una serie de datos. Nada más finalizar el Festival de 2024 se abrió el periodo para que los candidatos pudieran postularse -recibimos una cantidad increíble de solicitudes, declaró el Director artístico Guido Hackhausen-. El 15 de octubre se cerró el plazo de presentación de candidaturas y se convocaron audiciones en siete fechas distintas en siete ciudades europeas -entre ellas Ámsterdam, Londres, Leipzig o Dortmund, explicó Hackhausen- y, por supuesto, los que ya formaban parte del Coro pudieron también postularse. El resultado es que el ochenta por ciento de los coristas son nuevos. Y aquí llega la cuestión: ¿sólo un veinte por ciento han conseguido revalidar la plaza o es que ha habido mucha gente veterana que se ha negado a pasar por el aro de una nueva audición? El tenor Jörg Golombek, miembro del elenco estable del Teatro de Friburgo y desde 2002 y hasta el pasado verano miembro del Coro, criticó duramente a Katharina Wagner por el trato que dispensaba al Coro al obligar a pasar a todos sus miembros por una nueva audición. Respondió Hubertus Herrmann, jefe de prensa del Festival, declarando: Es un proceso complemetamente transparente y necesario para un nuevo director de coro escuchar primero cada voz individualmente en una audición para obtener una visión general de las voces disponibles, con las que luego trabajará intensamente durante los meses de verano. Golombek se negó a acudir a la audición, y es factible pensar que unos cuantos más. Adució que supone un menosprecio al coro y que ningún director se ha quejado nunca de la falta de rendimiento del Coro del Festival más allá del proceso normal de ensayo; al contrario: una y otra vez, directores e incluso directores de orquesta acudieron a la sala del coro para expresar su gratitud por la colaboración especial. En su carta enfatizaba la disposición de los miembros a permanecer fieles al Festival en condiciones difíciles y a hacer sacrificios económicos, denominando el Coro del Festival como el Olimpo entre los coros de ópera, pero la disolución al acabar la edición de 2024 sin previo aviso no le parecido correcta. A esta crítica el Festival responde con un argumento formal: la invitación a formar parte del Coro es por un año y se renueva anualmente, por lo que no existe un derecho adquirido a permanecer en él. No hay, en definitiva, miembros permanentes. También han circulado voces que critican que, por el hecho de llegar un nuevo director haya que hacer audiciones generales, algo que no ocurre habitualmente. Desconozco si cuando Eberhard Friedrich sustituyó a Norbert Balatsch en 2000 hubo un proceso similar. En todo caso, el pasado mes de febrero Gerrit-Michael Wedel, Director General de la Asociación Alemana de Conjuntos de Ópera y Danza advirtió del riesgo de la pérdida de calidad del Coro.

        Creo que el hecho de que el ochenta por ciento de los coralistas sean nuevos es la causa de ese sonido tan macizo y menos envolvente en piano frente al sonido trabajado por Friedrich durante su andadura. Es de prever que sus integrantes vayan cogiendo experiencia en la compleja acústica del Festspielhaus. Antonia Goldhammer en su crítica para la Radio de Baviera se hace eco de ese exceso de volumen en algunos momentos -dice que los miembros del coro tenían muchas ganas de impresionar-. Es optimista, pidiendo que se dé tiempo hasta que todo se tranquilice. En todo caso, es una alarma importante. Espero y deseo que sea una cuestión de la recién efectuada reestructuración y nueva dirección, y que en años próximos volvamos a calificar de excepcional sin salvedades el que siempre ha sido gloria indiscutible del Festival.

Grabación digital en HD, en formato .acc a 256 kpbs, procedente de la Radio de Baviera.
Se incluyen alocuciones iniciales y finales.

6 DE AGOSTO DE 2025.

Lohengrin / Gran Teatro del Liceo (marzo 2025)

LOHENGRIN / Gran Teatro del Liceo, 17 de marzo de 2025, 19 horas
Nueva producción de Katharina Wagner / Escenografía: Marc Löhrer / Vestuario: Thomas Kaiser / Iluminación: Peter Younes / Dramaturgia: Daniel Weber
Dirección musical de Josep Pons (director del coro: Pablo Assante)
Reparto: Günther Groissböck (Rey Enrique), Klaus Florian Vogt (Lohengrin), Elisabeth Teige (Elsa von Bravant), Olafur Sigurdarson (Friedrich von Telramund), Miina-Liisa Värelä (Ortrud), Roman Trekel (Heraldo), Jorge Rodríguez-Norton (primer noble brabanzón), Gerardo López (segundo noble brabanzón), Guillem Batllori (tercer noble brabanzón), Toni Marsol (cuarto noble brabanzón)
Minutación: Acto I: 60 / Acto II: 81'40 / Acto III: 60'02 / Total: 201'42 (3 h 21 min).
Todas las imágenes de este artículo son propiedad del Gran Teatro del Liceo (hwww.liceubarcelona.cat). Únicamente se muestran para fines divulgativos.
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El Lohengrin asesino

        Estaba previsto que en marzo de 2020 se estrenase en el Liceo de Barcelona una nueva producción de Lohengrin debida a Katharina Wagner, quien retomaba así un título que había llevado a Praga en 2017, en una reposición del histórico montaje de su padre estrenado en el Festival de Bayreuth cincuenta años atrás -el histórico Lohengrin de Kempe-. Comenzó a ensayarse, pero la pandemia cerró toda actividad artística y el proyecto quedó estancado hasta ahora, cinco años después, en que ha vuelto con bastantes cambios de reparto, pero manteniendo al protagonista y al director, el titular del teatro, Josep Pons.

        El regreso del montaje ha traído polémica desde el día de la rueda de prensa previa, cuando se confirmó que Iréne Theorin, anunciada como Ortrud, no estaría presente por diferencias con Katharina Wagner, y que incluso no cantaría en el estreno, la función a la que la bisnieta del compositor acudiría, anunciándose a Miina-Liisa Värelä en su lugar. La web del Liceo lo anunció puntualmente, indicando que ello obedecía a desacuerdos artísticos entre Iréne Theorin y la directora de escena de la producción, Katharina Wagner. Estos desacuerdos artísticos parece que hay que buscarlos, según los medios, en en el primer ciclo del Anillo del Festival de Bayreuth de 2022 -la polémica producción de Valentin Schwarz, dirigida en el último momento por Cornelius Meister y que se estrenaba con dos años de retraso también por la pandemia-. La soprano tuvo un rendimiento deficiente y, al final del Ocaso, recibió perceptibles abucheos, a lo que aquélla respondió mostrando un dedo al respetable. Katharina, como directora del Festival, y como no podía ser de otra manera, censuró el comportamiento de la soprano y defendió la libertad del público para expresar su juicio sobre el resultado artístico, algo que por otra parte ha sido un dogma esencial en Bayreuth. Los abucheos y reprobaciones son relativamente frecuentes en el Festival, dado el exigente público, y nunca un artista se había encarado a la reacción de aquél. Por supuesto, Theorin no regresó y la británica Catherine Foster, Brunilda entre 2013 y 2018, fue llamada para retomar el exigente rol -una decisión que suscribo sin reservas-. Para rematar la historia, Katharina tampoco acudió a la rueda de prensa ni a las fotografías que después se realizaron en el escenario: Víctor García de Gomer, director artístico del Liceo, la excusó aduciendo que no se sentía cómoda para asistir, si bien también apuntó que en el teatro se sentían herederos del desencuentro entre ambas.

Sigurdarson y Värelä como Telramund y Ortrud al comienzo del segundo acto
        Ahora bien, en esta historia hay algo que no cuadra. Theorin no estaba anunciada en el elenco original, sino Evelyn Herlitzius -a día de hoy, y a punto de cumplir 62 años, retirada de los roles de soprano dramática y haciendo apariciones como mezzo-. Entonces, si los sucesos polémicos ocurrieron hace casi tres años, cuando aún no se había retomado esta producción, ¿por qué se contó con Theorin? ¿Fue contra la voluntad de Katharina Wagner o con su desconocimiento? Pues si nos atenemos al relato que estos días ha circulado, parece que sí. Quizás el Liceo tiró de una agencia de artistas habitual y dicha agencia les propuso a Theorin, o bien como ha llegado a apuntar un crítico, alguien se ha obstinado más de la cuenta. García de Gomar adujo en la rueda de prensa que cuando se contrató a Theorin todavía no habían surgido las diferencias con Katharina -¿se pensaba estrenar en 2025 y se cerró el elenco, a más tardar, a principios de verano de 2022?-. Lo que es cierto es que 
Theorin es una cantante apreciada en el coliseo barcelonés. Apareció en el Tristán que los conjuntos de Bayreuth ofrecieron en septiembre de 2012 como prólogo del bicentenario del nacimiento del compositor que se celebraría en 2013 y después como Brunilda en el Anillo que durante varias temporadas desarrolló el teatro bajo la dirección de Josep Pons, y también como Turandot. El Liceo la galardonó como cantante del año. 

        Se ha intentado dar una imagen de revancha por parte de Katharina, pero lo cierto es que el estado vocal de Theorin, que este año cumplirá 62 años, es una sombra de lo que fue hace diez, y no sería de extrañar que la bisnieta del compositor hubiera querido contar para el estreno con una voz más saneada y dejar a criterio del teatro las restantes funciones. No en vano, la soprano Miina-Liisa Värelä debutará este verano en Bayreuth precisamente como Ortrud. La cuestión se ha enrevesado más, pues Theorin presentó un informe médico que acreditaba la existencia de una afección en una de sus cuerdas vocales, por lo que finalmente las cuatro primeras funciones se las han repartido la citada Värelä y la mezzo Okka von der Damerau, conocida en el Festival de Bayreuth por aparecer en roles menores. Theorin fue anunciada para las dos últimas, pero parece que la afección ha persistido, haciéndose cargo también Värelä de éstas.

        Del reparto originalmente previsto se han mantenido el protagonista -el incombustible Klaus Florian Vogt-, el Rey Enrique -Günther Groissböck- y el heraldo -un veterano Roman Trekel, ahora muy mermado de facultades-. La Elsa inicialmente prevista, la canadiense Erin Wall, falleció en el otoño de 2020 debido a un cáncer, mientras que Telramund estaba asignado al alemán Carten Wittmoser. Los que finalmente han encarnado estos roles, la noruega Elisabeth Teige y el islandés Olafur Sigurdarson, tienen un currículo más meteórico, sobre todo la primera, una de las voces femeninas wagnerianas indiscutibles a día de hoy. Ambos son habituales de Bayreuth. Como el montaje se llegó a ensayar en 2020, se tomaron fotografías, algunas de las cuales han empleado estos días los medios sin indicar que procedían de entonces: es fácil reconocer en ellas a un Klaus Florian Vogt más joven y la presencia apabullante de Evelyn Herlitzius como Ortrud. Lo que sí es claro es que en los cambios de reparto Katharina ha hecho prevalecer su criterio: todos los cantantes son habituales de Bayreuth e incluso la pareja de villanos será la que se escuchará el próximo verano bajo la dirección de Christian Thielemann.

En el preludio presenciamos el asesinato de Gottfried
        La presencia de Katharina Wagner con un nuevo montaje ha generado expectación a nivel internacional. La bisnieta del compositor, que cosechó un abucheo mayúsculo en 2004 en Budapest precisamente con esta obra -la trama se desarrollaba en un marco de luchas políticas internas en torno al partido político del cisne-, tuvo años de mayor presencia en el mundo de la escena que ahora. Tras retirar de cartel su Tristán en el Festival de Bayreuth de 2019 no había producido nada más. Se hablaba de un Parsifal para Bayreuth en 2022, que debía dirigir Christian Thielemann, pero la pandemia y las diferencias -hoy solventadas- entre ambos, terminó por llevar al traste el proyecto. En este caso las cosas son diferentes. No nos encontramos ante una propuesta moderna, sino más bien atemporal, siendo lo más destacado -y polémico- su reinterpretación de la trama: el protagonista es el malo y los malos son los buenos. Durante el preludio vemos un hermoso bosque verde oscuro con un lago donde juegan Elsa y Gottfried. Lohengrin aparece y mata a Gottfried. Ortrud y Telramund intentarán desenmascararle y tendrán una conducta detectivesca en el comienzo del segundo acto: en el mismo paraje Ortrud encontrará una corona y una espada de juguete que pertenecían a Gottfried. La escena con Elsa se desarrolla en tres cubículos blancos a media altura del escenario, algo que ha sido criticado por las dificultades de visibilidad que presenta un teatro clásico de herradura, y que se mantendrán en toda la escena del Heraldo con las tropas e incluso en la primera parte del tercer acto. 
Ortrud acaba por apresar a Lohengrin y se lo muestra al Rey Enrique y a las tropas. Al final de la obra el protagonista muestra el cadáver de Gottfried para, acto seguido, suicidarse. Ortrud y el Rey Enrique se miran fijamente mientras cae el telón. El cisne, de color negro, es una suerte de artefacto animatrónico que ha despertado desde enfado a hilaridad.

        La bisnieta del compositor justifica esta vuelta de tuerca en la pregunta de que si alguien puede estar con una persona de la que no se conoce ni su nombre ni su origen.

      Se han ofrecido seis funciones entre los días 17 y 30 de marzo, retransmitiendo Cataluña Música la correspondiente al estreno, en una toma sonora dotada de la debida presencia y empaque. La última de las funciones se ha dedicado a Isabel Llorach i Dolsa, mecenas y figura destacada del wagnerismo en Barcelona en el primer tercero del siglo XX, en el 150 aniversario de su nacimiento.

        Josep Pons, director titular del Liceo desde hace más de una década, ha ofrecido una lectura equilibrada y académica, atenta a la claridad, sin merma de la emoción, y donde la orquesta y el coro han estado en su sitio, profesionales y entregados. La batuta procura extraer una paleta de colores bien trabajada y delineada. Estamos ante una lectura que bien podría asemejarse a las primeras que se ofrecieron de la obra: tempi más bien ligeros pero sin sensación de apresuramiento, distribución bien planteada y atención a los concertantes. Ahora bien, no encontraremos las explosiones sonoras de Bayreuth, se echa en falta en algunos momentos una cuerda con más músculo -que en todo caso se presenta empastada y afinada- y unos metales más contundentes. El fraseo por momento resulta cuadriculado -nótese el concertante del final del primer acto, toda la primera parte del dúo entre Elsa y Ortrud en el segundo o la marcha nupcial- o lineal -falta progresión en la entrada del protagonista-, echándose en falta un punto más de vuelo. Sí funcionó bien en el que procede a la lucha entre Lohengrin y Telramund. En todo caso, la respuesta orquestal ha ido de menos a más, con un tercer acto importante-. Hay también algún timbalazo excesivo -cuando el coro llama al Juicio de Dios en el primer acto o en el interludio del tercero-. Los metales han estado en su sitio a salvo alguna pifia anecdótica en las fanfarrias. Lo más interesante, unas maderas nítidas y que en el primer acto han creado unas sonoridades cremosas muy atractivas -nótese el clarinete bajo acompañando al coro en la entrada de Elsa en el primer acto o la belleza del color obtenido en el acompañamiento de Elsa a la catedra en el segundo, con dulce parsimonia-. Se opta por el corte más amplio posible tras el In fernem land, pues tras la breve intervención de Elsa aparece el cisne.

Klaus Florian Vogt como Lohengrin en el tercer acto
        Klaus Florian Vogt compone su ya muy conocido Lohengrin. En el primer acto hay alguna aspereza dentro de su dulzura habitual, como asimismo en el segundo cuando se dirige a Elsa para entrar a la catedral se muestra puntualmente apurado en el agudo. Tercer acto exhibiendo su fraseo y dulzura, haciendo gala de una cuidada variedad de dinámica, y segunda parte del acto 
con su habitual recogimiento y un punto manierista en el In fernem land. No es, desde luego, la mejor encarnación de Vogt del caballero del cisne: a sus 54 años la voz ha perdido algo de esmalte y puede sonar incluso más hueca, pero la técnica y el fraseo están ahí, y con inteligencia y capacidades saca adelante la función con comodidad, en un rol que lleva siendo suyo veinte años debido por un lado a su técnica y por otro a que sus eventuales competidores -Jonas Kaufmann primero y Piotr Beczala después- se han acercado al papel sólo puntualmente y no han sido constantes en el rol.

Teige como Elsa y Trekel como el Heraldo en el primer acto
        Elisabeth Teige como Elsa fue la gran triunfadora de la velada, con una voz firme y tersa, un punto apasionada pero sin renunciar a la dulzura tan característica del personaje, cuidada línea de canto y fraseo y variedad de dinámicas. Tuvo problemas de colocación de la voz en su intervención final en el segundo acto, como si no estuviera bien colocada y proyectada desde atrás, algo en todo caso anecdótico.

        Olafur Sigurdarson como Telramund tuvo una intervención pobre en el primer acto: la voz es incisiva y funciona bien en los parlatos ágiles, pero la voz pierde color en el agudo y se muestra apurada por momentos, incluso desabrida, con un vibrato desagradable en los agudos largos. La tesitura más central en el segundo le hace estar más cómodo en su escena con Ortrud, donde ofrece un personaje muy teatral en su fracaso.

        La soprano finlandesa Miina-Liisa Värelä tiene voz y maneras para afrontar el rol de Ortrud, si bien se muestra más cómoda como la intrigante esposa de Telramund que como una hechicera pagana: en la invocación de los dioses paganos es vencida por la tesitura, con un agudo muy forzado y asentada en el grito. Estuvo mejor en la también temida intervención final.

Concertante en el segundo acto
        Respecto a Günther Groissböck como Rey Enrique, el que es uno de los grandes bajos wagnerianos de nuestros días lleva en los últimos meses una deriva preocupante: la voz no termina de proyectarse bien, ha perdido brillo y suena mate, leñosa y áspera por momentos, especialmente en su contestación a las tropas en el tercer acto. Eso sí, ofreció su voz grande, presente siempre en los concertantes. Parece que se contagió del fraseo por momentos cuadriculado de Pons. En todo caso, estamos ante una interpretación plausible, de un monarca más fiero que venerable.

        A sus 62 años, Roman Trekel ofrece un Heraldo insuficiente, con emisión abierta y ajada, problemas en el agudo y timbre desabrido. En más de un momento parece que la voz va a romperse, especialmente en la escena con los soldados en el segundo acto. Trekel encarnó al Heraldo en Bayreuth en la producción de Keith Warner que pudo verse entre 1999 y 2005, en un momento importantísimo de su carrera -alternó este rol con el de Wolfram en Tannhäuser-. El que fuera uno de los grandes valores de la Staatsoper de Berlín y heredero de la tradición liederista de Dietrich Fischer-Dieskau y Andreas Schdmith, ha pasado ya hace tiempo su mejor momento y este rol exige, ante todo, una voz fresca y tonante.

        Bien los cuatro nobles brabanzones.

        El coro del Liceo, dirigido por Pablo Assante estuvo correcto, más cómodo en las suavidades de la entrada de Elsa que en los dificultosos pasajes que para los hombres exige la escena con el Heraldo en el segundo acto. En todo caso, aguantó el tipo en los concertantes, que es mucho decir.

        El público ha disfrutado de la velada, con aplausos en los tres actos antes de que finalizara la música y con un sonorísimo abucheo a la propuesta escénica. En la retransmisión se puede escuchar un vergogna nada más iniciarse los aplausos del tercer acto. De hecho parece que para no avivar la polémica, una vez que salió el equipo escénico a saludar y se hizo patente el rechazo del público, no hubo más salidas. La propuesta de Katharina termina resultando incoherente en el tercer acto, por lo que es plausible pensar que en los dos primeros actos el respetable disfrutaba de la parte musical y no se mostraba del todo desagradado en la escénica, hasta su culminación.

        Lohengrin ha vuelto al Liceo de Barcelona después de la fallida producción de Peter Konwitschny -hijo del kapellmeister Franz Konwitschny- que pudo verse en 2006 en coproducción con la Ópera de Hamburgo, donde la escena se desarrollaba en una escuela y donde el reparto presentaba deficiencias importantes -unos pasados John Treleaven y Luana DeVol como Lohengrin y Ortrud- y donde probablemente lo más interesante fue la dirección del wagneriano Sebastian Weigle, en aquél momento director del teatro. El montaje que nos ocupa es polémico, muy polémico, pero más serio que la parodia escolar vista hace casi veinte años y donde hay ciertas estampas visualmente atractivas con la diferenciación por colores -algo que ya utilizó Katharina en su Tristán de Bayreuth-, un fondo sugerente -el bosque, la aparición del protagonista- y una interpretación chocante del personaje que a nadie se le había ocurrido antes. La crítica también se ha hecho eco de un movimiento de la masa coral un tanto rígido o de cierta oscuridad en la iluminación en contraste con la agresividad de los cubículos blancos. En todo caso, creo que este montaje deja mejor sabor en todos sus aspectos, con el añadido de una respuesta orquestal y coral superior. Los conjuntos del Liceo han sabido estar a la altura. No tengo en cuenta las dos funciones de Lohengrin en versión concierto que los conjuntos de Bayreuth ofrecieron en la ya citada visita de septiembre de 2012, un acontecimiento histórico, si bien Andris Nelsons no pudo estar en el podio por razones de agenda y fue sustituido por Sebastian Weigle.

Grabación digital procedente de Cataluña Música en HD, en formato .mp3 a 256 kbps

30 DE MARZO DE 2025.

El Lohengrin de Kempe en Bayreuth (1967)

        Anunciado desde 2013, en otoño de 2017 Orfeo publicó, finalmente, el Lohengrin que Rudolf Kempe dirigiera en Bayreuth en 1967, utilizando las cintas originales de la Radio de Baviera. Un documento de gran valor artístico, tanto por la soberbia dirección como por el elenco, y que en esta edición luce un buen sonido estéreo que permite escuchar, en las mejores condiciones sonoras, los coros preparados por Wilhelm Pitz.

LOHENGRIN

Festspielhaus Bayreuth, 30 de julio de 1967
Rudolf Kempe

Heinrich der Vogler: Karl Ridderbusch
Lohengrin: James King
Elsa von Brabant: Heather Harper
Friedrich von Telramund: Donald McIntyre
Ortrud: Grace Hoffman
Der Heerrufer des Königs: Thomas Tipton
1. Edler: Horst Hoffmann
2. Edler: Hermin Esser
3. Edler: Dieter Slembeck
4. Edler: Heinz Feldhoff
Dirección: Excepcional
Elenco:
Sonido:
          

            En la última década, Rudolf Kempe ha ido despertando cada vez mayor interés en Wagner. La aparición en 2016 de la edición oficial de su Anillo en Bayreuth debida a Orfeo -que optó por publicar el registro correspondiente a 1961- no hacía sino corroborar los méritos del director de Dresde ya apuntados en su Anillo en el Covent Garden de 1957 publicado por Testament. En Lohengrin tradicionalmente era recomendado como un valor seguro, pues su registro en estudio con la Filarmónica de Viena (1962) combinaba sonido, una batuta segura y un elenco clásico. Pocos años después dirigiría la obra en Bayreuth y, ya sea por la acústica mágica del Festspielhaus o por el soplo de vida que da el directo, se supera a sí mismo hasta poder decir que nos encontramos con una dirección referencial acompañando a un elenco sobresaliente encabezado por una pareja protagonista de lujo.

        El Festival de 1967 estuvo marcado por el fallecimiento de Wieland Wagner en el otoño anterior a los cuarenta y nueve años, consecuencia de un cáncer de pulmón. Impulsor de la reapertura del Festival en 1951 junto con su hermano Wolfgang, ambos tuvieron el ambicioso objetivo, cumplido, de desnazificar el certamen y llevar la interpretación wagneriana a una nueva era. Habían transcurrido dieciséis ediciones de indiscutibles éxitos musicales y dramáticos -pese a que el nuevo modelo escénico, simbolista y minimalista, no había sido del agrado de todos en los primeros momentos- y, para la edición decimoséptima, Wolfgang, de cuarenta y siete años, iniciaba solo la andadura de regir los designios del Festival, una labor que se extendió por más de cuatro décadas, hasta su renuncia en 2008 por razones de edad.

        La edición de 1967 no trajo cambios con respecto a lo visto en 1966. La muerte de Wieland frustró ideas a corto plazo, como una remodelación de la escena de las muchachas-flor en Parsifal a la luz de la lectura ofrecida por Boulez, una nueva producción de Tannhäuser sin fecha de estreno1, o unos nuevos Maestros para 1968, centenario del estreno, que serían asumidos por Wolfgang. El programa se desarrolló conforme a lo previsto2, con la nueva producción de Lohengrin encomendada a Wolfgang y la reposición de Tannhäuser -sexto y último año-. El Holandés había sido retirado de cartel en 1965 tras cuatro ediciones, y Tristán había cumplido cinco, por lo que no apareció -si bien con la muerte de Wieland disfrutaría de tres prórrogas-. El programa se completaba con el tercer año del segundo Anillo de Wieland y el sempiterno Parsifal, constante desde 1951.

        Si bien las producciones de Wieland estarían presentes hasta 1973, año en que pudo verse su Parsifal por última vez, en el verano de 1967 ya se habían liquidado todos los proyectos relacionados con el patrimonio artístico de aquél: como relata Wolfgang en sus memorias, el 19 de abril se firmó un acuerdo entre éste, los herederos de su hermano, el municipio de Bayreuth y la Asociación de Amigos del Festival, donde se fijaban los términos económicos que correspondían a los herederos a la vez que el patrimonio artístico de Wieland pasaba a ser administrado y utilizado exclusivamente por el propio Festival3. Se ponía fin así a las dudas surgidas tras la polémica entrevista concedida a la televisión por Gertrud, la viuda de Wieland, el 8 de diciembre del año anterior, donde afirmaba sus derechos de propiedad intelectual sobre las producciones de su esposo en Bayreuth. Además, Wolfgang asumía en exclusiva la dirección en cumplimiento del acuerdo de asociación que los dos hermanos habían firmado el 30 de abril de 1962 y al que había prestado su aquiescencia su madre Winnifred, en cuya estipulación octava se decía: Si un socio fallece, el socio restante tiene derecho a continuar el Festival y a hacerse cargo del patrimonio de la empresa con todos los activos y pasivos. En este caso no hay litigio con los herederos del fallecido. El cesionario está obligado a pagar a la viuda del fallecido una pensión vitalicia4. Gertrud intentó obtener una posición en el Festival, y en último término fue Winnifred quien le contestó cortante, en una misiva, que Cuando el guardabosques muere, la familia del guardabosques ha de abandonar la casa del bosque5. Wolfgang propuso a su sobrino Wolf-Siegfried, único hijo varón de Wieland, y que contaba con 23 años, la posibilidad de comenzar desde cero en la Ópera de Stuttgart, a fin de adquirir una formación que le permitiese asumir en el futuro un rol en la organización del Festival, pero éste rechazó la propuesta apoyado por su madre, pretendiendo aprender a costa de ir ayudando en las producciones que se fueran presentando en el Festival, algo que Wolfgang rechazó de todo punto6.

        Fuera de lo estrictamente artístico, en 1967 tuvieron lugar bastantes novedades: la restauración del vestíbulo este y del principal, la remodelación del exterior en la fachada oeste, con la creación de una calle de sentido único y, en el centro de la galería, dentro de la sala, la Radio de Baviera instaló un estudio para las retransmisiones que reemplazaba al anterior, situado encima del escenario. Fue además el año en que llegó el estéreo a las retransmisiones y en que pudo verse Las hadas en el Festival de Jóvenes Intérpretes7.

        Wolfgang era menos arriesgado en planteamientos que su hermano, intentando buscar siempre un punto intermedio entre el nuevo estilo y lo tradicional. Por eso, ahora que regía el certamen en solitario, un sector de la crítica, principalmente extranjera, hizo frente al diario alemán Der Spiegel, combativo con Wolfgang, apuntando que, después de tantos cambios en tan poco tiempo, iba a venir bien un poco de tranquilidad. Era la segunda producción de Lohengrin de Wolfgang, tras la que pudo verse en 1953 y 1954, y a aquélla la habían seguido el Holandés (1955-56), Tristán (1957-59) y el Anillo (1960-64). No obstante, este montaje fue visto por algunos como una prueba de fuego, al asumir en solitario la dirección del certamen8. Probablemente lo fue, y marcó un afianzamiento de Wolfgang como director. Una producción estilizada pero a la vez lujosa y llena de colorido: la escena de la pradera estaba dominada por dos enormes paneles con hojas art noveau a ambos lados del escenario, inspirados en la decoración de las puertas de la basílica de San Zenón de Verona, el acto segundo se desarrollaba en torno a una muralla románica, mientra que la escena de la cámara nupcial tenía lugar en un banco situado bajo un arco abovedado, inspirado en el pórtico este de la catedral de Pisa. El vestuario distinguía entre el rojo para los sajones, el azul verdoso para los brabanzones y el azul para las mujeres. Sentencia Spotts: Lo que Wieland había representado como un misterio neogriego en estilo de oratorio volvía a ser un cuento de hadas, un romance medieval sobre seres humanos y poderes sobrenaturales9. Por su parte, Bauer lo resume en los siguientes términos: El oratorio, ante el cual Wieland había capitulado. fue devuelto cuidadosamente al teatro. Sin embargo, Wolfgang está bajo el hechizo de Wieland, pero quiere romperlo, y de ahí surge su dilema. Aunque logra crear escenas fuertes y magníficas con poder sugerente visual y coreográfico, persiste una dicotomía. Relata que hubo aplausos entusiastas para Wolfgang y sólo un mínimo sector wielandiano en contra, atribuyéndolo a los hijos de Wieland, pues la viuda no acudió a la inauguración, si bien Wolfgang la remitió un telegrama el 27 de julio10.

    Wolfgang consiguió traer de nuevo a Bayreuth a Rudolf Kempe, con quien ya había contado para su Anillo pero quien había acabado disgustado por la compleja acústica del foso. Aprovechó que acababa ser nombrado director de la Orquesta Filarmónica de Munich y regresaba a la capital bávara tras su salida anticipada de la Ópera Estatal de Baviera por diferencias con su intendente, el histórico Rudolf Otto Hartmann -curiosamente su regreso tuvo lugar el mismo año en que Hartmann puso fin a su carrera-. Su experiencia wagneriana era ya dilatada gracias a sus frecuentes apariciones en el Covent Garden londinense, teatro que le había propuesto la titularidad pero que él había rechazado.

 
Donald McIntyre como Telramund
        En la configuración del reparto se adivina la mano del director, pero en distinto grado. La norirlandesa Heather Harper, que contaba con 37 años, había coincidido con Kempe no en el terreno operístico, sino como director de la Royal Philharmonic. Sólo interpretó un rol wagneriano, el de Elsa, y en Bayreuth sólo dos temporadas. La invitación le llegó de mano de Wieland -como hemos indicado, la edición de 1967 estaba ya cerrada a la muerte de aquél-, y la propia soprano relató que prefirió hablar primero con Kempe antes de dar una respuesta. No queda muy claro si las conversaciones entre Wieland y Kempe llevaron a Harper o bien directamente Wieland la propuso. Sí sabemos que la soprano acudió a casa de Kempe en Londres a cantar algunos fragmentos con Wilhem Pitz -director del Coro de Bayreuth- al piano, y Kempe dio su aprobación11. Caso distinto es el del neozelandés Donald McIntyre como Telramund, quien llegó más tarde al elenco, audicionando en Bayreuth el 8 de noviembre de 1966 a propuesta de Kempe, con quien ya había trabajado en Inglaterra12. Contaba con 32 años y aparecería en Bayreuth ininterrumpidamente hasta 1981 -al rol de su debut se sumarían los de Klingsor, Holandés, Amfortas, Wotan y Kurwenal, por este orden-, y aún regresaría en 1987 y 1988 como Amfortas. También se produjo aquél año el debut en Bayreuth de Karl Ridderbusch, como Rey Enrique, quien a la postre sería el sucesor natural de Josef Greindl y quien, como aquél, se atrevería con éxito con la tesitura de bajo-barítono del rol de Sachs.

        Junto a ellos se encontraba la norteamericana Grace Hoffmann, habitual mezzo del Festival, que ya había coincidido con Kempe como Fricka y Waltraute en su Anillo, enfrentándose ahora al papel de Ortrud. En lo que respecta al protagonista, la cuestión fue más complicada. Oficialmente, Sándor Kónya fue el escogido desde el primer momento, como en la anterior producción de Wieland. Decimos oficialmente porque por la red circula la afirmación de que se había contactado primero con Nicolai Gedda tras su debut en el rol en la Ópera Real de Estocolmo en enero de 1966, si bien éste desistió de seguir encarnando al Caballero del cisne, por lo que se ofreció el rol a Kónya. Este hecho no aparece reflejado en ninguna publicación oficial sobre el Festival y hay que tomarlo con cautela. A favor de esta hipótesis juega el hecho de que Kónya cantaba en Bayreuth en aquél momento Parsifal, precisamente porque era el tenor más adecuado para llevar a cabo la transición a un Festival Escénico Sacro más liviano y lírico, como quería Wieland, y Gedda era un tenor que presentaba un perfil similar. En 1967 Parsifal pasó a manos de James King, todo un tenor heroico, quien se encontraba cantando Sigmundo, y ello sólo se explicaría por el hecho de que Kónya pasó a cantar Lohengrin tras rechazar Gedda la propuesta13.

Jean Cox fue Lohengrin en las dos últimas funciones
        La inauguración tuvo lugar el 21 de julio con el recuerdo presente a Wieland: por la mañana el Coro del Festival entonó en su tumba el  Salmo 199 y el Ave Verum de Mozart, y se inauguró la Wieland Wagner-strasse, prolongación de la Richard Wagner-strasse tras salir del casco antiguo. Otto Klemperer, con quien Wieland había querido colaborar en los Maestros de 1959 pero que un accidente del director se lo impidió -la batuta recayó entonces en Erich Leinsdorf-, acudió al Festival y presenció ParsifalTannhäuser y este Lohengrin14. Tras cantar Kónya la función del estreno, causó baja por enfermedad, y James King tuvo que hacerse cargo de la segunda representación, el día 30. Al día siguiente tenía que cantar Parsifal, por lo que el todoterreno y siempre dispuesto Wolfgang Windgassen se ofreció a sustituirle, en lo que a la postre sería el último Parsifal de Windgassen en Bayreuth. La enfermedad de Kónya no le permitía reincorporarse, y King cantó la tercera función el tres de agosto. El norteamericano tenía que atender sus compromisos como Parsifal y Sigmundo, por lo que para la cuarta, el 6 de agosto, fue Jess Thomas, el Tannhäuser de aquél año, el que protagonizó la función -también a costa de que Windgassen se hiciera cargo del caballero cantor al día siguiente-. El día 8, quinta representación, Kónya regresó. Las crónicas relatan que en mala forma, por lo que puso fin a la temporada. Wolfgang Wagner no pudo continuar con parches y hubo de buscar un cantante distinto de los que ya aparecían como protagonistas. El alemán Hermin Esser, menos dotado pero siempre voluntarioso, había llegado a Bayreuth el año anterior como Froh y era uno de los nobles bravanzones, ofreciéndose a cantar la sexta representación el 13 de agosto. No debió convencer, y Wolfgang contactó con el norteamericano Jean Cox, quien en 1956 había aparecido como Timonel en el Holandés y quien desde 1963 aparecía como protagonista en la Staatsoper de Viena. Parece que funcionó: cantó las dos últimas funciones y, al año siguiente, Wolfgang se quitó de en medio a Kónya contando directamente con éste y con James King, quienes se repartieron las funciones. Ambos pasaron a ser piezas fundamentales del Bayreuth de finales de los sesenta y de los setenta.

        Cuando Orfeo se decidió a publicar este Lohengrin -con algo de retraso, parece ser que por una cuestión legal relativa al coro- optó no por la primera función, cantada por Kónya, la cual ya circulaba de manera no oficial desde 1998 gracias a Golden Melodram, en un sonido monoaural inferior, sino por la segunda, por lo que escuchamos a King, quien se desenvuelve a la perfección en el rol con su voz de acentos heroicos. El sonido de la edición Orfeo es sustancialmente superior, partiendo de que es, además, en estéreo. Tiene cercanía, pero a la vez recoge la atmósfera amplia del Festspielhaus. No es tan raro que la Radio de Baviera registrara dos funciones en aquella época, pues ya lo hizo con la Valquiria de Kempe de 1960 y con el Tannhäuser de Sawallisch de 1961, en este último caso con el mismo reparto -de hecho la edición oficial de Orfeo y la no oficial publicada por varios sellos corresponden a días distintos-. Incluso por YouTube circula el In fernem land de Hermin Esser -sexta representación-, si bien puede proceder de alguna toma privada del cantante -la cuenta que colgó el fragmento en la red se llama "Adolf Hesser", probablemente un familiar del tenor-. La preferencia por King puede deberse a que Orfeo ya había publicado un Lohengrin con Kónya -el de von Matačić de 1959-. Pero hay otra diferencia importante entre ambos registros: Wolfgang quería levantar los cortes de su hermano: además de ofrecer completa la escena de las tropas y el Heraldo en el segundo acto, también ofreció completo el pasaje que se sucede tras el In fernem land y que concluye con la aparición del cisne -la famosa profecía Nunca más, ni en los más remotos días, entrarán victoriosas en suelo alemán las hordas orientales-, que pudo oírse en 1953 y 1954. En la función del estreno sucede así, pero cuando King tomó el relevo de Kónya, tras el In fernem land y la breve intervención de una Elsa desdichada -tres versos-, se pasa a la aparición del cisne, en el que ha sido uno de los mayores cortes de todo este pasaje en Bayreuth, probablemente porque el norteamericano estaba acostumbrado a este corte y así, además, se le aligeraba carga-. El corte se repitió al año siguiente con los dos tenores norteamericanos, pero fue levantado cuando el protagonista pasó a ser encarnado por René Kollo.

Llegada del protagonista
        Rudolf Kempe comienza con un preludio de buena factura, delineado con cuidado, de forma suave y cálida, 
matizando la tensión-relajación con las trompas hasta que se produce el clímax central, no especialmente preparado ni explosivo. La primera escena resulta más contemplativa que épica, incluso lineal. La batuta comienza a centrarse en el drama cuando las acusaciones de Telramund hacen que el Rey Enrique ordene llamar a Elsa. La entrada de la muchacha es un pasaje que casa muy bien con el estilo de Kempe, cálido y elegante, sacándole buen partido, como asimismo la aparición del cisne, donde hace gala de una gran claridad de líneas. Tras una entrada del protagonista delineada con delicadeza, la batuta se torna más dramática y fogosa en la preparación del juicio de Dios y en el concertante que sucede a la plegaria del monarca, en una acumulación de tensión absolutamente impresionante. El concertante final, en cambio, es notable pero no sobresaliente.

        El preludio del segundo acto se nos muestra más oscuro que brumoso, con líneas bien definidas y articuladas, manejando bien la tensión y culminando en brillante fanfarria de las trompas. La batuta ya nos anticipa desde el principio que ahora les toca hablar a los malos. Y les acompaña con energía y atención, en un dúo donde destaca el contraste entre los pasajes más intensos con los más sutiles. La aparición de Elsa hacer tornar la música a atmósferas cálidas y cantábiles -qué bien bien conduce a Harper, cómo respira con ella, en CD2, pista 5-. La oscuridad que representa Ortrud está perfectamente expuesta en la orquesta con unas maderas lúgubres e inquietantes. Nótese con que dulzura maneja la cuerda cuando Elsa le dice a Ortrud que hablara con su esposo para que interceda a favor de Telramund (CD2, pista 8, 1:25). Una cuerda cálida pone fin al dúo entre ambas. En definitiva, toda esta primera parte del acto es todo un alarde de profundidad psicológica en la batuta sin merma de naturalidad, musicalidad o fluidez del discurso.

        Tras un interludio bien delineado, nos encontramos con la escena de las tropas y el Heraldo, desbordante, épica y triunfal -se agradece volver a escucharla sin cortes tras la producción de Wieland, y el estéreo permite escuchar a los pitzianer en toda su gloria. Con la llegada de Elsa a la catedral volvemos a disfrutar del exquisito tratamiento de las maderas, con un Kempe que desgrana la partitura sin prisa pero sin sensación de estatismo. Notamos la tensión cuando Ortrud confronta a Elsa a las puertas de la catedral, y cómo el coro susurra, murmura, ruje... y las trompas resuenan tontantes, en todo un alarde de conjunción musical y dramática. Kempe se revela experto en el final de acto, donde va acumulando la tensión y calculando el clímax con pericia. De los tres actos, a nuestro juicio el segundo marca el punto más alto: pues hay pasajes, uno tras otro, para enmarcar. 

Lohengrin consuela a Elsa frente a la catedral en el segundo acto

        Tras un preludio convencional, la marcha nupcial discurre cálida y cándida, pausada y recogida, con una toma sonora que recoge la atmósfera amplia del Festspielhaus. Kempe se recrea, ensimismado, en la dulzura de esta música, pero sin mostrarse tampoco relamido o dulzón en su sonoridad. Atento a la pareja protagonista, el interludio se beneficia de una interpretación de indudables atmósferas caballerescas, con las rusticidades que las fanfarrias pueden ofrecer, como asimismo la entrada del Rey.

        James King es un Lohengrin baritonal, pero juvenil, cálido, flexible y elegante -nada que ver con el espontáneo Hans Hopf-. Ofrece una buena mezza voce en su entrada y aliento épico en su saludo al Rey Enrique. Su interpretación es la de un héroe de carne y hueso y no de un ser cuasi celestial, en contraposición a la línea interpretativa de Volker y Kónya. Al dirigirse al final del segundo acto a Elsa en Elsa, erhebe dich! In deiner Hand, se muestra un tanto rígido e inquisitivo, falto de la suavidad que asociamos a este pasaje. Quizás consecuencia de su incorporación apresurada al nuevo montaje. En el dúo del tercer acto se muestra cálido y cercano. En el In fermen land demuestra cómo una voz grande y baritonal puede exhibir una bella mezza voce, ofreciendo una progresión amplia a lo largo del racconto. A destacar la contraposición entre uMein lieber Schwan! con aura divina al que le sigue un O Elsa! Nur ein Jahr an deiner Seite muy humano, donde el propio caballero siente la separación.

Heather Harper como Elsa
        Heather Harper no puede ser catalogada como cantante wagneriana -¿puede ser catalogada en algún repertorio?-, pero posee una voz con cuerpo más que suficiente para Elsa, un punto cremosa, de fraseo elegante y con una encarnación frágil y cándida del personaje.

        Un juvenil Donald McIntyre, hoy único superviviente junto al primero de los cuatro nobles brabanzones, Horst Hoffmann, nos ofrece un Telramund de voz poderosa, un punto rocosa, seguro en su parlamento inicial (CD1, pista 3), si bien en algunas agilidades en sus intervenciones largas en el primer acto el instrumento tienda a clarear un punto. Su caballero no se viene abajo con facilidad en el segundo acto, afrontando con bravura y dignidad la intervención final (CD2, pista 2), acompañado de un electrizante Kempe. Las dudas están presentes (pista 3), pero el conde se mantiene entero.

Grace Hoffman como Ortrud
        No es Grace Hoffman una cantante que asociemos a Ortrud. Sin embargo, su creación de la villana es altamente efectiva aun sin disponer de unos medios vocales apabullantes -centro adecuado, no especialmente ancho, agudo suficiente, ni apurado ni desbordante, y timbre y tipología de voz más bien convencional-. 
No encontraremos aquí a una fría y poderosa Astrid Varnay o a una oscura Rita Gorr, pero sí una inhabitual naturalidad vocal y dramática: una voz agradable, sin personalismos, que encaja en la idea de un cuento de hadas, y que discurre bien por la partitura, incluyendo la intervención final. Puede echarse en falta algo más de peso en su confrontación a Elsa frente a la catedral o una voz más escarpada en la  invocación a los dioses paganos, donde los agudos resultan forzados y la dicción se hace borrosa, pero sin empeñar su buena labor-:

Entweihte tter! 
Helft jetzt meiner Rache!
Bestraft die Schmach, 
die hier euch angetan!
Stärkt mich im Dienste 
eurer heil'gen Sache!
Vernichtet der Abtrünn'gen 
schnöden Wahn!
Wotan! Dich Starken rufe ich!
Freia! Erhabne, höre mich!
Segnet mir Trug und Heuchelei,
daß glücklich meine Rache sei!

        Karl Ridderbusch ofrece un Rey Enrique sonoro y tonante. A sus 35 años la voz tiene madurez y resulta creíble como un monarca maduro -que no achacoso-. Fue siempre mejor cantante que actor, precisando de una batuta que supiera conducirle, por lo que el acompañamiento tranquilo de Kempe en su intervención inicial hace que la respuesta vocal sea un tanto lineal. En cambio, en la plegaria que precede al juicio de Dios, se muestra mucho más dramático gracias a una batuta que gana garra. Está más cómodo en el agudo que en el grave -un poco apurado en la plegaria que precede al juicio de Dios-. En su aparición en el tercer acto se muestra aguerrido.

        Thomas Tipton es un Heraldo de voz incisiva, no especialmente bella, un punto nasal por momentos, pero efectiva en su cometido. Es el menos interesante de un elenco que, por otra parte, es difícilmente mejorable.

Final de la obra. La imagen corresponde a 1972, con cambio de pareja protagonista: René Kollo y Hannelore Bode.
En el podio estaba Silvio Varviso.

        En definitiva, una dirección excepcional de Kempe que conoce y domina la obra, en una interpretación tradicionalmente romántica que conjuga a la perfección música y drama, y donde una está al servicio de la otra y viceversa. Sobresaliente reparto, homogéneo y que funciona bien tanto en conjunto como individualmente en cada uno de sus roles, con la curiosidad de que no son cantantes de los de siempre. En particular, la pareja de villanos sorprende porque sus nombres no son los que asociamos a estos roles, realizando ambos encarnaciones a considerar. No disponemos de vídeo de aquellas representaciones, pero Katharina Wagner, actual directora del Festival e hija de Wolfgang, reconstruyó este montaje en 2017, medio siglo después, para la Ópera de Praga -hay vídeos por la red, lástima que no haya grabación oficial-. Visto con el paso del tiempo, y teniendo en cuenta que hoy la tecnología nos da más facilidades en cuestiones de maquinaria e iluminación, su propuesta era muy válida, a los ojos de hoy luce con esplendor y se echan de menos montajes así, que denotan reverencia por la obra, ganas de extasiarse en la belleza wagneriana y no intención de aprovecharse de ella o de retorcer su mensaje. Además, es un documento histórico, por cuando supone el primer Festival sin Wieland. A algunos les puede resultar exagerado lo que voy a decir, pero estoy convencido de ello: es el Lohengrin por excelencia para iniciarse, y si se quiere tener sólo uno, éste cumple con todos los requisitos: grabación en vivo -una velada en el Festspielhaus de principio a fin, sin cortes ni trampas-, una dirección tradicionalmente romántica, un elenco que cumple con lo que demandan los personajes, y en estéreo. La batuta en Lohengrin no volvió a lucir tan alto, ni en Bayreuth ni fuera de Bayreuth, hasta que Andris Nelsons la empuñó en 2010, si bien desde entonces la obra brilla con luz propia en el Festspielhaus, pues al letón le sucedió, hasta hoy, Christian Thielemann, dos directores que han hecho una verdadera creación de la obra, cada uno a su estilo.

        Kempe, que temía la complejidad del foso del Festspielhaus -aunque salió victorioso y con todos los laureles-, terminó bastante cansado, principalmente por el continuo cambio de protagonista, y declinó volver al año siguiente. La batuta pasó a manos de Alberto Erede, primer italiano en el Nuevo Bayreuth -y desde Arturo Toscanini en 1931-, un director tan experimentado en foso como rutinario, quien no volvió a ser llamado. Por su parte, Kempe no volvería a ponerse al frente de Lohengrin, desconocemos si por azares de agenda o porque la experiencia en Bayreuth le quitó las ganas. Este es su último testimonio wagneriano oficial, pues Opera Depot ha publicado, de forma no oficial, un Anillo incompleto -falta el Prólogo- procedente de unas representaciones en Estocolmo un año antes de su fallecimiento.

        Si el certamen continuó adelante con éxito fue porque Wolfgang era, ante todo, un buen gestor, con la experiencia que le había dado la reapertura en 1951 y los vaivenes de los primeros años. Se manejó con cuidado para no dejarse embaucar en las disputas que venían del otro lado de la familia, que acabaron silenciadas por el transcurso del tiempo y, sobre todo, porque los cantantes y empleados cerraron filas en torno a él, en tanto en cuanto garantizaba una continuidad. Dice Bauer: Los empleados afirmaban que era bueno trabajar con Wolfgang. Creó un espíritu de familia en el Festspielhaus; no se sentía como un jefe, sino más bien como un empleador que creaba buenas condiciones de trabajo, ensayos intensos y una cohesión interna para artistas y técnicos, lo que garantizaba un ambiente familiar, de grupo de trabajo. En la difícil situación inmediatamente posterior a la muerte de Wieland, esta actitud internamente estabilizadora que motivó a los empleados fue el factor decisivo para la continuidad del Festival15. Y para 1968 llegó la renovación de las antiguas sillas de caña del auditorio por las actuales de madera, así como la adecuación del foso a la normativa anti-incendios. En definitiva, el certamen miraba hacia adelante. Los primeros años de Wolfgang en solitario no fueron, ni mucho menos, los más duros de su andadura en términos artísticos. Contra la leyenda negra que dice que desde la muerte de Wieland al Anillo del Centenario todo fue mediocre, no hay más que escuchar lo que nos ha llegado de esta época, superior a lo que luego vendría desde mediados de los ochenta y en buena parte de los noventa, esos sí fueron años muy negros vocalmente. Y no desdecimos a aquellos que acusan a Wolfgang de haber intentado silenciar el legado de su hermano, pero lo cierto es que a día de hoy es mucho más fácil encontrar en la red material gráfico del Lohengrin de Wieland que de éste de Wolfgang -incluso las imágenes de la propia web del Festival tienen una calidad mediocre-. Parece que casi nadie tiene interés en recordarlo y creo que fue, en su primer año, un hito indiscutible en la Historia del Festival.

ENERO DE 2025.

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1 La reforma de la escena de Parsifal fue apuntada en una misiva que Wieland dirigió desde el hospital al director del coro, Wilhelm Pitz, el 11 de julio de 1966. Una nueva producción de Tannhäuser fue el tema de conversación que él y su mujer Gertrud mantuvieron la víspera de su muerte. Gertrud no colaboraba desde la bacanal del Tannhäuser de 1964, y el matrimonio estaba roto a raíz de la relación que Wieland mantenía con la soprano Anja Silja. Estos últimos planes pudieron suponer un intento final de reconciliación. Puede leerse sobre el particular en GÓMEZ RODRÍGUEZ, E. J., El Nuevo Bayreuth de Wieland y Wolfgang Wagner, Ediciones Karussell, 4ª ed., 2014, pp. 352 y 360.
2 Relata BAUER, O. G., Die Geschichte der Bayreuther FestspieleDeutscher Kunstverlag, 2016, tomo II, p. 190, que una semana después del fallecimiento de Wieland, el Festival publicó el siguiente comunicado de prensa: Gracias a los acuerdos legales dentro de la familia Wagner, la continuación del Festival está asegurada. Wolfgang Wagner, que anteriormente ocupaba la dirección con su hermano Wieland, ahora asume la responsabilidad exclusiva (...). El programa del Festival de 1967 se ha fijado en todos los detalles esenciales durante más de seis semanas. Los requisitos artísticos y organizativos necesarios para ello fueron desarrollados conjuntamente por Wieland y Wolfgang Wagner con su personal más cercano.
3 WAGNER, W., Acts, Weidenfeld & Nicolson, 1994, pp. 13-14. A título de curiosidad indicar que en ese acuerdo se estipulaba que los herederos de Wieland no producirían ninguna obra de Wagner hasta el 30 de agosto de 1969, quizás un miedo excesivo hacia Gertrud, quien había colaborado en algunas ocasiones en la coreografía de la bacanal de Tannhäuser y en la escena de las muchachas-flor de Parsifal, y de quien se pensaba que quería dedicarse de lleno a la producción operística. Gertrud, según relata Wolfgang, no fue considerada idónea para el viaje a Osaka de los montajes de Tristán y Valquiria, dado que no había participado en ellos en Bayreuth, siendo encomendada su dirección a Hans-Peter Lehmann, como ocurrió asimismo con un Lohengrin que Wieland estaba preparando para el Metropolitan de Nueva York. Sí se hizo cargo de Salomé en Ginebra y del Holandés en Viena. Otro de los asistentes de Wieland en Bayreuth, Renate Ebermann, se ocupó de un Holandés para Bruselas y de Elektra para la Ópera de los Países Bajos. Estos compromisos pendientes son relatados por SKELTON, G., Wieland Wagner: The positive sceptic, St. Martin's Press, 1971, p. 193. Relata BAUER, op. cit., p. 191, que el acuerdo de silencio artístico hasta el 30 de agosto de 1969 no involucraba al resto de hermanos, por lo que Friedelind se convirtió en directora de escena diseñando un Lohengrin que pudo verse en Bielefed el mismo año que el de su hermano Wolfgang en Bayreuth. Probablemente la hermana con quien más trato tuvo Wolfgang fue Verena, la menor, fallecida en 2019: fue vicepresidenta de la Fundación Richard Wagner y estuvo en la Junta Directiva del Festival.
4 BAUER, O. G., op. cit., p. 190.
5 GÓMEZ RODRÍGUEZ, E. J., El Nuevo Bayreuth de Wieland y Wolfgang Wagner, Ediciones Karussell, 4ª ed., 2014, p. 362.
6 Ibid., p. 362. WAGNER, W., op. cit., p. 11. Relata Wolfgang Wagner que Wieland había intentado que su hijo, con estudios de arquitectura, comenzara una formación teatral reglada en la Escuela Max Reinhardt de Viena, sin éxito. Finalmente, relata GÓMEZ RODRÍGUEZ, E. J., op. cit., p, 352, que en 1967 entró como asistente en el Gran Teatro de Ginebra.
7 BAUER, O. G., op. cit., p. 190.
8 SPOTTS, F., Bayreuth: una historia del Festival Wagner, Yale University Press, 1994, Capítulo VIII: "Es mío y lo conservaré".
9 Ibid.
10 BAUER, O. G., op. cit., pp. 197-198.
11 Puede leerse en una entrevista aquí.
12 WAGNER, W., op. cit., p. 15.
13 Aparte de algún comentario en foros, podemos leer sobre el particular en un artículo que, sobre Gedda, se realizó unos meses después del debut en el rol. En el mismo se afirma que había aceptado aparecer como Fausto en una película estadounidense para televisión a filmar en el verano de 1967: Esto ha causado dolores de cabeza en muchos de los principales teatros de ópera del mundo: la película impedirá a Gedda aparecer en otras representaciones durante dos meses. El Festival de Bayreuth se ve especialmente afectado, ya que Gedda debía cantar allí Lohengrin, una parte que cantó por primera vez este año en la Ópera Real de Estocolmo. "Me gusta cantar esta parte de Wagner de vez en cuando", me dijo Gedda, "pero no muy a menudo: quiero conservar el carácter ligero de mi voz y poder seguir cantando Mozart, oratorio y lieder en el futuro". El artículo completo puede leerse aquí (en inglés). La afirmación "me gusta cantar esta parte de Wagner de vez en cuando" hay que tomarla como el comentario de un divo promocionando su carrera: Gedda sólo cantó el rol en tres funciones, después se debatió sobre si volverlo a abordar o no y finalmente nunca volvió a él.
14 BAUER, O. G., op. cit., p. 192.
15 Ibid., p. 200.